Más Información

Entran en vigor aranceles del 25% a México y Canadá; Trump denuncia “fracaso” de ambos países para frenar flujo de drogas

China responde a Trump con aranceles del 10 % y el 15 % a productos agropecuarios de Estados Unidos; Washington acusa inacción de Beijing de frenar el fentanilo

Así presumió Aureoles los cuarteles que construyó, según denuncia, a sobreprecio; tenían casa para alojar al gobernador

Gobierno de Tlaxcala no reconocerá como tlaxcaltecas a los 9 cadáveres localizados en Oaxaca; esperarán resultados de peritaje

Trudeau anuncia aranceles de 25% contra 155 mil mdd de productos de EU; así es como Canadá responde a las amenazas de Trump

Jefe de gobierno de Ontario amenaza con “cortar electricidad” a estados de EU si Trump impone aranceles; "debemos ser el doble de duros”
La primera vez que lo vi fue en el papel de un mago británico del siglo XIX, medio timorato y muy arrogante: el señor Norrell, personaje de la novela de Susanna Clarke, Jonathan Strange & Mr. Norrell, una de esas obra maestras a las que les toca estar “fuera del canon” por la peregrina razón de que son, ¡horror!, “literatura fantástica”. Los canonistas, seres aburridos hasta la irrisión, gente adocenada, prefieren un puñado de doradas mediocridades e ignoran minuciosamente todo lo que pueda moverles sus sacrosantas categorías, impuestas por el sangrón señor Harold Bloom y aceptadas con servilismo por ellos. A Clarke y a sus lectores ni nos va no nos viene. Con buen juicio, la BBC hizo una preciosa serie de televisión con la novela y allí descubrí a Eddie Marsan, en uno de los dos papeles principales. Su señor Norrell es formidable: con su peluca y sus trajes de falso aristócrata, y en medio de un fáustico negocio con el rey de los elfos, hace una figura inolvidable.
No es frecuente encontrarse un actor excepcional en estos tiempos en que la producción en serie alcanza también los territorios de lo que, quizás de modo excesivo, llamamos “creación individual”. Digo esto porque los actores no se mandan solos, como otra clase de artistas; tienen una relación intensa con los escritores, guionistas o libretistas, además de los directores y hasta los productores teatrales, cinematográficos o televisivos. Si uno destaca por evidentes méritos propios, irreductiblemente propios, llama de verdad la atención. Es el caso de Eddie Marsan.
Y aquí una confesión, de todo punto necesaria: nunca he visto una película donde él aparece; o mejor dicho: he visto unas cuantas donde tiene papeles secundarios pero no retuve ninguna imagen suya, ningún parlamento memorable; es como si no lo hubiera visto ni escuchado. Mi experiencia como espectador de su trabajo es de dos series de televisión que no pueden ser más diferentes, una norteamericana y la otra inglesa (ésta ya la mencioné, líneas arriba): la adaptación que hizo la BBC de la novela de Susanna Clarke y la serie de Showtime titulada “Ray Donovan”, encabezada por el seriezote Liev Shcreiber y por Jon Voight, en un papel siniestro.
El papel de Eddie Marsan en “Ray Donovan” es el del hermano del protagonista principal: Terry Donovan. Es un personaje a quien, como decía André Gide de sí mismo, los extremos lo tocan. Es sombrío y enternecedor, de una portentosa rigidez moral pero a la vez cómplice en un robo a mano armada, enfermo y colosalmente fuerte, enamoradizo y solitario radical. Padece el Mal de Parkinson y quizá su parálisis agitante es un sesgado y paradójico homenaje a Cassius Clay, pues Terry Donovan es un boxeador frustrado, cuya carrera fue interrumpida de mala manera por su malévolo padre, Mickey (Jon Voight).
Ver actuar a Eddie Marsan es una delicia. Es un admirable y extraño compendio de fragilidad y fuerza.