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Shakespeare, nuestro contemporáneo
Títulos: Obra completa: Romances/ Dramas históricos/ Tragedias/ Comedias/ Poesía(s)
Autor: William Shakespeare
Editorial: Debolsillo
Para quienes se deleitan con la trama, las anécdotas, los personajes, Shakespeare tiene para todos: historias de amor feliz, amor desdichado, amor que no tiene principio ni fin, que sucede con espontaneidad y se acaba con la muerte de los protagonistas. Si sus tragedias son célebres (y unas no son tan trágicas), sus comedias son muy disfrutables, y tan modernas que Kenneth Branagh (el shakespereano que también interpreta a Wallander) hizo Love’s Labour’s Lost (Trabajos de amor en vano en esta nueva edición) con ambiente de comedia musical con el tono festivo de las cintas de Fred Astaire; una de sus obras más célebres, Sueño de una noche de verano lo han filmado casi 10 veces, incluida una paráfrasis de Woody Allen (en Todo lo que quería saber del sexo… Allen parodia la más famosa de las escenas de Hamlet). Sus romances parecen mucho más contemporáneos que las cintas mexicanas y hasta algunas estadounidenses que se los fusilan no muy disimuladamente. Menos difundidas, pero con los personajes más sólidos de toda su obra, Shakespeare es modelo para historiadores que basan sus estudios en el carácter de un personaje sometido a las vicisitudes de su ámbito, y las reacciones que provoca en los demás, incluidas las masas anónimas.
Los datos de su vida, lo menos importante de Shakespeare, son inciertos: que no sólo escribía, a veces en colaboración, montaba y dirigía sus obras, y a veces actuaba en ellas; no se sabe mucho más, al menos con precisión, y no pocos atribuyen sus obras a otros autores (por ejemplo, el soneto “Live with me and be my love” se parece al soneto de Marlowe “Come live with me and be my love”), lo que era muy común en esa época, que adaptaban, para un público específico, comedias o dramas de otros.
Para quienes la obra de Shakespeare es más que los temas y las tramas, es apasionante porque realizó experimentos muy audaces, por ejemplo, el teatro dentro del teatro; lo complejo del comportamiento de los personajes, el desarrollo de las bajas pasiones, de la ambición, de la tragedia inevitable, de la traición, y lo irresistible de la atracción sexual que no pocas veces desemboca en odio, celos, frustración.
Por fortuna, no ha habido intentos de modernizar el lenguaje [aunque sí las obras, que colocan en la época actual pero siguen usando los parlamentos en verso (Romeo y Julieta con Di Caprio)], como lo han hecho ya con El Quijote. Hay varias ediciones asequibles en inglés, pero traducirlo al español ha sido una tarea no siempre afortunada; lo más cercano en cuanto a la obra completa lo hizo hace más de 50 años Aguilar, pero en prosa no muy certera.
Acaba de imprimirse en México toda la obra atribuida a Shakespeare, en cinco tomos muy manuables, divididos en Tragedias, Romances, Comedias, Dramas históricos, y un apreciable tomo con su Poesía; tuvieron la buena cabeza de tomar, y no encargar, las mejores versiones disponibles; todas de la segunda mitad del siglo XX y lo más cercano posible al verso shakespereano; por desgracia dejaron fuera la excelente versión de Romeo y Julieta de Pablo Neruda y pusieron una que hace decir a Julieta que “va a por”; despreciaron (o desconocen) la paráfrasis de Macbeth de León Felipe, mucho mejor que la incluida de García Calvo.
No todas las versiones son buenas ni todas son malas, pero en algunas desvirtúan; no es lo mismo decir “si otro título damos a la rosa, con otro nombre nos dará su aroma” (Neruda) que “lo que llaman rosa con otro nombre olería igual” (Jaumà), ni “decirte adiós es un dolor tan dulce que diré buenas noches hasta el alba” (Neruda) que “qué dulce es esta despedida: diría adiós hasta que sea de día” (Jaumà).
Otro desacierto: Tomar una traición de José María Valverde, que echó a perder Ulises y Moby Dick.
Sorprende que seis de las versiones sean las de Nuestros Clásicos, a cargo de María Enriqueta González Padilla, que atiborran las bodegas de la UNAM y sólo las sacan para las ferias. Están presentes Federico Patán, Tomás Segovia y Luis Cernuda, así como el cubano Pablo Armando Fernández; es notorio el esfuerzo por seguir el ritmo del verso de Shakespeare que no se pierde ni siquiera con la prosa modernizada en Enrique IV, muy argentina.
La edición es bella, desde las portadas y los interiores rinden homenaje a las publicaciones inglesas; la tipografía es legible, prácticamente limpia, y el tomo de Poesía(s) elegante; busca la rima, o cuando menos el verso consonante, y conserva la frescura que hace de Shakespeare nuestro contemporáneo: no condena a sus personajes, y si los castigan por su ausencia de castidad, no es el autor, son las masas odiosas, irreflexivas, o el destino; las mujeres, al contrario de otras obras contemporáneas, tienen deseos y luchan por satisfacerlos, así sea su único acto libre y a veces el último; (Cleopatra, Julieta, Lucrecia); es notorio que tienen la simpatía del autor y son quienes dicen los mejores parlamentos (Romeo es un pazguato al lado de Julieta); y si son ambiciosas, lo son hasta la maldad y la locura; ellos dudan y se arrepienten.
Lo que plantea sigue vivo, lamentablemente actual; Shakespeare no quiso enseñar ni juzgar, pero hemos sido incapaces de aprenderle todo.