Somos muy intensos. Me cae. Muy intensos.

Nos encantan los héroes, para luego vilipendiarlos. Nos fascinan los gandallas, para luego meterlos al clóset. Nos seducen los villanos, para luego avergonzarnos. Aunque sea tantito. Y todo enmarcado en el contexto de la unicidad local. Todavía recuerdo en la licenciatura las asignaturas sobre “pensamiento mexicano”, encendidas en su fervor por materializar nuestra excepcionalidad. Para que al final resultemos tan excepcionales como todos los demás. Pero, así las cosas.

Desastroso desempeño de la selección mexicana de futbol en los últimos meses. No, lectores queridos, no os preocupéis. No pienso hablar de futbol, que no es lo mío aunque me encante. Pero sí, hasta los expertos de ocasión sabemos que ha sido desastroso el desempeño de la selección mexicana de futbol en los últimos meses. El Piojo, un tal Miguel Herrera que cobra como director técnico, echó la maldición cíclica cuando decidió tuitear a favor del Partido Verde… embarrando la Verde. Bastó que tuiteara “los Verdes sí cumplen” (allá, en ese jabonoso entorno electoral de hace unas semanas), para que los Verdes se desinflaran (anden, sigan votando por el Verde, pura maldición cíclica; okeeei, ya). Y los Verdes no sólo no cumplen, sino que ahora necesitan de la mano amiga del árbitro en curso para medio librar los subibajas regionales. En fin, hasta aquí, todo es futbol como nos han acostumbrado.

Pero de pronto se enojó el respetable.

He seguido con fascinación el debate en torno al partido entre México y Panamá, semifinales de la Copa Oro. Pongamos contexto: venimos de un desempeño desastroso de la selección de futbol (por si no se había entendido), y se llegó a la semifinal con empujones de los árbitros. Entonces se produce una expulsión que deja a los mexicanos en superioridad numérica, luego el gol de Panamá y el milagro de un penalti que se inventó el árbitro. México empata del pie de Guardado, al rato otro penalti. Lo que sigue: la final.

Guardado, ¡debiste haber fallado el penal para la Gloria Nacional! (Gloria es la novia de todos nosotros). Tirarlo a las gradas, salvar el orgullo herido. Guardado, esa imagen tuya bastaría para aliviarnos. Porque claro, estamos encabronados (disculpen la palabra). Pero en realidad no con Guardado. Sólo que el momento fue catártico. Este país dejó que El Chapo se le escapara en las narices, la violencia sigue, el Coneval nos dice que hay más pobres, somos un país del mññññehhh, del timo, de la mediocridad en la piel. Y no nos gusta. Luego viene El Piojo, cuyos gestos excedidos hace un año causaban gracia, para restregarnos en la cara que él va con el partido más tramposo, que le vale, que se enoja, y que háganle como quieran.

Pobre Guardado. Lo convertimos en Pípila sin roca. Así… está chafa.

La verdad es que esos penales debieron haberse tirado. Así es el futbol. Discutámoslo si quieren, pero así es el futbol profesional. La decisión tampoco estaba en manos sólo de Guardado. Se tenían que haber tirado, y se tiraron. Así es la vida.

Pero reconozcamos también que estamos encabronados. Y avergonzados. No es un bonito momento para ser mexicanos. El gobierno aporreó el apellido, y en el ínter nos reconocimos. Y nos dio vergüenza. Hay una especie de depresión social, y Andrés Guardado la pagó. De haber fallado a propósito el penal, ¿se habría curado algo del ánimo social?

Somos una afición de excesos, decía bien Alberto Lati hace unos días. Somos una ciudadanía de excesos. El penal fallado de Guardado es la añoranza de una ética que nomás no llega. Pero, cuidado, estamos descargando en un partido —y en un jugador— todo el enojo y desánimo nacionales. Así sólo seguiremos cultivando la añoranza. Y nada más.

Les digo, somos muy intensos.

Comunicadora y académica.
@warkentin

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