Con interés leí la siguiente noticia en el periódico El País: “Nace el primer lobby de trabajadoras sexuales de España”. Me gustó la fórmula trabajadoras sexuales; me incomodó, aunque ya es una entrada en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el anglicismo lobby; para mi mente atávica, lobby, no es castellano –lobby: grupo de cabildeo.

Aunque trabajadoras sexuales no suple necesariamente el término prostitutas, ofrece posibilidades dignas; laborar es la principal. El suceso en España trasciende fronteras; deben ser escasas, si es que las hay, las asociaciones de trabajadoras sexuales. Importa lo dicho por Paula Vip, presidenta de la Asociación de Profesionales del Sexo, uno de los colectivos de la nueva agrupación: “Las putas no estamos en una cloaca, tenemos nuestra vida, somos libres, tenemos derechos y estamos dispuestas a luchar”.

Tiene razón: No deberían estar en una cloaca, existen, son seres humanos dignos. Su dignidad radica en su persona, en su humanidad, si acaso esta palabra sigue teniendo sentido. Su indignidad, para la mayoría, no para todos, se basa en la forma de ganarse la vida. Vender su cuerpo no es la única razón de su penitencia. Las razones son complejas.

Las trabajadoras del sexo acceden a esas faenas no por gusto, lo hacen por motivos vinculados con términos fundamentales: justicia social, ética, inserción social, oportunidades laborales. Se venden por ser desposeídas, con frecuencia, desde el útero. Las sexoservidoras viven de su cuerpo; pocas, o ninguna, por voluntad, todas por necesidad, y por haber nacido excluidas antes de nacer.

Desposeídas califica a las prostitutas. Víctimas las retrata. Estigmatización las encasilla y arredra. Ese trinomio se perpetúa ad nauseam e impide su reinserción social y, cuando los hay, de su prole. La vigencia del trinomio, sin soslayar que la prostitución sea casi tan vieja como los vínculos entre seres humanos, es parte del fracaso de los modelos socioeconómicos imperantes en el mundo contemporáneo. Sin trabajo, ¿cómo vivir?

La violencia, explica Paula Vip, que afecta a las prostitutas, “no proviene de los clientes, sino de las instituciones que sólo gobiernan para aquellos con los que comulgan moralmente”. Mientras la prostitución sea fuente de riqueza para los proxenetas y la dupla empresarios y políticos siga actuando en connivencia, la reinserción de las trabajadoras sexuales será imposible, salvo que existan más países como Suecia, lo cual, disculpen mi escepticismo, es casi imposible.

En la nación nórdica se aprobó en 1999 una ley formidable: Penaliza la compra de servicios sexuales y despenaliza la venta de dichos servicios. Despenalizar requiere insertar: A las trabajadoras sexuales se les busca empleo y servicios sociales. La ley es clara: “En Suecia la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia masculina contra mujeres, niñas y niños. Es reconocida oficialmente como una forma de explotación de mujeres, niñas y niños, y constituye un problema social significativo… la igualdad de género continuará siendo inalcanzable mientras los hombres compren, vendan y exploten a mujeres, niñas y niños, prostituyéndolos”.

Sancionar sin ofrecer es inútil. Estigmatizar sin aliviar no sirve. La prostitución tiene muchas caras. La imposibilidad para laborar en otros rubros es piedra angular. No querer saber ni ocuparse de ellas es crítico. Reconocerlas apela a la ética; todos los desposeídos son materia ética. En México no hay estudios sociales. Su profesión no está registrada. Su marginación sí está registrada. Se les exige certificados de salud; ignoro si son atendidas. Las prostitutas son víctimas, requieren ayuda. Los proxenetas son comerciantes, muchas veces avalados por políticos; requieren de ellas para enriquecerse. Interrumpir ese círculo dantesco es el reto. La prostitución debe atenderse desde la óptica femenina, no desde la miopía masculina.

Recuerdo, mientras escribo, la obra El alma buena de Sechuan, de Bertolt Brecht. La trama es magnífica: Tres dioses llegan a Sechuan. Su misión es buscar a una persona de buen corazón, cuya alma sea pura. Tras buscar encuentran a una joven prostituta. Brecht tenía razón: La ética del cuidado es femenina; la ética masculina se ocupa de obligaciones y derechos.

Notas insomnes. ¿Y qué decir sobre la tragedia de las niñas y jóvenes obligadas a prostituirse, a venderse, a mudar de país y a soportar toda clase de maltratos?

Médico

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