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Resulta ya un lugar común asociar el ruido y sonoridades urbanas a los motores de los vehículos, de sus escapes, cláxones, sirenas, alarmas, altavoces, así como a las naves que sobrevuelan como helicópteros, aviones y demás dispositivos. Los anteriores artefactos suelen acompañar nuestro vaivén cotidiano en el escenario urbano en sus espacios exteriores o a cielo abierto, son ante todo generadores de ruidos y no precisamente de sonidos armónicos, y de alguna u otra manera los hemos asimilado como una característica urbana.
Pero además de los espacios abiertos detengámonos un poco a analizar lo que escuchamos en recintos cerrados, ya se trate de supermercados, almacenes, sucursales bancarias, restaurantes, cafés, consultorios médicos, cines, oficinas públicas, centros comerciales, terminales de transporte, incluso hasta en los hospitales, y qué decir en los medios de transporte como autobuses, Metro, metrobús, taxis y demás. En todos ellos reina una polifonía nada grata de sonidos que pretenden estimular el consumo, el entretenimiento y una supuesta ambientación. Lo llaman “sonido ambiente” y no resulta más que en efectos perturbadores que alteran al usuario de dichos ámbitos sin que lamentablemente la mayoría de ellos lo perciba. Así como nos hemos vuelto ciegos ante muchos infortunios urbanos y arquitectónicos, ahora de forma análoga nos hemos convertido en deficientes auditivos o sordos ante el permanente agravio al que están sometidos nuestros oídos.
Al entrar y permanecer en el interior de un lugar cerrado uno es víctima inmediata de bocinas, altavoces, monitores televisivos con altos volúmenes, la vocación de los espacios se ha desvirtuado, se acude a un restaurante a comer, conversar y escuchar a quien o quienes lo acompañan, no a estar envueltos por televisores encendidos o música a altos decibeles, al igual que en la antesala de un aereopuerto o de un consultorio médico, paradójicamente sitios donde se acostumbraba leer durante la espera.
Casi todos hemos experimentado, y cada día es más común, que al atender una llamada por celular, si uno se encuentra en un sitio con las características mencionadas, resulta inaudible —independientemente a la mala señal imperante—, ya que tendemos a taparnos el oído contrario al del auricular y movernos incesantemente para evitar la perturbación sonora dominante en el entorno, la bocina del teléfono registra el ruido externo y nos lo devuelve por el oído, opera como un sensor que monitorea el ambiente envolvente. Podemos nombrar a este fenómeno como la antiacústica urbana, aunado a que la mayor parte de los materiales aplicados en los espacios de consumo son altamente reflejantes acústicamente.
Padecemos un uso y abuso desmedido de estímulos sonoros, existen normas ambientales en cuanto a los niveles e intensidades de ruido, pocas o ninguna desafortunadamente se cumplen, no es necesario legislar, es urgente crear conciencia entre los ciudadanos, exigir que se cumpla la ley y que se apliquen las sanciones correspondientes.