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En estos días se discute en foros amplios el contenido más sustantivo de la reforma educativa. Al haber participado en lo tocante a las organizaciones de la sociedad civil, puedo atestiguar que fue una experiencia enriquecedora y sin duda útil para nutrir el contenido de la propuesta gubernamental. En términos generales considero apropiada la propuesta del modelo educativo, pues coloca la escuela al centro de la labor educativa. Alguien en el foro dijo que debería ser el “epicentro” de todo el sistema. En ese espacio —que asimismo es de aprendizaje— participan maestros motivados, interesados en los alumnos, en que haya escuelas dignas y con participación acotada de padres de familia. Sin embargo, no todo fue hojuela sobre miel, pues hubo una preocupación unánime: en el modelo se margina la figura del director (a) de la escuela.
Durante la discusión en el foro, se subrayó la importancia de la dirección a nivel de escuela. Los directores son —o deben ser— líderes que estimulen a los jóvenes y a los maestros, además, deben ser capaces de lograr la sana interacción con padres y autoridades superiores del sistema. Deben tener capacidades administrativas y de trabajo en equipo y no sólo esto: quien dirige una institución debe ser autoridad moral y ejemplo para los jóvenes y para los maestros. El perfil sin duda es uno específico que debe buscarse en forma especial. La importancia de su trabajo así lo demanda. Si bien es cierto que no puede haber buenas escuelas con malos maestros, tampoco hay buenas escuelas con malos directores. Así como los maestros, los directores son esenciales para el buen desempeño de “la escuela”, epicentro del nuevo sistema educativo.
Por todo lo anterior, preocupa que los directores no estén considerados en forma específica en el modelo que la SEP propone. Éste debería contener todo un capítulo sobre el perfil del director, método para su designación y tipos de evaluación para su permanencia en el puesto. Eso falta en el modelo y no sólo falta: es fundamental.
Con ajustes como el que aquí comento, y seguramente muchos más que aparezcan en los foros y que esperemos que las autoridades tomarán en cuenta (la interfase entre los foros y la SEP está constituida por el CIDE, que sistematizará todas las opiniones recogidas en los foros y entregará un reporte a la SEP con recomendaciones para su posible inclusión en el modelo educativo y en la curricula), habremos desarrollado una parte esencial de la reforma educativa.
No es asunto trivial: la educación mediocre, sin pertinencia para los educandos y para la sociedad en que se desarrollará, con directores y maestros no aptos para semejante tarea, asegura la perpetuación de la pobreza y la desigualdad. La educación sin calidad es uno de los mayores obstáculos a la movilidad social. De acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional de Movilidad Social (EMOVI) levantada por el CEEY, 16% de las personas que nacen en el 20% más pobre de la población termina la secundaria, 6% termina la preparatoria y sólo 5% culmina una carrera universitaria. En otras palabras, 7 de cada 10 que nacen en un hogar pobre tendrán posibilidades de éxito más que limitadas a causa de los bajos niveles de logro educativo, mismos que, en buena parte, se deben a la mala calidad de la educación básica que reciben los niños. Al tener una educación que no pasa de la secundaria, la mayoría de estas personas recibirá un salario acorde con ese nivel de escolaridad: 76% en promedio de lo que recibe quien termina la preparatoria y 47% (menos de la mitad) en relación a quien termina estudios superiores (y sólo 30% de quien termina un posgrado).
Pero estas cifras son el promedio a nivel nacional. Con estimaciones indicativas, en los estados de Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas, en donde se concentra la oposición a la reforma educativa por parte de la CNTE, en donde hay más faltas a las clases, en donde es más cuestionable la calidad de las escuelas, el logro educativo de los niños de ese mismo estrato social parece ser más bajo que el promedio del país. Cifras preliminares muestran que en esos estados sólo 14% termina la secundaria, 5% la prepa y menos de 3% la universidad. Hay indicios fundados de que las posibilidades de movilidad social en esos estados es, por tanto, menor.
Si bien la educación no es el único motor de la movilidad social, sí es el más importante. Por ello, la reforma educativa, y en particular el modelo educativo adicionado con la importancia que merece la figura de director, es tan crucial. Se trata del camino más importante para romper círculos viciosos que impiden la movilidad social y perpetúan la pobreza generación tras generación.
Centro de Estudios Espinosa Yglesias, A.C.
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