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Existe un nuevo tipo de primermundistas que se han autodiagnosticado como “electrosensibles”. ¿Quiénes son? Sujetos que dicen ser alérgicos a todo aquello que emita radiación electromagnética. Sus síntomas van desde dolor de cabeza, cansancio crónico, insomnio y disminución de la libido, hasta tristeza sin motivo aparente, dificultad para concentrarse, nariz tapada... Este padecimiento no es mortal, pero los más atrevidos de sus promotores lo relacionan a con el incremento en el autismo o el cáncer.
El desahucio radioeléctrico (así lo llaman sus sufridores) supuestamente es producto de la contaminación electromagnética y se perfila como la gran epidemia –imaginaria– del siglo XXI. Los electrosensibles han inaugurado un nuevo tipo de revolución que dirige su odio contra los routers de wifi con lucecitas parpadeantes, los malévolos hornos de microondas, e incluso contra la licuadora y la secadora de pelo, aparatos que, organizados y unidos, han formado un complot mundial para exterminar al ser humano y hacer del planeta Tierra el hábitat idílico de las máquinas. Se presume que su rey será algún iPhone.
La cosa empeora cuando nos enteramos de la agenda electrosensible. ¿Que qué quieren? Pues derechos, qué más van a querer… Bueno, en realidad quieren derechos que lleven pegado un pedacito del presupuesto gubernamental, porque los derechos por sí solos –todos lo sabemos– no sirven de mucho. El gobierno en Suecia ya dobló las manitas y les cedió unos centavos a los electrosensibles suecos, lo que tiene a la comunidad internacional del mismo tipo más optimista que nunca.
Si cedemos parte del presupuesto gubernamental a esta nueva minoría, los electrosensibles podrán: A) retirarse al campo, donde planean replicar el estilo de vida del siglo XIX o cualquier siglo previo; B) usar su nuevo poder para demoler las antenas de celulares como si se tratase de estatuas de un dictador apenas derrocado; C) exigir, a todo aquel que camine por la banqueta con un celular prendido, que use un letrero de advertencia como si llevara consigo una bomba a punto de explotar. También buscan que su enfermedad se admita como una causa justificada de retiro temprano y que las naciones del mundo reconozcan el Día Internacional contra la Discriminación Electromagnética. Esto, entre muchas otras cosas.
Las organizaciones de salud más importantes a nivel mundial (entre ellas la OMS y la Agencia de Protección a la Salud de Reino Unido) han realizado pruebas científicas para comprobar o desmentir esta hípersensibilidad. He aquí sus conclusiones:
1. Sus síntomas son reales, pero no los presentaron al ser expuestos, en diversos experimentos a ciegas, a fuentes de radiación electromagnética.
2. También se descubrió que los electrosensibles son tan incapaces como el grupo de control (no electrosensible) de percibir un microondas calentando una Maruchan tanto a dos kilómetros como a medio metro de distancia.
3. Los expertos concluyeron que este fenómeno podía deberse al efecto nocebo, contrario al placebo. Esto quiere decir que un electrosensible que sale a la calle y espera sentirse mal, digamos, cuando se expone a celulares, se condicionará psicológicamente y su malestar empeorará ante dicho estímulo.
4. También se vio que muchos de sus síntomas bien podrían deberse a cosas tan simples como ciertas condiciones en el lugar de trabajo, que van desde mala iluminación o ventilación hasta un asiento poco ergonómico, o tiempo excesivo frente al monitor, o un largo etcétera.
Los electrosensibles sufren, sí, pero ese sufrimiento no justifica que debamos cambiar de tajo y sin justificación la forma en que vivimos. Tampoco cae bien que santifiquen los pocos y cuestionables estudios que avalan su causa, y que en automático clasifiquen como “comprados por los intereses económicos” a los que se oponen a sus creencias. Como buena minoría, ostentan características sectarias, patentan y usan un lenguaje de alto drama, y se sienten mártires incomprendidos. Esto, sumado a la falta de evidencias científicas, debería levantar en todos mucho recelo.
Yo tengo un nuevo diagnóstico para ellos: les pesa tener que sobrevivir. Están preocupados, cansados, aburridos y hartos. Están estresados, como todos nosotros en días o temporadas difíciles. La diferencia es que a ellos les ha sobrado un gobierno paternalista que, presuponen, debería resolver todos sus males, y les ha faltado enfrentarse a dificultades concretas: estos primermundistas están tan carentes de problemas, tan satisfechos y saciados, que salen todos los días a la calle en busca de una causa que justifique sus vidas. Por eso, con tal de no aceptar que sobrevivir duele, se alistan en una batalla a muerte contra la antena que acaban de instalar junto a su casa.
Espero que la causa real de su sufrimiento sea descubierta y resuelta. Pero también espero que estos casos de infantilismo civil nos sirvan como advertencia: de seguir por este camino, como sociedad, no tardaremos en legislar la lucha contra las malévolas epidemias de hipo.
@caldodeiguana
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