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Una joven fue encontrada muerta en la UNAM. De las primeras indagatorias de la Procuraduría capitalina conocimos que se trataba de una chica con problemas de alcoholismo y drogadicción. Eso colocaba el caso, en automático, en otra categoría. En el cajón de los mexicanos prescindibles, de los que no ameritan nuestra indignación, ni una investigación seria y profesional por parte de las autoridades. A eso nos hemos acostumbrado: a irnos tranquilos a casa asumiendo que los muertos en este país merecían ese desenlace.
Este 2017 pinta mal. En tan solo el primer trimestre se han contabilizado más de 6 mil 500 muertes violentas. Si la tendencia se mantiene, alcanzaremos el número del 2011, el año más violento en México en la posrevolución. Pero hay una diferencia sustantiva entre estos dos momentos. En el 2011 la violencia movilizaba a la sociedad mexicana. Había un reclamo a favor de la vida. El movimiento por la Paz y Dignidad, las mesas convocadas desde presidencia para escuchar a familiares, las demandas sonoras por un cambio de estrategia que implicara menos costos en vidas humana, eran todas expresiones de ello. Hoy el silencio. La violencia se ha normalizado. Podemos vivir y proseguir como si nada ocurriera a pesar de que tenemos tasas de homicidios en los rangos de epidemia.
Ante el tamaño del reto, hoy no tenemos un plan o una estrategia bien decantada. Sabemos, porque se anunció, que se atiende a los municipios más violentos del país. ¿Cómo? ¿Con qué instrumentos? No lo sabemos. En materia de violencia y seguridad hoy nuestros debates se consumen en definir el papel de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad. A pesar de que sabemos que esto no es la solución. La inercia es difícil de vencer sobre todo cuando no hay liderazgo, ni plan, ni un objetivo claro. Pareciera que vamos a la deriva. Y lo toleramos.
Convencidos de la necesidad de salir de la realidad en la que estamos, un grupo nutrido de organizaciones de distinto signo y origen hemos lanzado la campaña México Sin Homicidios (#MXSinHomicidios). El objetivo de esta iniciativa es recordarnos que el fin último de cualquier Estado es la preservación de la vida. Esta es la base de nuestro contrato social. Por tanto, la reducción de homicidios debe ser la prioridad y el eje de toda estrategia en materia de violencia e inseguridad. Las razones son de índole humanitario: detener el dolor y las pérdidas. Ya son insostenibles. Pero también hay razones de naturaleza práctica: no hay posibilidad de progreso si no contenemos esta epidemia.
La campaña en México forma parte de la iniciativa regional que involucra a distintos países en América Latina. Somos la zona más violenta en el mundo. A nivel regional la campaña lleva el nombre de Instinto de Vida. Sí, es deliberadamente un reclamo a favor de la vida. Por eso se propone la meta de reducir los homicidios dolosos 50% en 10 años.
La campaña tiene dos componentes. El primero es la construcción de un foro colectivo en el que se viertan las mejores ideas y propuestas para dar forma a una estrategia explícita de política pública para la reducción de homicidios. Contamos ya con un planteamiento base que confiamos pueda enriquecerse con la participación de más especialistas y de autoridades. Se trata de un diálogo que sume y no confronte a las partes.
Un segundo componente es la concientización como antídoto a nuestro estado de sedación. Para ello estamos convocando a una marcha digital en la que pedimos un minuto de silencio por las más de 22 mil personas asesinadas en el 2016. Un minuto de silencio por cada una de ellas, representan 16 días de silencio. Necesitamos de ese silencio ensordecedor, como lo escribió Javier Risco en un tuit, para despertar.
Mi silencio va en memoria de la chica asesinada en la UNAM y su familia, y por que nunca más un procurador, una autoridad, pretenda colocarla en el cajón de los mexicanos prescindibles. Porque sin ella y los más de 200 mil mexicanos asesinados en los últimos 10 años no estamos completos.
Directora de México Evalúa.
@EdnaJaime @MexEvalua