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Felicidades señoras, niñas, señoritas, chavas, manas, tipas, peladas, y güeyes y pirrurris (o mejor, güeyas y pirrurras): hoy es su día. Las felicito porque cuando uno se dirige a ustedes no hay necesidad de decir “los y las”, con el “las” basta. Las felicito porque, además de usar pantalones, bermudas, leggings, shorts o lo que se les ocurra, ustedes usan a veces falda.
Feliz día de la falda, en todas sus formas, el enredo, la mini, el vestido, la crinolina, etc. Felicito también a las personas que decidieron llevar falda y adquirir atributos de mujer y pasaron por todos los caminos médicos necesarios para conseguirlo, también yo las celebro hoy.
Felicito a todas las mujeres porque la celebración del Día de la Mujer está muy cargada de energía por su historia. El primer Día Internacional de la Mujer que se celebró fue en Nueva York en 1909, el último domingo de febrero, día declarado por las socialistas americanas “Día Nacional de las Mujeres”, pero ya en 1907, en Stuttgart, Clara Zetkin (cofundadora con Rosa Luxemburgo de la Liga Espartaco) había convocado a una reunión de mujeres socialistas para demandar igualdad de derechos para las mujeres, en todos los aspectos de la vida.
Las felicito por el pasado pacifista de su día: el sábado 25 de febrero de 1911, en Carnegie Hall, una mujer (Bertha Fraser) tronó: “... las mujeres no pueden ser soldados. Lo que es más, cuando tengan la boleta en mano, la usarán para hacer la guerra imposible”. En Bostón, en 1911, las socialistas convocaron a las sufragistas a la manifestación del Día de la Mujer. Todas vestidas de blanco, una multitud de mujeres —más socialistas que sufragistas— demandaron un alto a la guerra.
No era un juego el día de la mujer. El 7 de marzo de 1915, en Suiza, convocadas por Clara Zetkin (cofundadora con Rosa Luxemburgo de la Liga Espartaco), se celebró una gran manifestación de feministas pacifistas de varios países europeos, tanto neutrales como en guerra, lo que convertía a las de los segundos automáticamente en traidoras a sus patrias —y todas lo eran a sus partidos—. Al volver a sus países, las mujeres distribuyeron el manifiesto pacifista clandestino, “los trabajadores no tienen nada que ganar con la guerra. Llevan todas las de perder, todas, perderían todo lo que les es queridos”. Muchas fueron encarceladas.
También en 1915, un periódico (New York Call) publicó la fotografía de una mujer y su hijo en una ciudad devastada por la guerra. El pie de foto decía: “¿Las mujeres votarían por esto si tuvieran derecho al voto?”.
También en 1915, en Nueva York, se presentó la obra de teatro de Marion Craig Wentworth, War Brides. Una adaptación se filmó el mismo año: en un reino imaginario, cuatro hermanos van a la guerra. Joan (en la obra de teatro, Hedwig), la esposa de uno de ellos, está embarazada. El gobierno decide que todas las mujeres deben casarse con los soldados que están a punto de salir al frente, ser “War Brides”, para abastecer al país, con sus hijos, de futuro. Joan decide que no dará a luz, a menos que el rey acepte interrumpir la guerra, porque su hijo no será carne de cañón. Encabeza un contingente de mujeres para ir a ver al rey. Dice (en la obra de teatro): “¡Ustedes nunca nos preguntaron si queríamos esta guerra, y sin embargo nos piden cosechar, cortar la leña, mantener en pie el mundo, quebrarnos el lomo, esclavizarnos, y esperar, y agonizar, y perderlo todo, y además darles a luz más hombres, y más y más, para ser pasados por las armas!” El rey responde que siempre habrá guerra. Y Joan, cumpliendo su palabra, se da un tiro. Las mujeres la llevan en andas, y continuan con su lucha pacifista.
En 1917, Alexandra Kollontai (que sería en los 30 embajadora soviética en México), encabezó una manifestación el 8 de marzo (de nuestro calendario) que desencadenó desobediencia civil, represión brutal y después la abdicación del Zar. Y a partir de entonces, en la misma fecha, gracias a Clara Zetkin, se instauró el Día de la Mujer en los países socialistas. El resto del mundo retomaría la celebración hasta los 40.