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Por mucho que se empeñen algunos catalanes en justificar su afán secesionista, se topan con la historia. Según el axioma histórico que nunca deja mentir, el territorio catalán jamás pasó de ser una extensión dividida de condados que, sucesivamente estuvieron bajo la dependencia del Imperio Carolingio, de los reyes francos y de la Corona de Aragón.
El esfuerzo de independizarse, alegando que siempre tuvo un carácter diferencial e histórico, se desvanece. Lo mismo ocurre con su lengua, el catalán. Un rico idioma proveniente del latín que ha dejado autores de la talla de Mercé Rodoreda o Josep Pla, de los que el resto de los españoles nos sentimos profundamente orgullosos.
Eso sí, a lo largo de la larga historia de un reino con más de seis siglos de unión que es España, muchos catalanes, extremeños, castellanos, canarios, andaluces o vascos, han dejado sus vidas por un país multicultural y común de todos que es España.
Veo con infinita tristeza que hemos llegado a un momento tan peligroso como delicado.
No me creo que Cataluña vaya a independizarse, tiene mucho que perder. Sí me creo, sin embargo, que presione tanto al Estado español que consiga canonjías y prestaciones nunca antes imaginadas. Sí me creo también que la devastadora crisis que ha golpeado a la economía española sea una consecuencia directa de la pretensión secesionista de algunos catalanes.
En un mundo unido por la globalización, donde ya todos somos ciudadanos del mundo, algunos catalanes han querido tirarse al vacío de un anacronismo con olor a naftalina. El aún presidente catalán Artur Mas sabe que si proclama una declaración unilateral de independencia, terminará en prisión porque su hecho sería tan ilegal como anticonstitucional.
Pero no sólo eso. Una Cataluña independiente saldría inmediatamente de la Unión Europea, y lo que ello conlleva; salida del euro, de Europol o del espacio de seguridad y de libre circulación de ciudadanos, como es Schengen.
Por supuesto, tendría que pedir su ingreso como Estado en Naciones Unidas. Todas sus prebendas se perderían, sus productos apenas se venderían porque se los comerían los aranceles —no hay que olvidar que Cataluña le vende al resto del Estado español más de 55 mil dólares en sus productos—. Evidentemente, una salida de Cataluña equivaldría a comenzar de cero en sus relaciones comerciales con el resto de los países.
Nada de esto va a pasar. Artur Mas, si es que gana, forzará para celebrar un referéndum vinculante. Sin embargo, ya han puesto una piedra en el camino o, más que una piedra, una roca. Sienta el precedente con otras regiones españolas.
En fin, sería un desastre y haría añicos tantos siglos de esfuerzo común, de trabajo sin descanso. Pero, en fin, a veces también la historia se tuerce.
alberto.pelaezmontejos@gmail.com
Twitter @pelaez_alberto