El próximo domingo 7 de junio se llevarán a cabo elecciones para diputados federales, locales, presidentes municipales y en el caso del Distrito Federal también para jefes delegacionales. Resulta indignante e irrisorio la vacuidad de las campañas políticas, su absoluta banalidad e inconsistencia, al carecer de plataformas programáticas viables así, como de ideas frescas y auténticamente transformadoras.
Todas ellas sin excepción se basan en frases huecas y en el lugar común de acciones inalcanzables, un repertorio gastado y caduco de falsas promesas y de superficiales deseos que de antemano se sabe resultarán incumplibles. Es de llamar la atención que dicha falsedad queda plasmada en las simuladas, rígidas, actuadas y photoshopeadas fotografías de los candidatos; la forma como pretenden conquistar el voto de los electores se basa únicamente en truquear su imagen fotográfica mediante una estética ajena a su persona, fenómeno que responde a una mercadotecnia semejante a anunciar pastas dentales o productos de consumo. En efecto, se promueve un producto altamente rentable; el gran negocio de la “representación popular” y, conociendo el descrédito social que padecen los partidos políticos, omiten el nombre de su partido en turno, o éste aparece disminuido en la proporción de la imagen, debido a la vergüenza que les implica asumirse como militantes del aparato político que los pretende catapultar, triste reflejo de una puesta en escena que no resulta más que una burda simulación de quienes realmente son.
La imagen ha sido a lo largo del tiempo una potente herramienta para acercarse a los ciudadanos, para generar identidades y desde luego también para manipular conciencias; sobran ejemplos a través de la historia del manejo que han hecho la política y el poder para manipular signos, símbolos e íconos culturales con el objetivo de atraer adeptos y lograr beneficios, ya se trate de ventajas políticas, económicas o religiosas. Diversos ejemplos han respondido a una creatividad perversa, pero sin duda conocedora y consciente de las fibras sensibles que pueden tocar a los receptores o destinatarios de ciertas campañas, lo anterior corresponde a momentos de crispadas luchas ideológicas y políticas que debido a su efervescencia, las ideas puestas a debate resultaban atractivas para los electores. Lo que hoy observamos es todo lo contrario, no existen ideas que confronten alternativas para los distintos caminos que la sociedad requiere, las convicciones e ideales de los partidos políticos se han desdibujado y no ofrecen diferencia alguna entre ellos, más bien muestran una enorme semejanza, son semejantes en su clara descomposición y en el anhelo desmedido por mantener sus cotos de poder.
Triste realidad la de nuestro sistema político electoral de partidos, jamás se imaginaron los artífices de las nuevas estructuras “democráticas” nacionales por bien intencionados que fueran en su momento, del monstruo que se iría a generar; hoy nuestro sistema electoral está colmado de institutos, tribunales, magistrados, observadores, diputados, senadores, representantes, partidos y organismos políticos que significan una carga brutal económica y social para el desarrollo de la nación.
Habría que pensar bien sobre la utilidad de todo ese aparato y la parafernalia que son los procesos electorales en México. Pero más grave aún, amén de los estratosféricos costos que significan y de la posibilidad de utilizar tales cantidades millonarias de recursos para invertirlas en un verdadero desarrollo del país, resulta una burla para los ciudadanos el falsear, truquear, simular y pretender ser otras personas. Photoshop es un programa informático para editar imágenes, metafóricamente es una tienda de imágenes; y las campañas políticas se han convertido en un escaparate de fotos sin sustancia, en cirugías plásticas visuales, en un vacío que no puede ocultar su carencia de contenido.
Arquitecto.
@Felipe Leal_Arq