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Un reciente grafiti, a veces más sabio que muchos discursos, se lee en París en estos días: “On s’aide à l’amour, on cède pas à la haine!!” (Juego de palabras y sonidos que traducido al español quiere decir, “¡Nos ayudamos en el amor, no cedemos al odio!”). La tentación después de la barbarie del 13 de noviembre es clara: ojo por ojo, diente por diente. La violencia como respuesta a la violencia. La venganza como réplica natural al daño sufrido. Una espiral que sabemos cómo empieza pero que desconocemos como termina. Un tornado que puede arrastrar lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros.
Son muchos los que piden seguir este camino. Los entendemos. El dolor del momento es tan grande que las decisiones pueden ser tomadas en el impulso, en la emoción. El problema es que en esta dinámica, se corre el riesgo de aumentar el sufrimiento de miles de inocentes y brindar la iniciativa de nuestras acciones a los propios terroristas. Su victoria principal no consiste en conmocionarnos matando a jóvenes y niños: su triunfo más grande es que adoptemos sus criterios, es que abracemos su credo de destrucción y que los vivos pensemos que matar es nuestra única opción. Es decir, que abandonemos los mismos principios que nos han hecho lo que somos, y creamos que sólo nos queda la violencia como camino. Ese es el principal objetivo del terrorismo: destruir lo más digno de una persona: sus principios, sus valores… su vida.
El nuevo gobierno de Polonia, en voz de su ministro de Asuntos Europeos, Konrad Szymanski, anuncia que su país no admitirá más refugiados, como consecuencia de los atentados de París, y llamó a la Unión Europea a “reconsiderar” su sistema de cuotas para la reubicación de peticionarios de asilo en territorio comunitario.
El nuevo líder de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el republicano Paul Ryan, pide suspender la llegada de refugiados a su país. Junto con él, son ya 30 gobernadores que han prometido cerrar sus puertas a los que sirios que huyen de su país. Se anuncia una batalla política feroz, al tiempo que estas posiciones han cobrado su primera víctima: la agenda humanitaria internacional.
La compasión es vista como debilidad. La solidaridad, como bomba que explotará en las manos de quien la ofrece. Greg Abbott, el gobernador de Texas, escribió este lunes una carta al presidente Obama, en la que aseguró que “la compasión humanitaria estadounidense podría ser explotada”. “Nuestro país ha sido siempre acogedor, pero no podemos dejar que los terroristas se aprovechen de nuestra compasión”, aseguró el congresista Ryan.
La fuerza del terrorismo radica en que destruye los cimientos de nuestra humanidad. Su potencia no viene de sus bombas o de sus rifles Kaláshnikov dirigidos a paseantes inocentes. Su energía se alimenta de que nos empuja a adoptar su idioma, su credo y “su verdad”: la aniquilación como única respuesta, la destrucción como única alternativa.
Hoy, más que nunca, urge volver a leer a los grandes pensadores franceses, aquellos que han hecho crecer nuestra alma a lo largo de los siglos. Aquellos que, como Paul Ricoeur, en su memorable reflexión sobre El mal: un desafío a la filosofía y a la teología, nos recordaba que la libertad del hombre está destinada a existir frente al mal. Cueste lo que cueste. Signifique lo que signifique.
Senadora por el PAN