Más Información
Guadalupe Taddei solicitará ampliación del presupuesto para la elección judicial a la Cámara de Diputados; “si funciona, estaremos mejor en calidad y resultados"
Sheinbaum es una "consumidora voraz" de información: José Merino; el tablero de seguridad, herramienta clave, destaca
IMSS-Bienestar asegura mantener contratados a 2 mil trabajadores en entidades no adheridas al organismo
Rosa Icela Rodríguez se reúne con próximo titular del INM; “arrancaremos el 2025 con mucho trabajo”, asegura
SSa llama a tomar medidas preventivas ante bajas temperaturas; pide proteger salud por temporada invernal
ssierra@eluniversal.com.mx
Cuando se repiten y aceptan frases como: “La mató loco de amor”, “fue un crimen pasional” o “le pasó por puta”, sin pensar abundamos en una normalización de la violencia contra la mujer que, en palabras de la artista y activista social, Lorena Wolffer, ha llevado a que seamos desechables, dispensables.
Wolffer ha desarrollado en calles y otros espacios públicos performances y obras en torno del género, la violencia contra la mujer y contra los que llama personas no normativas —los que estamos fuera de las estructuras de poder y de los mandatos heteronormativos hegemónicos—. Su trabajo la sitúa como una de las personas que más ha seguido las estrategias que frente a la problemática han implementado distintos gobiernos, así como el trabajo de la academia y las estructuras del arte. A unos los acusa de ser simuladores y a los otros les llama a salirse de los pequeños círculos e ir hasta los lugares donde se está produciendo la violencia. Peor librados acaban los candidatos a la presidencia, cuyo discurso acude a la mujer o al tema de género a modo de salvavidas oportunista y vacío.
Hay una creciente violencia contra la mujer en el país y en la Ciudad de México. ¿Qué piensas de lo que está pasando?
Las violencias contra las mujeres se han ido multiplicando. Cada vez que hemos llegado a un punto que pensamos: “No puede haber llegado aquí...” eso se multiplica. Y ha pasado desde el registro de los primeros feminicidios en Ciudad Juárez, a principios de los 90. Hay un proceso brutal de normalización y de naturalización en donde ya se nos olvidó que nos parecía terrible hace 10 años, y eso que las cifras de hace 10 años no tienen que ver con las de hoy.
Esa, entre falta de memoria histórica, más los procesos de negación y distanciamiento que ejerce buena parte de la población —como medida de sobrevivencia para ubicar lejos de ti el problema—, a la par de la política que no ha hecho gran cosa, han generado esta realidad brutal. Está completamente desbordado, como una especie de virus que se ha propagado al infinito. Vivimos en un lugar donde somos desechables. Me pregunto, como madre de una hija de 12 años, ¿qué significa crecer sabiendo que tu cuerpo y que tu vida no son importantes? Crecí con cualquier cantidad de problemas, pero sabiendo que había un aprecio por mi vida y la de mi comunidad, la de mi familia. El valor del respeto al derecho a la vida ahí estaba, y eso está anulado.
¿De dónde viene esta violencia que se ha normalizado…?
De entrada, creo que no existen dos géneros, fisiológica y biológicamente comprobables, sino dos grandes categorías establecidas a lo largo de la historia, con una serie de roles, comportamientos y trabajos, y donde las mujeres biológicas estamos en desventaja. Cuando las mujeres empezamos a luchar por mayor equidad, lo que pasa es que hay un fenómeno de backlash –no sabría cómo traducir esta palabra... es que alcanzas algo y hay una consecuencia—. Que alguien denuncie haber sido acosada en la calle y que eso sea recibido con fotos de personas embolsadas diciendo: “Tú eres la siguiente”, como pasó con Tamara, es algo que sólo se puede entender como el propio sistema defendiéndose, tratando de mantener sus privilegios.
