¡Kuira! fue la primera expresión rarámuri que escuché al llegar a Creel, el pueblo mágico de Chihuahua enclavado en las asombrosas Barrancas del Cobre. Me lo dijo una niña ataviada con un largo vestido floreado que llevaba consigo una canastita tejida en la que mostraba a los turistas su mercancía: muñequitas luciendo la misma indumentaria que ella. No supe qué responder, hasta que el guía me dijo: “te está saludando. Kuira significa ‘hola’”.
La Sierra Tarahumara es un territorio remoto habitado por los rarámuri, famosos por correr largas distancias a través de las montañas. Por eso, les llaman “los de pies ligeros”.
Un simple saludo fue motivo para encender la emoción y alistarme para explorar las famosísimas Barrancas del Cobre.
Creel, la entrada a las Barrancas del Cobre
Creel es conocido por ser el primer pueblo mágico del estado de Chihuahua y por ser la puerta de entrada a este sistema montañoso de abismos profundos y formaciones rocosas que parecen esculpidas a mano.
En este pequeño pueblo la vida se vive tranquila. El tiempo pasa lento y es que su lejanía con el trajín de las ciudades y su naturaleza provocan esa atmósfera que me pareció sobrecogedora al verme diminuto ante la inmensidad.
En Creel, las casitas son rústicas, algunas con techos de lámina a dos aguas; según lo que me contaron, esto facilita la remoción de nieve en invierno. En su calle principal, la Adolfo López Mateos, hay varios hoteles boutique de montaña, muy bonitos, y cabañas que albergan restaurantes y tiendas de artesanías rarámuris.
Cuevas, ranas y monjes
Mi aventura comenzó a las afueras de Creel. ¿Sabías que hay rarámuris que viven en cuevas? La primera parada fue precisamente en la Cueva de Sebastián, habitada por una familia desde hace cinco generaciones. Dentro, se han construido pequeñas camas, cuartos debajo de los techos de roca y un espacio al centro para la fogata. Sus habitantes permiten que los turistas entren para conocerla, y también aprovechan la oportunidad para ofrecer sus artesanías elaboradas por ellos mismos: rosarios de barro, pulseras, canastas y tortilleros tejidos.
Continuamos por veredas de terracería hacia un par de zonas con extrañas formaciones rocosas. Se les conoce como los valles de los Hongos y de las Ranas, bautizados así por el aspecto que tienen. Es alucinante saber que estos paisajes pétreos se crearon de manera natural.
Algunas de las piedras, que parecen hongos enormes, se mantienen sobre otras más desafiando las leyes de la gravedad (como si alguien las hubiese colocado ahí para hacernos una broma), sin importar las condiciones climáticas.
Después de recorrer unos kilómetros, llegamos a un tercer valle, para mí, el más sorprendente de todos: el de los Monjes. Cuenta una leyenda que un grupo de religiosos quedó petrificado tras haber hecho un rezo o una meditación muy profunda.
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Desde abajo, las vistas son imponentes, pero mejoran cuando subes una montaña donde se levantan estos monolitos puntiagudos de hasta 60 metros de altura. Desde arriba, en una especie de mirador, casi a la altura de estos monjes gigantes con su capucha puesta, puedes contemplar la tranquilidad del bosque que los protege.
Nos movemos en auto hacia el lago de Arareco, para ver la puesta de sol. Es un cuerpo de agua artificial en forma de herradura, también rodeado por árboles. Comienza a hacer frío, aún así es un momento mágico de absoluto silencio.
El corazón de las barrancas
Amaneció en el pueblo mágico. El termómetro marcaba los cero grados. La mañana era muy fría. Este clima es mi preferido.
Después del desayuno, todo estaba preparado para adentrarnos aún más en el sistema de barrancas más grande del país: 60 mil kilómetros cuadrados de extensión: lo que significa que supera ¡cuatro veces el tamaño del Gran Cañón del Colorado!
Tras una hora de camino con bastantes curvas, llegamos a la estación de tren Divisadero. Una carretera la separa del borde de la montaña. Este emblemático destino de las barrancas recibe al viajero con un letrero, en el que se lee el nombre del lugar, pintado con motivos rarámuris. En Divisadero hay un mirador sobre un profundo abismo: mi primer vistazo a las majestuosas Barrancas del Cobre. Te hacen sentir tan pequeño como un grano de arena en la playa.
En toda la región, la señal de telefonía y el Wi-Fi son intermitentes. ¿Pero para qué quieres más? No hace falta nada para disfrutar de semejante espectáculo de la naturaleza.
