La división de la izquierda ha empezado a impactar negativamente a las instituciones políticas de la ciudad de México. Dos días antes de la instalación de la VII Legislatura del Distrito Federal, mañana 15 de septiembre, la Comisión Instaladora de la Asamblea Legislativa no había logrado el acuerdo de las fracciones para conformar la Mesa Directiva y la Comisión de Gobierno, que son los órganos de dirección de la ALDF. Tampoco había acuerdo para distribuir los lugares de cada bancada dentro del recinto —todos quieren ocupar las primeras filas y el lado izquierdo— y para definir el formato del informe de Miguel Ángel Mancera.
El hecho de que los coordinadores de las bancadas del PRD, PRI y PAN no asistieran a las sesiones preparatorias de la Comisión Instaladora es una muestra del ambiente de tensión que priva entre los cuadros capitalinos. Este primer bloqueo a las actividades de la Asamblea surge de la polarización que existe entre Morena y el PRD, justamente en su bastión privilegiado, el Distrito Federal.
Desde 1997 en que los capitalinos conquistaron un gobierno propio, con autoridades emanadas del voto popular, dejando atrás la figura del DF como departamento administrativo del gobierno federal, el PRD ha ganado sistemáticamente el gobierno capitalino y la mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa. Es más, en la 1ª Legislatura, el PRD ganó tantos distritos de mayoría que no tuvo derecho a acceder a diputados de representación proporcional. El realineamiento a su favor fue contundente y sirvió de plataforma para mantener el control político en la ciudad capital hasta estas fechas.
Pero, la hegemonía del PRD de casi cuatro lustros se fracturó con la escisión de Morena, que se ha convertido en su férreo opositor. Y es que las pugnas son más intensas y pasionales cuando provienen de la misma rama ideológica, o familiar, como en este caso. Ambos partidos pelean ser el referente que articule a las corrientes de izquierda.
Aunque la disputa electoral entre los dos partidos se expresó también en las delegaciones capitalinas (Morena ganó 5, el PRD 6, el PRI 3 y el PAN 2), el juego por el control sobre los grupos está en la Asamblea y Morena tiene ventaja por sus 19 asambleístas (el PRD sólo tiene16). Esto explica que el PRD se rehusara a acudir a las reuniones de la Comisión Instaladora, en espera de que prosperara la coalición con los diputados del PT, Panal y Humanista para igualar en apoyos a Morena. La coalición se anunció el sábado pasado.
Las disputas entre las dos corrientes aparecieron desde el cómputo de las elecciones. Cuando el Instituto Electoral del DF decidió la distribución de los diputados de representación proporcional de la ALDF, los consejeros electorales se dividieron porque 3 de los 7 se negaron a aprobar la resolución, argumentando que había un sesgo a favor del PRD. Al ser impugnada la resolución ante el Tribunal Electoral del DF, los magistrados quitaron dos curules plurinominales al PRD y Morena, para repartirlos entre los más pequeños y así equilibrar la composición de la Asamblea. El PRI, el PVEM, Movimiento Ciudadano y Encuentro Social obtuvieron un asiento adicional, aunque todavía falta la resolución definitiva de la Sala Superior del TEPJF.
Está claro que los obstáculos a la instalación de la VII Legislatura deben leerse en clave 2018, porque el DF será la plataforma desde la que habrá de decidirse si Morena y el PRD respaldan a un candidato presidencial por separado, o si hay un acuerdo para apoyar juntos a López Obrador. Aunque creo que al final se pondrán de acuerdo, el trayecto durante los próximos dos años estará cargado de estridencias, dañando la ya de suyo mermada confianza de los mexicanos en los partidos de izquierda. Morena y el PRD harían bien en reconocer que sus pugnas dañan a sus formaciones políticas, pero sobre todo a la alternativa de izquierda.
Académica de la UNAM.
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