Es una cultura que hemos generado entre todas y todos. No creo que la historia esté en señalar al hombre como el gran enemigo. Todos somos responsables de esta repetición constante de conductas que entendemos como masculinidad y feminidad, que hace que asociemos cosas como la ternura y la comprensión con ser mujeres, y la fuerza y la ira con ser hombres.
La única manera de comenzar a combatir esto es desmantelar el género mismo. La otra opción —como propone Mikel Arreola— es regresar al pasado. No olvidemos que hoy existimos mujeres cis, mujeres trans, y personas de muchos tipos de géneros. Pero operamos bajo este supuesto de un binario que no sólo produce estas violencias brutales sino que no es representativo de quienes somos.
El Estado ha creado instituciones ¿qué han logrado?
Yo soy de los que piensa que el Estado invierte mucho más en simular que hace, que en hacer. La alerta de género no garantiza nada. ¿Cuál ha sido la diferencia en los estados y municipios que tienen la alerta de género? No ha pasado nada. Tendría que empezar porque sus policías y fuerzas tuvieran talleres de género y equidad. Lo mismo, la Ley de acceso a las mujeres a una vida libre de violencia; al principio, era una respuesta puntual para combatir la violencia, pero no logró permear ni a quienes atienden la violencia —MP y fuerzas policiacas— ni a jueces y juezas. Se han generado estrategias, leyes, programas que requieren de quién los implemente y de una ciudadanía que exija su cumplimiento. Pero sólo existe como exigencia de feministas, de ciertos grupos y ciertas mujeres. La respuesta de muchos hombres se ve en redes sociales: no puedes hablar sin que te acribillen y te quemen en la hoguera de Internet.
¿Por qué crees que no hay una alerta de género en la CDMX?
Todas las alertas de género han requerido negociaciones políticas y no ha habido el clima político para esto en la Ciudad de México. Está complicado reconocer que la Ciudad de México dejó de ser una isla y que no es verdad que estas leyes que nos diferencian del resto del país lograron otro tipo de convivencia.
Además, creo la violencia contra las mujeres no es ese fenómeno que no se relaciona con las violencias del crimen organizado y del narco. Está todo mezclado. Y la realidad es que esto no se persigue; no se investigan feminicidios ni transfeminicidios; el acceso a la justicia es una ilusión absoluta. El porcentaje de personas que han tenido una consecuencia es mínimo.
El lenguaje también normaliza esa violencia...
El lenguaje ampara violencias y después amparamos a las violencias con el lenguaje. Abogaré siempre por un lenguaje incluyente donde las mujeres seamos nombradas. En el caso de Reforma 222 y otros, ha habido diferencias en cómo se trata a quienes producen un crimen y a quienes lo padecen. Al tipo “loco de amor” no le quedó otra alternativa que ir a matar a su expareja, cuando la realidad es que este tipo la mató. Y mientras, a la mujer se le criminaliza; difundir la nota de él: “Esto te pasa por puta”, lo único que hizo fue legitimar: “Claro, era una puta, por lo tanto había que matarla”. La forma como se sigue hablando de los crímenes contra las mujeres, en efecto, ampara los crímenes. Esto lo que hace es mantener el estado de las cosas, y el estado de las cosas es: un hombre puede enloquecer por amor, pero una mujer no, porque la mujer siempre es el objeto del amor. No hay ningún cuestionamiento de los roles de género: “El hombre está en un desboque amoroso y, ni modo, tuvo que hacerlo”. Por eso la crítica al amor romántico, donde los cuerpos y las vidas de las mujeres se convierten en objetos que les pertenecen a alguien. Por eso pugnamos por desarmar el amor romántico.
Otra de las estrategias es desarticular que las formas de relacionarnos son esas. Cuestionar la heteronorma como única forma de relacionarte con alguien más. ¿Qué pasa con los que creemos y tenemos otras formas de relacionarnos, y con todas esas personas que no quieren procrear?
