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Lo de menos es lo que haya dicho Lorenzo Córdova, consejero presidente del INE; lo que no se le perdona es la ingenuidad de no saber que lo estaban grabando. Así espetan, con sonrisa sádica, los cínicos de la normalización de nuestras tergiversaciones. En resumen: la culpa es del que se deja robar. Por menso (dicho amablemente, claro).
Nos reunimos a discutir sobre espionaje, marco jurídico y medios de comunicación, convocados por la Maestría en Periodismo del CIDE y el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Mucho público, sorprendente para una tarde de feroces aguaceros en la ciudad de México. El pretexto era la difusión de una conversación telefónica de Córdova (en la que se mofa de líderes de comunidades indígenas y otras situaciones recientes vividas en el contexto de la contienda electoral en curso), pero la propuesta era ir más allá: revisar el marco jurídico en materia de protección a las comunicaciones privadas en México, entender la extensión de las grabaciones ilegales, desgranar el papel de los medios de comunicación y las redes sociales en la divulgación de estos materiales, apuntar el clima de linchamiento que estas prácticas favorecen, así como los juicios paralelos que promueven.
Lo que más sorprende al ojo no cínico, es la normalización de estas prácticas. En las últimas semanas no sólo hemos sabido de la conversación de Córdova, sino de las de varios candidatos a diferentes cargos electorales, las de ejecutivos de OHL, las de las de las de... Terminará siendo marca de distinción, en un país que vive en cultura de legalidad retorcida, haber sido espiado y exhibido.
Nadie puede negar que de algunas de estas conversaciones se han desprendido elementos informativos importantes (como el caso de OHL) y otros más sutiles que se perdieron en el azote de la corrección política frente al tono de los dichos (insisto en que lo más grave de lo que le escuchamos decir a Córdova fue la referencia a los chantajes electorales de grupos de presión en México). Pero, independientemente de la riqueza informativa que se desprende de algunas grabaciones (otras son simple balconeo de la esfera privada o íntima que sólo sirve para la más burda extorsión), lo que debería preocuparnos es que en la más absoluta impunidad, en este país quien quiera y necesite interviene comunicaciones privadas, las graba y consigue que se exhiban. Y nadie, nadie, nadie (salvo los afectados) protesta. Nadie.
Para el ciudadano común, el que ha padecido desde siempre la arbitrariedad y opacidad de la autoridad (la que sea), estas exhibiciones son una revancha por agravios acumulados: se lo merecen, todos son corruptos. Y ese mismo ciudadano común responde, ante la pregunta de “y si a ti también te espían y graban”: por mí que lo hagan, no tengo nada que ocultar. Falaz argumento, similar al de tantos estadounidenses que así justificaban las acciones de intervención ordenadas por la NSA. Sólo que en México, estas intervenciones no son ordenadas oficialmente por nadie. Son activadas extraoficialmente por todos y para los fines que convengan.
Así las cosas, urge debatir la privacidad y lograr que la sanción social a las prácticas de espionaje sea efectiva. La ley no se aplica (ni el que graba ni el que divulga son sancionados), la revancha se goza (qué bueno que los balconearon, ¡carajo!). Y en el ínter se cae a pedazos el pegamento social. Yo, por lo pronto, ya no hablo por teléfono ni con mi mamá. No vaya a ser.
Comunicadora y académica.
@warkentin