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El deporte conlleva la idea de superación y excelencia, de manera que los éxitos o fracasos dependen de la habilidad y condición física de los deportistas. Por eso su selección y reclutamiento suele darse entre individuos dotados de aptitudes especiales y un potencial físico extraordinario. Aun así, tras una breve etapa de ascenso, productividad y eficiencia, pronto sus facultades comienzan a mermar y se ven obligados a dedicarse a otra cosa.
Para el atleta profesional, el alto rendimiento conlleva el imperativo de dar el máximo de sí, ya que debe responder a las expectativas sociales, deportivas y económicas puestas en él. Pero pronto se da cuenta de que su fase de plenitud es transitoria y decae inexorablemente con la edad. Puesto que debe rendir al límite de sus capacidades, siempre tiene que empeñarse por entero, lo que le suele causar estrés y cansancio. Pero sabe que si no se conserva a plenitud, en cualquier momento puede ver terminada su carrera y, con ello, los ingresos económicos, el prestigio y los privilegios.
Según el arquitecto y atleta Miguel Ramírez Bautista, en su libro El deporte en la tercera edad, “Clara y dramática es la caída en el corto plazo de los deportistas de alto rendimiento. Una gimnasta es veterana a los veinte años, un velocista, a los treinta, un maratonista a los 40, un futbolista o un boxeador en tres lustros de actividad continuada ven desplomarse su habilidad y contundencia…, aunque hay un lapso intermedio entre la juventud y la veteranía en el que la merma del rendimiento varía según la especialidad del atleta, mayor en pruebas de velocidad y mínima en el gran fondo…. Entonces llega el tiempo del retiro, el riesgo o la trágica secuencia de fracasos o el ridículo.
Es evidente que en el deporte de élite, el criterio último son los resultados, pero la naturaleza es implacable y, a partir de cierta edad, la merma de facultades y los fracasos, es inevitable. Por eso el filósofo griego Platón advertía: “Teme a la vejez, pues nunca viene sola”. Sin embargo, no es menos cierto que la conjunción de una sabia previsión, mentalidad positiva y la determinación de no darse por vencido, igual producen el agrado de una vida útil, venturosa y prolongada. La plenitud no tiene edad. Por eso el humorista José Luis Coll dijo: “La tragedia de la vejez no consiste en ser viejo, sino en que aún se es joven”.
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