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Cuando era agregado cultural de la embajada de México en Dublín y luego de escribir un artículo periodístico sobre la migración de su familia catalana a México tras la Guerra Civil Española, al escritor y poeta mexicano Jordi Soler se le ocurrió iniciar una novela sobre la llegada de su “tribu” catalana a Veracruz y la fundación de la hacienda familiar La Portuguesa; esa historia se convirtió en tres novelas escritas en poco más de cinco años que hace unos meses reeditó Alfaguara en un solo volumen.
“La guerra perdida” es la reunión de Los rojos de ultramar, La última hora del último día y La fiesta del oso, una trilogía de historias que aunque Jordi Soler nunca las pensó como conjunto, dan cuenta de la historia de vida de una familia de exiliados que salió de España para buscarse otra vida en La Portuguesa, una hacienda contigua a Yanga, esa población africana y de afrodescendientes que está en la selva de Veracruz.
Soler reconoce que estas tres novelas sobre su familia, a las que recientemente se ha sumado un cuarto libro de historias breves, titulado Usos rudimentarios de la selva, tienen una mirada universal sobre un problema particular y le confirma que un tema íntimo es universal cuando es compartido por los lectores y quiere decir que la novela ha funcionado.
“Al final todas las familias se parecen, todas las historias de gente que emigra a otro país, como les pasa a los personajes de mis novelas y que son personas de mi familia al mismo tiempo, son más o menos parecidas: es el desconcierto, el dolor, la incertidumbre, el esfuerzo por construir una nueva realidad, una nueva vida en otro sitio”, señala el narrador en entrevista desde Barcelona, donde vive desde hace varios años.
El también autor de Bocafloja y La Corsaria asegura que de eso van estas tres novelas, “hay una guerra perdida y toda la guerra que viene; hay un esfuerzo por fundar una nueva realidad que es el corazón de estas novelas y sirve como metáfora para muchas situaciones de la vida; la vida es quizás eso, emigrar de una situación para fundar una nueva realidad”.
Una vez que abrió el grifo de la memoria y de la historia familiar, lo que siguió para Soler fue escribir tres novelas al hilo, una detrás de otra, que después, con el tiempo, se convirtió en una sola novela.
“En alguna de estas tres novelas, que estoy seguro que es en La fiesta del oso, el narrador dice que ‘toda luz requiere necesariamente de una parte proporcional de oscuridad’; las novelas no pueden ser totalmente claras, ni totalmente luminosas, tienen que tener esta zona de oscuridad; y son precisamente esas preguntas que no he podido responder pero que sí he podido plantear a lo largo de estos tres libros”, señala Soler.
Su exploración del pasado familiar que lo llevó de México a Barcelona y a recuperarse en el pasado de su gente, es lo que lo confirmó algo de lo que no ha tenido duda, “soy un escritor mexicano, tal cual, en México y en Barcelona a pesar de mi nombre”.
Aunque vive en Barcelona es un escritor mexicano. “No he tenido ninguna duda, en Barcelona no me siento en mi casa, me siento en la casa de mis ancestros, que también es una forma de estar en casa”.
Al cerrar esta historia familiar refrendó que él, Jordi Soler, pertenece a una tribu de extranjeros, no solamente porque vinieron de España y hablaban en catalán, sino también porque están en medio de la selva y vivían rodeados de los habitantes originarios de esa zona. “Esa es la extrañeza que hay en el narrador de las novelas, pero no hay nunca una extrañeza sobre su lugar de nacimiento y sobre dónde se ha convertido en persona. No reniego de mi origen pueblerino, sigo siéndolo hasta hoy, con todo y que mi biografía puede parecer muy cosmopolita porque he vivido en varios países, la verdad es que yo reivindico mucho mi realidad de niño de pueblo; sigo siendo un hijo de pueblo mexicano a mis 56 años”.
Soler asegura que siempre trata de que sus historias lleguen a algún lugar. “No soy un escritor que escribe con un guión o una escaleta y a partir de ahí va desarrollando su historia; yo soy un escritor de brújula, entro con una idea y me voy orientando dentro del texto a medida que lo voy escribiendo, nunca tengo notas previas y absolutamente nada, voy investigando lo que necesito en la mediada en la que voy escribiendo”, afirma.
Dice también que hacerse preguntas es parte fundamental de su oficio de novelista, pero también es una parte central de él como persona; se plantea preguntas que no siempre llevan incluida una respuesta.
“En estas novelas funciona exactamente así, todas las preguntas que se está haciendo el narrador a lo largo de estas historias son las preguntas que me iba haciendo yo como escritor de ese narrador; al final tienen la gran respuesta de estos tres libros, todo está ahí; hay preguntas por supuesto que no pueden responderse y eso es justamente su respuesta. No todo tiene solución, a veces la solución es esa bruma que queda sin respuesta a lo largo de las novelas”, concluye el narrador que ha cerrado un círculo con la saga familiar.