Miradores imperdibles en Barrancas del Cobre |
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Piedra Volada: es una roca gigante con cierto movimiento y a la orilla del vacío, a unos 300 metros de altura. Se encuentra dentro del Parque de Aventuras y es uno de los spots emblemáticos para que te tomen la foto desde diferentes ángulos. Puede generar vértigo. Toma tus precauciones cuando haga mucho viento. |
Disivadero: tiene vista a la unión de las barrancas del Cobre, Urique y Tararecua. Se encuentra detrás de la estación de tren. |
San Luis de Majimachi: es el que está a mayor altitud de la región, a 2,400 metros sobre el nivel del mar. En el pueblo homónimo. |
Cerro del Gallego: pasarela de metal suspendida en el aire a una altura de 1,876 metros de caída libre. Cerca de Urique. |
Una de las visitas más emocionantes fue al Parque de Aventuras Barrancas del Cobre. “Ahí está la segunda tirolesa más larga del mundo”, un puente colgante, un teleférico y una vía ferrata de vértigo (solo para valientes) empotrada en la pared vertical de un barranco, entre otras atracciones. Mientras escuchaba todo esto, en mi interior me debatía entre subirme a la tirolesa o disfrutar solamente del paisaje. Mi mayor temor en la vida son las alturas, pero “ya estoy hasta acá”, pensé. Y así fue.
Nos colocaron arneses, cascos y un sinfín de aditamentos para un lanzamiento seguro. Caminamos hacia un mirador prácticamente al borde del precipicio, al lado de una caseta de madera con un par de pequeñas compuertas que daban, según vi, al vacío. Era el inicio de la ZipRider, la tirolesa de infarto.
Quien se atreve a deslizarse por este cable, se transforma en un ave que surca libremente los cielos en tres minutos, debido a sus larguísimos 2.5 kilómetros de longitud. Prácticamente, va volando a una altura de 300 metros y a una velocidad de hasta 120 kilómetros por hora.
Me llamaron ‘al ruedo’, como si fuese un vaquero que está por montar un toro bravísimo. Subí a la caseta; los guías del parque aseguraron todo mi equipo y, de pronto, la compuerta se abrió. El descenso fue inclinado y abrupto al inicio, pero se fue nivelando poco a poco, hasta que llegué al otro lado del parque. El viento me golpeó en la cara y simplemente experimenté la descarga de adrenalina más fuerte de mi vida. Uno se convierte en un halcón peregrino que vuela entre tres barrancas: la del Cobre, Tararecua y Urique.
Una de las mejores partes fue cuando, sin lograr reconocer la especie, un ave ‘me acompañó’ durante casi todo el trayecto. Posiblemente fue un águila real o un halcón. No estoy seguro de eso, pero sí que fue una aventura para jamás olvidar.
Otros atractivos para disfrutar en el Parque de Aventuras:
Otros atractivos para disfrutar en el Parque de Aventuras |
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Teleférico: hace un recorrido de tres kilómetros (sin torres intermedias) sobre las barrancas. |
Vía ferrata: circuito con rappel de 48 metros de altura, puentes colgantes y un salto entre las paredes de las montañas. |
Bosque aéreo: 12 puentes colgantes entre las copas de los árboles, con alturas de ocho a nueve metros. |
Circuito de tirolesas: dos puentes colgantes y siete lanzamientos de entre 141 y mil 113 metros de largo, con alturas de hasta 350 metros. |
Restaurante Barranco: con platillos regionales, además de un par de miradores: uno de estos al aire libre, al borde de las barrancas, y otro con piso de cristal y vista al precipicio. |
Amanecer en las rocas
Parece que estás en medio de la nada en un entorno prácticamente virgen, pero hay excelentes opciones de hospedaje y gastronomía en Divisadero.
Nuestra guarida fue el Hotel Mirador, de madera y adobe, al estilo de las misiones coloniales del norte de México y de las culturas originarias locales.
Lo que más llama la atención de todo, es que se construyó al filo del barranco.
Su restaurante tiene grandes ventanales con vista hacia aquel infinito de barrancas imponentes. Cuenta con un bar, chimenea y una terraza al aire libre con sillones comodísimos.
Mención aparte es su deliciosa gastronomía. Probé sus bollos de mantequilla, las pechugas bañadas en mole, la machaca con tortillas de harina, el pastel de chocolate. Ahí también se ofrecen catas de vinos del valle de Cerocahui.
Después del festín, cada quien a su habitación. La mía parece una cabaña muy acogedora, con techos y vigas de madera y una chimenea. De las paredes cuelgan cuadros y artesanías rarámuris.
La terraza privada tiene una razón de ser. Durante la noche, aquello es una boca de lobo, pero de día, sabrás por qué esta área del cuarto es la mejor. Al asomarte te encontrarás frente a frente con las dichosas barrancas, cañones y abismos que, desde ahí, resultan interminables.
Lo más asombroso, aún no ocurre. La magia solo la viven los madrugadores. Sí, hay que levantarse muy muy temprano, minutos antes de que comience a clarear. Sal a la terraza, pero primero envuélvete en una cobija porque el frío está fuerte.
Ese momento fue una de las experiencias más emotivas que Chihuahua me regaló. En unos cuantos minutos, desde ese punto, se observa cómo desaparece el cielo oscuro y estrellado para dar paso a las tonalidades violáceas, azules y naranjas del amanecer. Al mismo tiempo, el sol va pintando también las montañas. Es una fantástica escena, tanto visual como auditiva, pues el sonido lo provee el trinar de las aves.
