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“En un país sin justicia, sólo queda la revancha”. Con esta frase se identifica al libro del argentino, Eduardo Sacheri, La noche de la Usina, premio de novela Alfaguara 2016, pero bien podría utilizarse para describir la situación que vivimos hoy en México, en donde la orfandad de efectivos mecanismos institucionales para hacer justicia, alienta actos de revancha.
Esta novela de Sacheri, mejor conocido por su libro y guión cinematográfico, El secreto de sus ojos que en 2010 ganó el Oscar a la mejor película extranjera, se ubica en el contexto de la crisis económica argentina de 2001 que desembocó en el famoso “corralito” que implantó el gobierno para evitar la fuga de capitales. La historia relata la reacción de un grupo de personas que perdió todos sus ahorros al ser estafado por alguien con información privilegiada. Ante la imposibilidad de recuperar su dinero, el grupo decide hacer justicia por su propia mano, elaborando una estrategia para robarle al estafador. Detrás de la ágil y excelente narrativa, está el drama de una sociedad abandonada por sus autoridades en el contexto de la crisis económica.
La referencia viene a cuento en la coyuntura de inicio de este 2017, en donde el incremento abrupto de la gasolina ha abierto la puerta a expresiones de descontento social que son más propios de actos revanchistas que de una protesta articulada con objetivos de reivindicación social de mediano y largo alcances. Los robos y saqueos a tiendas departamentales que ha reportado la prensa a raíz del gasolinazo pueden, en efecto, estar impulsados por intereses de grupos políticos para atizar el descontento con el gobierno, pero encuentran justificación colectiva en la falta de explicaciones creíbles de las autoridades. Los actos vandálicos no provienen de los grupos sociales más desfavorecidos, sino de sectores medios encolerizados que aprovechan el enojo ciudadano. Se trata de una violencia anómica, individualizada e inmediatista, desprovista de propósitos encaminados a corregir los efectos negativos del incremento, o siquiera a demandar algún tipo de compensación para los sectores más desprotegidos.
La revancha como expresión colectiva ocurre en un contexto de impotencia ante la impunidad y la falta de responsabilidad de quienes toman las decisiones públicas, pero, a diferencia de las manifestaciones masivas, se trata de un recurso desmovilizador, que no sirve para alimentar una cultura ciudadana que permita que la población se asuma como sujeto activo de sus derechos y reclamos de justicia. En este sentido, quizás tiene razón Peña Nieto cuando afirma que los actos vandálicos son producto de emociones más que de argumentos racionales, pero no es con llamados a comprender al gobierno como puede reorientarse la inconformidad social.
En la explicación presidencial se sigue insistiendo en que la medida no es un asunto de orden interno, sino que responde a circunstancias externas, porque en todo el mundo aumentó el petróleo en un 60% y porque México importa la mitad de la gasolina que consume. Nuestros gobernantes siguen pensando que culpar al exterior de las decisiones que toman los legitima, sin hacerse cargo del descrédito social que tiene dicho discurso. Tampoco ayudan las explicaciones abstractas del Presidente, al afirmar que el incremento busca velar por nuestra estabilidad económica y garantizar recursos para las políticas sociales, sin ofrecer datos precisos sobre las acciones que el gobierno habrá de impulsar para que los grupos más vulnerables reciban apoyos adicionales, o para que se eviten alzas injustificadas de precios.
El sabor de la revancha suele ser dulce, pero sólo momentáneamente, porque no es una plataforma sólida para construir mejores herramientas de justicia social.
Académica de la UNAM.
peschardjacqueline@gmail.com