Más Información
Andrés Clara Rosas, el marino más antiguo del Buque Escuela “Cuauhtémoc”; acumula 24 travesías en 9 países
Exhorta PRI al gobierno redoblar esfuerzos para evitar exclusión del T-MEC; podría traer graves riesgos a la economía nacional
Posibles deportaciones masivas requieren acciones inmediatas: PRI; reducción de presupuesto del INM agrava situación
Diputada de MC propone despenalizar sustancias psicoactivas; cobrar impuestos al mercado de drogas recaudaría más de 1 bdp, calcula
Hay un lugar en el mundo que siempre ha tenido las puertas abiertas para mí: la Universidad Nacional Autónoma de México. Tenía nueve años cuando mi mamá me preguntó: “¿Te gustaría tocar el piano?” “Sí”, contesté, sin saber bien cómo ni dónde. Al ver al resto de aspirantes al Ciclo de Iniciación Musical de la entonces Escuela Nacional de Música, pensé que no tendría oportunidad. Pero allí comenzó la aventura.
Años después sucedió algo similar. Estaba por terminar la primaria y mi mamá hablaba de lo difícil que era ingresar a Iniciación Universitaria. Me pidió que lo intentara y nuevamente pensé que no ocurriría. Al segundo día ya me sentía cachorra, Puma, feroz.
Fue la mejor etapa de mi vida: por las mañanas vivía la experiencia universitaria en la Escuela Nacional Preparatoria número 2, “Erasmo Castellanos Quinto” y, por las tardes, en la ahora Facultad de Música, pues al culminar la educación básica cursé el Ciclo Propedéutico en Piano.
Al llegar a la mayoría de edad, entre impulsos adolescentes, expectativas confusas y —debo admitir— cansancio acumulado por tan exigente vida académica, tuve una separación con mi amada UNAM. Ingresé a la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, pero, al terminar el primer semestre, interrumpí mis estudios.
En esa época, mi única aspiración profesional era convertirme en locutora y trabajar en medios de comunicación. Estudié en el Centro de Capacitación Radio y Televisión Raúl del Campo, institución que aprecio mucho por ser el lugar que necesitaba en aquellos años. Allí obtuve lo necesario para debutar en el campo laboral.
Fue en 2017 cuando inició mi carrera profesional: trabajé como voz oficial para la organización Diablos Rojos del México y como redactora de noticias para Radio Fórmula. Estaba muy orgullosa de lo que había logrado, pero me hacía falta algo.
A los 22 años hice muchos cambios en mi vida. Uno de los más importantes fue la determinación de regresar a mi Universidad. No podía abandonar el trabajo, así que opté por reingresar a la licenciatura en el Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia (SUAyED) y prometí dar lo mejor de mí. Así fue.
Durante la pandemia dediqué todo mi tiempo a los estudios y no pude haberlo hecho en mejor momento: con la mente abierta, infinitas ganas de aprender y valorando como nunca la oportunidad de pertenecer a la Máxima Casa de Estudios. En SUAyED fui alumna de excelencia: expandí mis intereses, mis habilidades y construí nuevos enfoques profesionales, mucho más ambiciosos que los primeros.
Aquí entra Fundación UNAM a escena. En 2021 realicé mi Servicio Social en el Palacio de la Autonomía como community manager. Al culminarlo pude integrarme formalmente al equipo de trabajo del recinto.
La labor de FUNAM es apoyar a los universitarios para continuar con sus estudios, mantener la excelencia y evitar la deserción. Una oportunidad dada por esta instancia representa éxito para el alumno por el hecho de poder cumplir un objetivo tan importante gracias a que la Universidad lo respalda. Justo así lo viví.
Soy muy afortunada por haber concluido mis estudios superiores y ejercer simultáneamente la profesión en una institución universitaria. En Fundación UNAM he podido retribuir a mi Universidad un poco de todo lo que me ha dado. Mi orgullo universitario se expande día con día y lo plasmaré en todo lo que haga, hoy y siempre.