Después de desayunar una rica machaca, solicitamos al hotel una caminata guiada por un rarámuri, quien nos condujo por algunos senderos cercanos al hotel. Pasamos por voladeros, miradores, bosques con curiosos árboles de corteza roja llamados manzanillos y casitas de rarámuris construidas al borde de la montaña. Es común escuchar el sonido del viento que choca con las rocas.
Por la tarde, ya en el hotel, Rosendo, un local rarámuri, nos platicó curiosidades sobre su cultura, del tradicional juego de pelota (rarajipuami) y de los desgastantes maratones que corren varios miembros de sus comunidades. Además, hay una presentación musical y de danzas tradicionales.
A toda máquina
Nos despedimos de Divisadero para abordar el Tren Chepe Express, una joya de la ingeniería y del turismo del estado de Chihuahua, considerado una de las 13 maravillas creadas por el ser humano en México, según una encuesta realizada en 2007 por el hoy extinto Consejo de Promoción Turística de México y TV Azteca.
El Chepe Express ofrece tres categorías: turista, business y primera clase. Recomiendo esta última porque los asientos son más amplios, tienes acceso al exclusivo bar-mirador en el último vagón, al elegante comedor con terraza elevada para ver los paisajes y al menú de tres tiempos creado por el chef Rodrigo Rodríguez del restaurante Los Canarios.
Al inicio, el paisaje es de pequeños asentamientos tarahumaras sobre las barrancas forradas de bosques. donde regularmente se siente muchísimo frío. Se baja a toda máquina por la montaña. Luego, el entorno cambia: atrás dejamos los pinos, y el clima se torna cálido.
Llega un punto en el que ya es necesario mirar hacia arriba, para contemplar esos gigantescos picos y paredes de roca natural.
Antes de llegar a la estación Témoris, pasamos al lado de un monumento hecho con el metal de una vieja locomotora. Frente a esta pieza se levanta un enorme monolito esculpido por la naturaleza y cubierto de vegetación.
Cerros enormes parecen custodiar el Puente Santa Bárbara en forma de herradura, el cual te permite ver la inmensidad del tren, sobre todo si te asomas por las ventanas.
A la hora de comer, comenzó el desfile de delicias: un picosito coctel de camarones; la hamburguesa Chepe, con carne de res a las brasas, queso cheddar, pork belly, salsa barbecue y cebolla caramelizada, recomendación del chef. Terminamos con un pastel de elote.
Tras el paso sobre ríos y riachuelos, las barrancas desaparecen y el semidesierto sinaloense se hace visible. Se atraviesan gigantescas parcelas de cultivos que, para cualquiera que las vea, entenderá por qué al estado de Sinaloa se le conoce como “el granero de México”.
El destino final fue la ciudad de Los Mochis, después de seis horas sobre rieles.
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No solo aprendí kuira en rarámuri, sino otra expresión más, que engloba mi experiencia: matétera ba, que significa “gracias”, pues cuando uno conoce este tipo de maravillas, la gratitud es lo que primero emana del corazón.
Guía del viajero
¿Cuándo ir?
La mejor temporada para visitar Barrancas del Cobre es entre agosto y septiembre, tras las lluvias, cuando el paisaje es más verde y pueden apreciarse varias cascadas. Sin embargo, el invierno brinda una experiencia muy especial, pues es muy posible ver nevar y admirar un paisaje pintado de blanco.
¿Dónde dormir?
- En Creel: Hotel Quinta Misión, estilo cabaña. Tiene su propio restaurante. Tarifas a partir de $3,500 pesos por noche para dos personas. Incluye desayuno. quintamision.com
- En Divisadero: Hotel Mirador, con habitaciones al borde de las barrancas, restaurante y terraza. Hay opción de incluir tres alimentos por día en un menú de tres tiempos. Desde $5,995 para dos personas. hotelmirador.mx
¿Cuánto cuesta subir al Chepe Express?
Hay varias tarifas dependiendo de la temporada, clase y estación donde se aborde. Toma en cuenta que el Chepe Express inicia en la Estación Creel y termina en Los Mochis.
Recorrido completo, desde $2,598 pesos por persona en clase turista; $3,374, en ejecutiva, y $4,820, en primera (incluye menú de tres tiempos).
¿Cómo llegar a las Barrancas del Cobre?
A Chihuahua: vuelos diarios con Aeroméxico, desde el AICM. A partir de $3,196 pesos en viaje redondo por persona, entre agosto y septiembre. Incluye la TUA. aeromexico.com
A Barrancas del Cobre: se aconseja rentar un auto para moverse libremente. Desde $234 pesos al día con Rentcars. rentcars.com
Desde Los Mochis: la mejor opción viajar a bordo del Tren Chepe Express. Es más rápido que ir en auto.
¿Quién te pasea?
Recorridos con la touroperadora Chihuahua Eco Tours. Tel. (614) 486 4894.
Página web: visitachihuahua.mx
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