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El jueves 3 de septiembre diluvió sobre la Ciudad de México. Parecía, como suele decirse, que el cielo se derrumbaba. Yo tenía que ir al aeropuerto a recibir a mi esposa. Salí de Coyoacán una hora y media antes del aterrizaje del avión: no pude llegar a tiempo, pues me atrapó el embotellamiento.
En Mixcoac, esa misma tarde, se inauguraba una importante exposición de Vlady en el centro que lleva su nombre; pensé que nadie sería capaz de llegar, que los invitados se precipitarían en las trampas del tráfico impasable, que la inauguración quedaría desangelada; pues no: llegaron un montón de invitados y aquello fue una fiesta. Los compañeros del Centro Vlady, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, encargados de montar la exposición, quedaron satisfechos, contentos. Dos o tres nombres de los responsables deben quedar aquí: la curadora, Silvia Vázquez; el profesor Claudio Albertani; la promotora cultural Araceli Ramírez.
La exposición se llama Demonios revolucionarios y es una de las mejores que he visto en mucho tiempo. Claro que no se trata para mí de una novedad: Vlady es un pintor a quien he admirado por larguísimo tiempo y a quien traté amistosamente durante una temporada. Sus cuadros, sus dibujos, sus cuadernos forman parte de unas curiosas avenidas laterales del arte moderno; no está en el mainstream por una serie de extrañas razones: fue condenado por los artistas de izquierda debido a su feroz antiestalinismo, y por los de la derecha o el centro pues resultaba demasiado explosivo debido a sus temas revolucionarios.
Lo cierto es que es un artista formidable, muy dotado —tenía la “mano santa” de los dibujantes geniales, al mismo tiempo veloz y precisa—; un visionario que exploraba obsesivamente el pasado; un hombre que no trabajaba para complacer a nadie sino a sus demonios: sus Demonios revolucionarios.
Dice bien Claudio Albertani: conocer la obra literaria de Victor Serge, padre de Vlady, nos permite entender mejor a este; en ambos el problema inmenso de “la revolución que se devora a sí misma” fue el centro irradiante de sus trabajos novelescos y polémicos, en el caso de Serge, plásticos y formales, en el de Vlady.
Demonios revolucionarios exhibe cuadros, dibujos, grabados y páginas de los cuadernos del artista. Conviven asombrosamente, allí, el asesinato de Trotsky y figuras de la mitología judeocristiana, como Judith, justiciera de Betulia, decapitadora de Holofernes. Comparecen imágenes transfiguradas de la historia, personajes grotescos, individuos sublimes. Vlady creó sus propias simbologías y se relacionó intensamente con la historia de la pintura; decía: “Tiziano es el Hegel de la pintura”. Nunca dejó de pensar y de pintar: para él, eran actividades paralelas, cuando no simultáneas.
Esta exposición extraordinaria estará abierta al público hasta el 30 de noviembre. El Centro Vlady está en Mixcoac, en la calle Goya número 63.