¿Qué lugar ocupa el tema en las campañas de los candidatos…
Hay una apropiación de discursos feministas por facciones conservadoras, según acomoden, léase Margarita Zavala. Una candidata de derecha —aunque no sea del PAN— difícilmente puede plantearse feminista porque eso es contravenir buena parte de los principios que defiende la derecha, pero al mismo tiempo tiene su campaña basada en el hecho de ser mujer. El uso y el abuso de las luchas feministas según conviene para estrategias políticas es terrible; eso pasa con todos los partidos. Creo que la equidad de género se ha transformado en una herramienta discursiva que se utiliza cuando conviene. Que la única manera para que llegue una mujer a la presidencia es habiendo estando casada con un presidente, eso es parte del mismo sistema.
¿Qué impacto ha tenido el trabajo desde el arte, para un cambio en la violencia contra la mujer?
Medir los resultados y repercusiones de estos proyectos no es sencillo, un proyecto de arte puede producir algo hoy o dentro de 10 años. Creo que la tirada es llegar a la mayor cantidad de gente posible, y yo por eso sigo abogando por el trabajo en la calle, la intervención en los espacios públicos. Creo que los museos y centros culturales tienen su forma de operar, pero sus alcances son mínimos, la gente que va a los museos es un porcentaje pequeñísimo. Sí creo que en un momento tan terrible como el que estamos viviendo toca, a los que estamos trabajando en el arte, poner nuestro lenguaje al servicio de tratar de encontrar una mejor forma de convivencia. El arte puede producir procesos paralelos de denuncia, enunciación, justicia, escucha.
¿Qué balance haces de lo que se ha hecho desde la academia?
Mi crítica a la academia es la misma que hago al arte. Creo que la academia se habla a sí misma. Seguir hablando de estas violencias y de este horror en conversaciones separadas del horror ya no puede funcionar. O sea, nuestros debates tienen que suceder en los lugares donde están ocurriendo esos crímenes, esos feminicidios y transfeminicidios. La academia no puede seguir teniendo una conversación entre sus paredes. Y el arte también. Debe abrirse y salir a otros lugares.
¿Qué estás trabajando ahora?
Desde hace rato lo que estoy trabajando es con las personas, con lo que piensan, quieren y sienten. Es una estrategia que me ha funcionado: utilizar mi quehacer como un vehículo para difundir las voces de muchas personas. Fue el caso del proyecto “Expuestas”. Estuve trabajando un proyecto que se llamó “Afectos ciudadanos”. Ahora estoy empezando a trabajar con un proyecto que se llama “Historias propias”, que tiene que ver con incluir en las narrativas de la ciudad las historias de mujeres y de personas no normativas. Para mí ha sido estratégico no hablar sólo de mujeres, sino de personas no normativas, las personas que estamos fuera de las estructuras de poder y de los mandatos heteronormativos hegemónicos, hablar de un “nosotras” que no esté dado por una condición biológica sino desde una postura política; personas de las disidencias sexogenéricas que somos las lesbianas, las personas intersexuales, trans, los hombres homosexuales, quers, LGBTQI y a más… y también a personas que no gozan de un estatus de reconocimiento en este sistema.
Has hablado, incluso, de un estado de emergencia...
Estamos en un estado de emergencia y me refiero básicamente a la vida de las niñas, las jóvenes, las mujeres y los que llamo los cuerpos no normativos donde nuestras vidas y nuestros cuerpos son dispensables. El estado de emergencia se refiere a eso: Vivimos en un lugar y en un momento en el que nuestra vida ya no es importante, y eso es brutal.
¿Sientes miedo?
Sí. Empiezo a sentir más miedo de decir lo que pienso, cosa que no pasaba antes. Sí sé que gozo de ciertos privilegios, por un lado soy una mujer blanca, vengo de una clase acomodada, son unos privilegios en esta ciudad. Pero por otro soy una lesbiana, tatuada, que lucha por una serie de cosas. No es un lugar estático. He dado la cara, y he encontrado que me han escrito cosas brutales.