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juan.arvizu@eluniversal.com.mx
El tropel de casimires es interminable. Por grupos, lo más exquisito del priísmo, incluso del sector privado, se deja llevar a toda prisa por salones y pasillos de Palacio Nacional. Las fragancias de lociones y perfumes importados se han disipado a lo largo de la salutación y aquello huele a sudores, mugre y los pisos perdieron el brillo de limpio.
La Cargada, el apoyo a granel, presencial, el primer tributo a quien ha ganado la carrera de la sucesión presidencial en las filas del PRI es el ritual en el que todos quieren estar: felicitar a Miguel de la Madrid Hurtado, allí, en las oficinas de la Secretaría de Programación y Presupuesto.
Emilio Gamboa Patrón, el joven secretario particular de Miguel de la Madrid, abre la puerta del despacho, una y otra vez, y lleva el control de quienes han entrado y dónde han sido ubicados, en espera, tantos otros que no pueden faltar.
Cientos y cientos acuden a expresar su beneplácito porque “el partido”, los sectores, “las fuerzas vivas”, se han pronunciado a favor del que será candidato y, nadie lo duda, Presidente de la República.
Es parte del ungimiento que por varios sexenios ha tenido lugar, y en el que opera una transformación. El elegido, en un instante mágico, resulta poseer atributos que “tenía escondidos”, y hasta quienes contendieron por la misma candidatura se suman en su apoyo, con la certeza de que es el mejor.
A una instrucción del presidente José López Portillo, los tres sectores del PRI, el 25 de septiembre de 1981, emitieron un boletín de prensa en el que se pronunciaron a favor de que Miguel de la Madrid fuera el candidato de su partido. Más tarde, entró en escena el dirigente nacional priísta, Javier García Paniagua. Y luego el partido en el poder se declaraba delamadridista.
El apoyo multitudinario desbordado, inmediato, contrasta con la secrecía del mecanismo en el cual se procesa la designación. Al destape le sigue su estela, que es esa procesión de congratulaciones, de la que hay ejercicios previos cuando son varios los aspirantes.
Están los episodios de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Luis Donaldo Colosio, así como de Ernesto Zedillo.
Fidel Velázquez Sánchez, secretario general de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), principal central sindicalista del PRI, fue permanente protagonista de las acciones de destape y primeros pasos de ungimiento de candidatos, desde luego por tratarse del sector obrero, el más fuerte en la época de política de masas.
Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo fueron el centro de movilizaciones de simpatizantes del PRI, que eran reunidos para expresar respaldos de organizaciones al designado por el primer priísta, el Presidente de la República.
Carlos Salinas de Gortari tuvo un ungimiento desdibujado, en parte. Una confusión lleva a los adoradores del ungido a domicilios distintos. Unos van al encuentro de quien será candidato presidencial, y otros van a las puertas de Sergio García Ramírez, quien se queda atónito, pues a nadie esperaba recibir.
Pero La Cargada, una vez corridas las coordenadas, la traducción fiel de las iniciales SG, rinde honores y reproduce el mágico instante de ver al próximo Presidente, pleno de las virtudes metaconstitucionales del presidencialismo mexicano, cuando ni siquiera ha dado las gracias por el apoyo decretado por su antecesor.
El CEN del PRI organiza las multitudes que reciben a Salinas de Gortari, en la sede del partido, ese 26 de septiembre de 1987, fecha designada para dar continuidad a lo que recibiera seis años antes Miguel de la Madrid.
Salinas dirige su primer discurso a una multitud ruidosa, que tiene mantas alusivas, banderines, que encarnan lo que serán los mítines de la campaña presidencial, la última de gran porte.
El 28 de noviembre de 1993, Luis Donaldo Colosio sale de su casa en San Ángel y va directo a su oficina de la Secretaría de Desarrollo Social, y en un momento el lugar deja de ser apacible y se convierte en terreno de nadie. La Cargada tira puertas, rompe muebles, el hombre sale al jardín, pero está desconcertado.
Desde el primer minuto llegaron a darle el abrazo todos, menos uno, Manuel Camacho Solís, regente de la ciudad y fuerte aspirante a la designación que no tuvo.
En la noche, el Auditorio Plutarco Elías Calles desborda de gente y emociones de júbilo, al recibir a Colosio Murrieta, que entroniza como ganador de la candidatura que recibirá, sin embargo, hasta diciembre.
Cuatro meses después, Salinas es el primer presidente del siglo 20 que opera un segundo destape. En Los Pinos, el gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, muestra la imagen de video en la que Colosio presenta a su coordinador de campaña, Ernesto Zedillo, y el presidente señala que el doctor en Economía tiene capacidades para entrar al relevo.
“Nos leyó el pensamiento, señor Presidente”, dice Fidel Velázquez, y tras ese gesto surge el apoyo automático para Ernesto Zedillo, quien recorrerá el país sin esa caparazón de poder que daba el destape.
Francisco Labastida Ochoa surge como candidato de un proceso de desgaste y división priísta, que continúa con Roberto Madrazo, y que en el caso de Enrique Peña Nieto, toma la estafeta en un proceso de empoderamiento desde su posición de gobernador del Estado de México.