¿Quién dijo que si no hubiera alguien desvelado al amanecer, quizá de veras se correría el riesgo de que el sol no naciera? “Vamos, decídete, aunque sólo sea una vez más, sólo por hoy, sal de una buena vez”. Ese sol del que se dice en una ocasión enfermó en Egipto hasta quedar ciego y hubo que mandarle un dios para curarlo.

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Una ventaja de la muerte es que olvidamos lo que nos separaba de nuestros muertos y rescatamos lo que nos une a ellos.

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No hay meta más alta en la vida que la de San Ignacio: “Nada espero, nada temo”.

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Rezamos “no nos dejes caer en tentación” porque, sabemos, una vez en la tentación lo más probable es que caigamos en ella.

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