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En enero de 1991, miles de kurdos cruzaron las fronteras de Irak amedrentados por el napalm de Saddam Hussein. La opinión pública mundial en aquel entonces se echó las manos a la cabeza gritando desde el corazón que no podía ser posible que dejaran morir de frío y de hambre a aquellos infelices kurdos en las montañas turcas.
Años más tarde lo viví también en Ruanda. Era un éxodo sin fin. Se trataba de un camino a ninguna parte donde la vida de aquella pobre gente daba igual. Pero claro, eran negros y estaban en el ombligo africano.
He cubierto muchos éxodos en África y en Medio Oriente, siempre con la mirada atenta y el corazón en un puño, mientras veía la poca humanidad y la mucha pasividad de los políticos que rigen el planeta. Todo estaba demasiado lejos como para que les importara.
Pero ahora no; ahora están tocando nuestras puertas. Miles de refugiados sirios gritan desesperados entre tropas de lluvia y barreras de frío. Tocan a las puertas de Alemania, de Croacia, de Eslovenia, de España, de Francia, de Italia; tocan las puertas de todos los países que presumen ser los desarrollados, los poderosos, los inigualables. Los inigualables, ¿de qué?
Mi vergüenza se acrecienta mientras dejamos a familias enteras en las cunetas de las fronteras croatas. Los tenemos aquí y sólo piden poder vivir dignamente después de vivir una guerra que fuimos nosotros los que la provocamos.
Pero nuestro cinismo cada vez se supera. Primero era porque la noticia estaba demasiado lejos. Ahora está demasiado cerca y les obviamos como si no existieran mientras nuestra clase política se quita el muerto de en medio dando dinero a Turquía para que les dé cobijo.
Me avergüenzo; me avergüenzo mucho. Me parece indigno de formar parte de este sistema perverso que preserva nuestro status y desdeña a decenas de miles de personas que ahora que usted está leyendo este texto continúan hacinados en las fronteras de la “Gran Europa”, esta Europa que no ha servido para nada. Eso sí, para preservarse de sus “enemigos” y beneficiar a los correligionarios.
Sigamos explotando a Aristóteles y a Aristófanes y el pensamiento renacentista y todos al mismo tiempo. Sigamos con las enseñanzas de la Revolución Francesa y su separación de poderes y todo lo que nos otorgó la democracia actual. Vivamos de todo eso mientras seguimos deshumanizándonos dejando que miles de personas toquen nuestras puertas sin abrirlas.
alberto.pelaezmontejos@gmail.com
Twitter @pelaez_alberto