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He decidido aprovechar la coyuntura del anuncio de ayer sobre la remisión al Senado del nombramiento de Miguel Basáñez como embajador de nuestro país en Estados Unidos, así como la discusión que se ha dado sobre la relación bilateral México-EU a lo largo de estos cinco meses —e incluso en años recientes— para argumentar por qué dos muletillas que han caracterizado el análisis y debate en algunos círculos académicos y de opinión sobre la agenda mexicana, al decir que ésta se encontraba “narcotizada” y que durante el sexenio anterior “no se hizo nada por promover la reforma migratoria en EU”, carecen de sustento alguno.
No pretendo argumentar que la cooperación contra el crimen organizado trasnacional no fue —y sigue siendo— un factor relevante de la agenda mexicana con EU. El énfasis en ahondar el diálogo bilateral en ese tema estuvo determinado ciertamente por las circunstancias que vivía el país y la agenda gubernamental del momento. Pero de igual manera estuvo predicado en la necesidad de impulsar un paradigma de responsabilidad compartida —objetivo que se logró por primera vez en la relación— para enmarcar las acciones contra el crimen que opera de los dos lados de la frontera y en ambos sentidos (drogas hacia el norte, armas y dinero en efectivo hacia el sur). No obstante, la prioridad que se le dio no equivale a que la agenda bilateral estuviese maniatada por el tema y no debe inferirse que por el hecho de que en México fuese el tema central del debate nacional, la agenda con EU no tenía horizonte estratégico. Ningún país en el mundo tiene, en virtud de una frontera terrestre de más de 3 mil kilómetros, 35 millones de mexicanos y mexicoamericanos viviendo en EU y $1.4 mil millones de dólares diarios de comercio bilateral, la amplitud y complejidad de agenda que México y EU comparten. No hay manera de ‘monotematizar’ la agenda porque la agenda misma no lo permite. Y si ése hubiese sido el caso, no se podría haber avanzado, por citar sólo algunos ejemplos, en la solución de disputas comerciales de larga data como el autotransporte, el atún o el etiquetado de origen, o nuevos como el tomate y el camarón. Si la banda-ancha de la agenda mexicana hubiese estado copada por el tema de la cooperación antinarcóticos, no le habríamos dado la vuelta a uno de los diferendos históricos de la relación como el Canal Todo Americano y sentar de paso las bases para un acuerdo histórico sobre el río Colorado que hoy es visto como caso emblemático para toda negociación internacional en materia de recursos acuíferos. Tampoco habríamos logrado un acuerdo clave en materia de yacimientos transfronterizos en el Golfo de México —con el apoyo pleno del Senado mexicano— que hoy da certidumbre a lo que será la eventual licitación y explotación común de yacimientos de petróleo en esa zona. Y no se habría podido impulsar un acercamiento exitoso con las organizaciones cupulares hispanas o articulado una agenda agresiva de promoción de cultura y de nuestras industrias culturales. Tan es así que el actual gobierno mexicano ha podido llevar a buen puerto varios de esos temas que se comenzaron a atacar el sexenio pasado.
Y qué decir del argumento de que se abandonó todo esfuerzo por cabildear una reforma migratoria. Muchos, por desconocimiento o mala fe, confundieron la discreción y el trabajo por debajo del radar —que es donde se debían y deben ubicar nuestros esfuerzos en términos del contexto político del debate en EU— con la inacción. Nada más alejado de la realidad. Los propios actores estadounidenses en el tema lo pueden ratificar: México laboró denodada e inteligentemente en profundizar las alianzas con congresistas y con organizaciones de la sociedad civil que cabildean a favor de una reforma, y en desplegar nuevas formas de activismo a nivel estatal y municipal creando alianzas ahí y, en un giro significativo, litigando mediante el recurso de ‘amigo de la Corte’, en contra de las iniciativas estatales antiinmigrantes que pulularon en esos años. Si un embajador o un cónsul estadounidense en México hubiese hecho o dicho una cuarta parte de lo que se hizo y se dijo en esta materia desde la embajada mexicana y sus consulados, a lo largo y ancho del espectro político mexicano se habría clamado por la expulsión de los diplomáticos estadounidenses en México.
Esto demuestra que el próximo embajador mexicano en EU tendrá —como ha sido el caso en el pasado— que mascar chicle, chiflar y caminar de manera simultánea para seguir impulsando de manera integral la relación más trascendental de México en el mundo. Basáñez tiene las herramientas para hacerlo. Le deseo la mejor de las suertes y el éxito en su encomienda.
Embajador de México.
@Arturo_ Sarukhan