La estulticia es un mal endémico cada vez que anida en alguna mente. Es como la gripa, que se propala con mucha facilidad. Es algo muy parecido al anacronismo del nacionalismo mal entendido, mucho más cuando las ansias independentistas están por encima de la voluntad popular. Cuando eso ocurre la democracia es secuestrada por la dictadura.
Eso es lo que está pasando en Cataluña con la bisoñez y capricho del puberto que hace berrinche por el clásico dulce.
En una nueva forzada, los partidos separatistas catalanes Junts pel Sí y la CUP le han pedido al Parlamento catalán que active los mecanismos necesarios para el “proceso de creación del Estado catalán”. En otras palabras, la independencia de Cataluña respecto de España. Y para eso han elaborado nueve puntos para llevarlos a la práctica a la brevedad. Estos partidos separatistas preconizan que ya no hay vuelta atrás y llaman a la desobediencia de los tribunales españoles, empezando por el Constitucional. En este alarde propio de un arrabal, dicen las conspicuas inteligencias —que rayan en el drama decimonónico de los oscuros intelectos— que proclamarán una República y que consideran deslegitimada cualquier instancia jurídica del Estado español.
Esos mismos preclaros intelectos se avalan en los resultados de las elecciones autonómicas del pasado 27 de septiembre. Siempre, según Junts pel Sí y la CUP, el ciudadano catalán les legitimó con su voto para activar la independencia. Se aprecia que la matemática no es su fuerte. En estos comicios que, conviene recordar que eran para elegir a un presidente autonómico y no para decidir la independencia, un 47% del electorado votó por partidos separatistas y un 53% a fuerzas políticas españolistas. Atendiendo a una aritmética básica hay un porcentaje mayor de catalanes que quieren seguir perteneciendo a España.
Sin embargo, Artur Mas, Raúl Romeva y Oriol Junqueras, una triada desquiciante que lidera el proceso independentista, deben saberse de memoria el famoso Libro Verde de (el fallecido ex dictador libio Muammar) Gaddafi. Un “tesoro” literario en el que habla de su teoría subjetiva de la democracia. Según él, del 100 por 100 de los ciudadanos, si un 49%opina algo en el que 51% no está de acuerdo, hay que hacer caso a ese 49%, porque según Gaddafi también tienen razón.
Muy bien, muy bien sus conocimientos democráticos. Por eso Gaddafi terminó como terminó. Pues estos tres personajes parece que lo aplican de la misma manera; estos tres mosqueteros que son como Las tres Gracias de Rubens o los tres campeones olímpicos pero empezando por el final.
Lo mejor que podemos hacer con la pobreza intelectual es obviarla. No es un acto soberbio. Se trata sencillamente de que el hombre está concebido para evolucionar y no para estancarse en detritos y atarjeas que se autoalimentan. Por eso hablaba de la gripa. Contra estos virus, cuanto más lejos mejor.
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