“Sólo hay dos fuerzas en el mundo, la espada y el espíritu. A largo plazo, la espada siempre será conquistada por el espíritu.”
Napoleón Bonaparte
Un diagnóstico más completo en torno a quién pudo haber desencadenado el horror en París ha ido surgiendo en las postrimerías de los ataques terroristas que el viernes asolaron a la capital francesa. Daesh (por sus siglas en árabe), también conocido como ‘Estado Islámico de Irak y Levante’ (que de ‘Estado’ no tiene nada), ha reivindicado los atentados. Si esa vinculación directa se confirma —incluyendo posiblemente el atentado contra el avión ruso en Egipto y muy probablemente los ataques suicidas en Beirut— estas acciones abren interrogantes sobre cómo está transformándose y los retos que ello conlleva para Europa, Estados Unidos y el mundo.
De entrada, hay que subrayar que Daesh no es estrictamente un grupo terrorista. Es ante todo un proyecto político, nutrido por la barbarie y apoyado en el terror como herramienta. Viene gestándose hace una década por lo menos y ha recibido una bocanada de oxígeno con la catástrofe geopolítica que representa la descomposición de Irak y más recientemente de Siria. Había estado enfocado, hasta ahora, en librar una guerra de guerrillas en contra de Bagdad y Damasco, la oposición y fuerzas rebeldes moderadas sirias, grupos locales kurdos y poblaciones musulmanas consideradas como enemigas o infieles. Los ataques en París no cuadran en principio con este patrón y por ende podría ser aún prematuro ratificar que los ataques en Francia fueron orquestados por la cúpula de Daesh, si bien es un hecho que su naturaleza parece descartar la posibilidad de que sean obra de individuos actuando en solitario. Sin embargo, de corroborarse sería —junto con la amenaza emitida este lunes de atacar suelo estadounidense— la primera ocasión en que Daesh conduce un atentado sofisticado y relevante fuera de su teatro natural de operaciones. Ello tendría consecuencias significativas por el cambio que implica transitar de una estrategia regional a una global, a la vez que podría constituir una vulnerabilidad. Daesh construyó su éxito, al igual que Al Qaeda, en golpes mediáticos y el uso sofisticado de redes sociales para reclutamiento y propaganda. Pero a diferencia de Al Qaeda, busca crear un califato, lo cual implica obtener control territorial, que es precisamente a lo que se ha dedicado en Irak y Siria. Eso circunscribe su alcance, acota su expansión (porque jordanos, turcos o kurdos lo resistirán) y limita el apoyo que podría obtener entre poblaciones de origen musulmán en Europa.
La decisión de atacar París —y los blancos específicos en una urbe cosmopolita y liberal— no es sólo una expresión ideológica de rechazo a todo lo que representa la capital de la república francesa: tolerancia, diversidad cultural y el cuestionamiento constante a todo y de todos. Pone de relieve que contrario al choque de civilizaciones postulado por Samuel Huntington, lo que está en juego no es Occidente contra el resto del mundo; es una lucha entre sociedades abiertas y cerradas; entre el mundo y Daesh. Se abren enormes retos en días y meses venideros. Atestiguaremos un nuevo tipo de conflicto, fluido, con y sin fronteras, con y sin Estados. El vacío generado por la falta de apetito para prevenir el colapso de Estados ha sido llenado por Daesh. Estamos ante la contradicción, al igual que en 1939, de democracias que tendrán que usar la fuerza para salvaguardar principios por los cuales se rigen. En el proceso, hay que blindar paradigmas que debieran ser torales para toda democracia del siglo XXI, como el asilo y refugio. Al combatir al terrorismo, habrá que enfrentar también a los Trump y Le Pen del mundo; no podemos permitir que impere su visión. El terror sin fronteras tendrá que ser confrontado por la cooperación y el intercambio de inteligencia sin fronteras, así como por una visión que reconozca que la comunidad internacional tiene la responsabilidad de proteger a poblaciones vulnerables. Si los atentados en París conducen a más seguridad, restricciones fronterizas y populismo, habremos perdido la batalla. Y no hay, como algunos en México insisten, naciones que se puedan dar el lujo de voltear la cara; al igual que lo ocurrido en Nueva York en 2001, hoy una mexicana y una mexicoamericana trágicamente asesinadas en París lo vuelven a demostrar.
Prever dónde será el siguiente atentado es generalmente un juego de tontos; los terroristas planean pero también son oportunistas, y mucho dependerá de la habilidad de servicios de inteligencia y policiacos desplegados para detenerlos. Tendremos que confrontar todos esta amenaza cambiante. Pero al final del día lo que definirá el éxito en la lucha contra el terrorismo, la violencia e intolerancia es nuestra respuesta como sociedades abiertas y como naciones.
Embajador de México.
@Arturo_Sarukhan