Brock Purdy siempre ha sido un desafío viviente a las etiquetas.
Desde niño, escuchó que no era el más alto, ni el más fuerte, ni el más “hecho” para convertirse en quarterback de élite.
Pero también —desde niño— entendió que el talento puede abrirte la puerta... Y que la perseverancia es lo que te permite cruzarla.
Esa mezcla de humildad y determinación lo acompañó desde sus días en Perry High School, siguió en Iowa State y finalmente lo llevó a uno de los destinos más improbables para un pick número 262: Convertirse en el latido emocional de los 49ers de San Francisco.
Por eso su lesión reciente golpeó más que su cuerpo; tocó algo dentro de él que muy pocos atletas admiten: El miedo a ser olvidado.
Pasó semanas viendo desde fuera, sintiendo cómo el juego se movía sin él, escuchando opiniones que dudaban si sería capaz de retomar su mejor nivel. Pero Purdy no es el tipo de jugador que se quiebra en silencio; es el tipo que se reconstruye.
Y lo demostró en su regreso.
Desde el primer snap, se le vio sereno, preciso, casi quirúrgico. Lanzó tres touchdowns y cero intercepciones, no como una hazaña estadística, sino como una declaración emocional: Estoy aquí, sigo siendo yo, no me fui a alguna parte.
Recuperó el ritmo, el control del pocket, la confianza en su brazo, pero —sobre todo— recuperó esa conexión intangible con su equipo, un lazo que se siente en el huddle y se refleja en la banda, cuando Kyle Shanahan sonríe apenas lo ve completando pases imposibles.
Purdy jugó como alguien que regresó de las sombras, para recordarnos por qué llegó tan lejos cuando nadie apostaba por él. Porque su historia nunca ha sido sobre talento puro, sino sobre convicción.
Ahora, a seguir soñando esta temporada, cuando este lunes 24 de noviembre busque seguir con otra excelente actuación, en el partido en el que los 49ers —en Monday Night Football— reciban a los Panthers, en juego de suma importancia dentro de la Conferencia Nacional.
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