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La semana pasada la campaña de Donald Trump fue de mal en peor. Cayó diez puntos por debajo de Hillary, y aunque Trump logró bajar la artificial euforia de Hillary con la amenaza de seguir revisando los 20 mil mails en los que la candidata supuestamente puso en riesgo la seguridad nacional, ésta continúa defendiéndose con argucias, pero sigue en el hoyo…
Trump, por su parte, continúa pagando la osadía de haberse lanzado sin la bendición de los jerarcas del partido, y aún en contra de algunos importantes, como Mitt Romney. El magnate siguió adelante con una candidatura casi independiente, financiada y dirigida por él, y no apegada a las reglas del viejo partido.
Pensó que el secreto era amarrar los delegados requeridos para la nominación. Y hoy el partido le está haciendo ver que ese no era el camino, que también era cosa de hacerle reverencias a las “vacas sagradas”, y respetar los valores del partido.
(Hoy, cuando las encuestas comienzan a ser desfavorables, y las relaciones con su partido parecen empeorar, Trump se defiende denunciando que el proceso electoral está “amañado”, algo que negó enfáticamente el presidente Obama la semana pasada. Trump habla con la seguridad de quien conoce los detalles de una conspiración en su contra, en la que participarían Hillary, algunos republicanos y hasta el mismo Obama, que continúa defendiendo a Hillary. (Aquí pudiese haber base para una acción legal, o hasta para anular la elección).
Desde el primer momento Trump chocó con el partido, y en más de una ocasión amenazó con lanzarse como independiente. Pero al comprobar que dos millones de dólares semanales de su propio bolsillo no eran suficientes, decidió disciplinarse, y últimamente anunció que apoyará a los candidatos republicanos que buscarán reelegirse en noviembre.
El pleito con los jerarcas comenzó cuando éstos lo hicieron viajar a Washington para sostener una reunión que jamás tuvo lugar. Le hicieron creer que ahí recibiría el apoyo unánime del partido, y después lo abandonaron: ninguno asistió a la convención donde el magnate, con su familia y sus delegados, se autodesignó candidato oficial.
Los viejos jerarcas decidieron jugar con fuego. Olvidaron que Trump disfruta los pleitos judiciales, y tiene una bien ganada fama de litigómano. Hoy tienen a Trump atrapado en el dilema de intentar acciones legales que afectarían el proceso electoral (e involucrarían al presidente Obama) o adoptar la histórica decisión de renunciar a la candidatura.
La renuncia sería buena para México y dejaría mal parados a los republicanos. También afectaría a Hillary. Trump ya está enfrascado en “dimes y diretes” con Obama, por el grave error de declarar públicamente que el magnate “no tiene lo que se requiere para ser presidente”. Eso también pudiera ser base para anular la elección. Además, la renuncia le permitiría alegar que no “perdió la presidencia”; su partido lo traicionó…
Analista político