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El libro de Steven Pinker titulado El instinto del lenguaje fue publicado en 1994, de modo que llegó al español casi dos décadas después, en la traducción que Alianza Editorial publicó en 2012. Es la edición que leí; es la que comento aquí.
No se trata de una reseña, que sería muy tardía; sino de un módico apunte sobre temas que este libro aborda brillantemente: observaciones de un lector de a pie, de un aficionado a las “minucias del lenguaje”, como decía José G. Moreno de Alba. Creo que las llamaba así aunque para él, como buen lingüista, eran asuntos de la mayor importancia; es una actitud que a veces descubro en los académicos: “Mi tema es una cosa chiquita”, “lo que hago a nadie le importa”, y declaraciones por el estilo.
Steven Pinker, psicólogo experimental de Harvard, no era un desconocido para mí: lo había visto y escuchado en un par de “conferencias TED”, y me habían impresionado su aplomo y la claridad de su exposición. Un amigo mío, el poeta Daniel Moctezuma, me regaló hace unas semanas El instinto del lenguaje. No se lo he agradecido suficientemente.
Por razones obvias, he leído acerca de la historia de la lengua española (Lapesa, Alatorre); también, hace muchos años, algunas obras de lingüística. Le di un buen repaso a las investigaciones de Noam Chomsky; desde luego, junto a los libros de Benveniste, Sapir, y unos cuantos más; a la cabeza de todos, el legendario Curso de Ferdinand de Saussure. Nada de qué alarmarse: fueron lecturas dispersas, poco metódicas, hasta cierto punto provechosas. Por lo menos me dieron un poco de consciencia acerca de las complejidades en ese campo tan vasto y tan exigente: el estudio científico del lenguaje.
Una cantidad enorme de gente medio leída ha oído hablar de los 400 nombres que tienen los esquimales para la nieve. Es lo más parecido a una “leyenda urbana” en el estudio del lenguaje. Pinker le dedica páginas muy divertidas a desmentir esos inventos; lo hace sin perder de vista su tema general, desde luego: su libro no recoge anécdotas porque sí, sino para ilustrar lo que va explicando, analizando, relatando. Así como el Gran Fraude del Vocabulario Esquimal, El instinto del lenguaje está lleno de citas de la cultura popular, de palabras de escritores célebres, de historias chuscas e intrigantes. Todo eso no disminuye un ápice su seriedad, lo cual lo convierte en un libro excepcional. El subtítulo explica y precisa el tema: “Cómo la mente construye el lenguaje”.
Steven Pinker estuvo, intelectualmente hablando, cerca de Chomsky y luego se alejó de él; pero le reconoce un magisterio grande, indiscutible. Utiliza con soberana libertad los árboles de la gramática generativa; pero los ajusta, corrige y adapta para los fines de su libro, lo cual me parece admirable. Eso sí: no le interesa en absoluto la política de Chomsky, por la que parece sentir un desagrado que apenas es capaz de disimular.