Como exclusiva para “El Universal Ilustrado”, el José M. Sánchez García hizo un retrato escrito de la vedette y actriz mexicana Guadalupe Vélez, mejor conocida como Lupe Vélez.
De trabajar en el teatro de revista, la explosiva personalidad de Vélez la llevó a posicionarse como “Whooppe Lupe” y “ el ciclón mexicano ”, es decir toda una diva de Hollywood.
Pero, ¿acaso esta personalidad era puro show? Sánchez García, por azares del destino, tuvo la oportunidad de visitar a la mexicana en su casa en Los Ángeles, en 1932 y escribió sobre cómo fue este esporádico, pero inolvidable encuentro.
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Lupe Vélez, como ahora la he visto…
1 de diciembre de 1932
Por José M. Sánchez García
El día 8 de marzo de 1929, a las nueve y media de la mañana, el “Twentieth Century”, en pavorosa carrera, llegaba a New York, Anticípolis,como justamente la llama el amigo Oteyza, presentaba en torno a la Estación Central, a la altura de la 42, una perspectiva de clamorosa tumulto, perfectamente desusado, aún considerando que el trajín habitual de esa calle siempre es enorme. Cualquiera que no estuviera en el motivo real que justificaba aquella aglomeración, sólo con ver la muchedumbre, tendría derecha a alarmarse pensando que sobre la ciudad pesaba la predicción insospechada de un cataclismo, y que la población entera se disponía al éxodo de la manera más irracional y desesperada…La propia Quinta Avenida, bien distante, que a esa altura presenta su parte comercial más costosa y estimable, sufría la congestión extraña.
Pronto, no obstante, se enteraría el curioso de la causa que motivaba aquella algarabía, pues el nombre cariñosamente mexicano de “Lupe” brotaba con más o menos torpeza en los labios de todos.
Lupe Vélez llegaba a la Ciudad Máxima. Los sobrenombres de “Whooppe Lupe” y “The Mexican Cyclone” atronaban el espacio como clarinadas de victoria.
En mitad de aquella masa compacta con vaivenes de ola, casi oculta por pieles costosas y flores magníficas logré ver los ojos vivarachos de la flamante “estrella” que en aquellos momentos abordaba un auto de alto precio.
Así fue como por primera vez tuve la oportunidad de ver a la simpática mexicana.
Quince días después, cuando otras novedades habían casi borrado de mi mente
las huellas de aquella efeméride, se cruzó en mi camino la oportunidad casual de conocer a la artista.
Descendía de visitar la redacción de “Films, en el edificio “Loew’s”, cuando una canastilla del elevador me encontré con mi talentosa amiga la escritora cinematográfica Gladis Hall, y preguntó:
-¿Quiere acompañarme? Tengo cita con Lupe Velez.
Salvando los mil peligros que ofrece a toda hora la plaza del “Times” El teatro luce tan confortable en la parte destinada al público, es húmedo y lúgubre, logramos arribar al camerino de la artista.
La señorita Vélez no está sola la acompañaba un joven tipo andrógino, perfumado con quien sostenía una acalorada discusión, en español, al parecer sobre que un periódico mexicano había confundido su nombre con la chispeante Delia Magaña.
Sus bellos ojos centelleantes con furia gitana, y sus manos juntas de madonna, giraban como aspas de un molino agitado.
Nuestra presencia no fue lo suficientemente valiosa para contener su coraje. Amainó su furia después de algunas frases altisonantes. Más cansada que satisfecha, nos comentó en su pintoresco inglés de niña consentida, que los periodistas de su patria no querían hacerle justicia, y que frecuentemente le “colgaban” historias absurdas.
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Al enterarse de mi nombre, de que yo hablaba español y de que era periodista con dificultad pudo reprimirse…¡Por pocas me la cargo!...De nada sirvió para ella el derroche de galantería empleado en mi favor por la señorita Hall, que aseguró que mi nombre figuraba en la gloriosa lista de los maestros de la profesión. Convencerla de que debería tomar unas fotografías conmigo, para ilustrar un artículo que “en su favor” pensaba yo escribir, fue obra paciente de benedictino, en la que la señorita Hall puso toda su habilidad de mujer sagaz.
La habitación en que nos hallábamos aunque bastante amplia, era pequeña para contener las ofrendas florales con que la artista había sido agasajada aquel día por sus admiradores. Entre las tarjetas que ofrecían el presente, más de una leí con cifras heráldicas. Agotados los lugares lógicos, las flores invadían las dillas y el suelo. Se respiraba una atmósfera imprecisa y molesta.
Lupe Vélez, si mis cálculos no me fallan, debería andar entonces muy cerca de los 20 años y era una mujer menuda, bien formada, airosa, tintada de un color piñón claro tenuemente borrado en las mejillas tersas. Ojos bellos e inteligentes, nariz corta respingada, voluntariosa; boca grande de labios finos vivamente rojos, magnificamente poblada por dientes blancos y fuertes.
La seda obscura de sus cabellos, peinada con artificial descuido, apenas dejaba ver las orejas pequeñas y astutas. En sus modales imperaba la grácil soltura de quien ejercita varios deportes. En aquellos momentos le cubría un amplio kimono azul de largas mangas, que le daba apariencias de pájaro extraño y pintoresco. Un fino bordado de seda reproducía sobre el túnico el popular paisaje del sagrado Fusi-Yama, un río, la arqueda techumbre de un templo y la herradura de un puente caprichoso.
A los pocos minutos de normalizada la situación, pude darme cuenta de que “la niña Lupe” no es mala; más aún que es buena, y muy buena, que tiene un corazón de oro fácil a la caridad y a la compresión.
La secretaria, una muchacha guapa aunque algo masculina, entró a rendirle cuenta de los más importante de la abrumadora correspondencia del día; Lupe, brevemente ordenó la forma en que deberían atenderse los diversos problemas expuestos a su consideración.
No había en su actitud alarde de suficiencia, pero sí la firme seguridad de quien sabe el terreno que pisa.
Pude enterarme entonces de las mil obras de caridad que su corazón realiza en pro de familiares y de simples conocidos. Al firmar los cheques a ellos destinados, más de una vez, su voz fue alterada por emoción recóndita.
Terminó ordenando:
-Encarguese usted misma de la selección de los juguetes para esos huérfanos.
La charla en inglés entre la artista y mi amiga Gladis, se orientó por el terreno biográfico.
Yo sólo tomé participación con el gesto, asintiendo en silencio.
Lupe Vélez nació en San Luis Potosí (México), hija del coronel Genaro Villalobos y de la excelente cantante Josefina Vélez. Recibió sus estudios elementales y superiores en un colegio católico de San Antonio, (Texas), de donde salió cuando escasamente pisaba las fronteras de la pubertad. Su vocación teatral, incontenible, la llevó a las filas deslumbrantes de la compañía “Ra-ta-plan”, que por el año de 1924 causó gran furor en el Teatro Lírico de la capital azteca. Ese año se vió obligada a soportar el peso de su familia: mamá, dos hermanas y un hermanito. Un año después, merced de su simpatía ganó el premio de popularidad, organizado por uno de los más caracterizados diarios.
Unos turistas que paseando por México la conocieron, ponderaron en Hollywood su belleza y dinamismo, logrando interesar a Richard Bennett que le prometió una parte de su película “La Paloma”. Al llegar la artista a Hollywood, los “expertos” la calificaron como demasiado joven e inexperta” y por lo mismo se negaron a concederle importancia.
Fue el productor Hal Roach quien rectificó el fallo, tras de admirarla en el número mexicano en una fiesta de caridad organizada por el Departamento Policial de los Ángeles. Le dió puesto en su elenco de donde Douglas Fairbanks la seleccionó al poco tiempo para hacerla su heroína en la película “El Gaucho” . A partir de allí su prestigio artístico subió rápidamente hasta justificar el alboroto con que llegaba a la Ciudad Única, que noche a noche le rendía tributo de reina.
Una vez completa la nota biográfica, recuerdo que Lupe tuvo algunas frases de respetuoso halago para Dolores del Río, con quien no estaba presentada, según afirmó, pero a quién reconocía, entre otros méritos, el de haber impuesto su tipo mexicano en Hollywood.
Ya para marcharnos me dió su asentamiento para regresar al día siguiente, a la misma hora, para tomar con mi fotógrafo los retratos que deseaba.
Apremiada por el traspunte, nos insinuó amablemente que la abandonáramos, pues tenía que disponerse para el prólogo.
Tras estrechar su mano breve, ganamos la calle inundada de sol y de alegría. Quise que mi amiga Gladys rompiera el silencio. Por fin se decidió:
-¿Le ha simpatizado Lupe?
-Mucho. Lástima que sea tan temperamental…
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