Uno de los efectos de la pandemia, a cinco años de que inició, fue agudizar ciertas carencias de la comunidad teatral. Directores, dramaturgos e investigadores coinciden en esta recapitulación y mencionan las pérdidas, aciertos y lo que cambió con el confinamiento.
Para Edén Coronado, miembro de la Asociación Nacional de Teatros Independientes (ANTI) y fundador y director artístico adjunto de la compañía El Rinoceronte Enamorado, son muchos los problemas que la pandemia sacó a la luz, “y que ya existían. Si hablamos de los espacios públicos, sabemos que los teatros no están al 100% de su ocupación y antes de la pandemia tampoco lo estuvieron”.
Hay información concreta, como el cierre de La Morada Teatro y Cien Teatro en Querétaro, y Carretera 45 en la Ciudad de México, recintos conocidos, pero hubo otros más pequeños en Chihuahua, Sonora, Veracruz y Oaxaca que desaparecieron. Al hablar del auge de espacios independientes en el país, estos se vieron disminuidos, según estimaciones de la ANTI, en un 40%, señala Coronado, quien en la pandemia trabajó en las obras Hamlet, Miseria y Ella.
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Juan Meliá, artista visual, académico y director de Teatro UNAM, señala que “los datos duros que podemos encontrar en relación a la asistencia a las actividades relacionadas con las artes escénicas en nuestro país nos los proporciona el INEGI anualmente desde 2016, gracias al estudio titulado Módulo sobre eventos culturales seleccionados (MODECULT). En el mismo se compara la asistencia a la proyección de películas o cine, que a conciertos o presentaciones de música en vivo, a exposiciones, a obras de teatro y a espectáculos de danza. En la última entrega de dicho estudio, desarrollada con cifras de mayo de 2024, podemos observar que todavía no nos hemos recuperado en relación al último año prepandémico. En los casos del teatro y de la danza es preocupante que nos encontramos todavía debajo del 50% de la asistencia que tenía nuestra disciplina. Para dar una cifra clara, solo poco más del 10% de los mexicanos asistió a actividades teatrales en el último periodo estudiado”.
Además, Teatro UNAM comparte la gráfica “Comparativo de asistencia a la disciplina teatral” que se elaboró a partir de los análisis del MODECULT, y muestra una caída que va de 2019, con el registro del 21.4% de la población que asistió a un evento teatral, a 2024 con el 10.4%. En 2021 fue el 2.8 %, la cifra más baja debido al confinamiento. “Fue notorio el incremento de públicos a finales del 2024 y sobre todo a principios de este 2025, aunque para corroborarlo debemos esperar los resultados del estudio de MODECULT del INEGI correspondiente a este último año”, señala Meliá.

Coronado complementa, a partir de la información que él mismo ha recabado en su compañía y el diálogo con los compañeros de la ANTI: antes del confinamiento, a nivel nacional, la asistencia a recintos era del 80%; ahora, calcula, la asistencia oscila en el 40%.
La actriz Dobrina Cristeva, quien forma parte del Movimiento Colectivo por la Cultura y el Arte de México (Moccam), recuerda cómo “la pandemia dejó al descubierto las enormes carencias que existen en la comunidad artística en seguridad social, ya que ningún artista que no perteneciera a una compañía estable, cerca del 90%, contaba con un apoyo para sobrevivir. Esta situación se volvió particularmente devastadora para los artistas escénicos ya que no podían llevar a cabo ninguna de las actividades laborales que les podían generar algún ingreso siendo que la mayoría de ellos viven al día. La Secretaría de Cultura generó una convocatoria llamada Contigo en la Distancia pero, como toda convocatoria, beneficia a unos cuanto y deja fuera a muchos”.

Tanto Cristeva como Patricia Chavero, investigadora de artes escénicas e integrante del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (GRECU), lamentan que en un mo mento que requería estrategias distintas, sucedió la desaparición de fideicomisos y mecanismos de apoyos a la creación. Chavero recuerda la afectación del “decreto de actividades no esenciales, que, en el caso de la cultura y las artes, y sobre todo las artes escénicas, fue un paro total de actividades. Estaba anunciado: eran los primeros en parar y los últimos en regresar. El trabajo que existía era precario, sin trabajo asalariado, acceso a seguridad sanitaria ni prestaciones sociales, como lo sería un fondo de ahorro para el retiro y acceso a créditos para vivienda. No hubo rescate de los trabajadores de cultura y artes”.
Aún cuando la pandemia dejó al descubierto esta precariedad, dice Cristeva, “no se modificó de ningún modo la manera de operar de la Secretaría de Cultura ni se atendieron los grandes pendientes con la comunidad: seguridad social, contratos justos, programa hacendario específico para la actividad”. Chavero cuentaque el 1 de noviembre de 2021 hubo una protesta de grupos artísticos, con integrantes de No Vivimos del Aplauso y el sindicato de administrativos del INBAL, en el que se contabilizó el deceso de 400 artistas o personas relacionadas con el mundo del arte.

Algo que ayudó mucho en esos años, dice Alejandra Serrano, investigadora del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli (CITRU), fue el Circuito Nacional de Artes Escénicas. “Permitió que, en los estados, hubiera espacios que no cerraran. Este año no salió, parece que sólo fue una medida paliativa, cuando en realidad movilizó más de 200 compañías y generó una red de apoyos”, dice.
Un efecto, continúa, es que los festivales se debilitaron y “la mayoría de las muestras estatales siguen desaparecidas”. 2020 y 2021 fueron años atípicos, pero en 2022 la actividad decreció con “200 obras menos en relación” en los estados. “La mayor parte de la actividad de ese 2022 corresponde a grupos que tienen una infraestructura que les permite mantener las obras en cartelera más de un año. Lo que estamos viendo es que los grupos que tienen más infraestructura son los que sobrevivieron a la pandemia”.
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El dramaturgo y director Jaime Chabaud recuerda la desaparición de Teatro Sin Paredes y Escenología: “Quienes tenemos editoriales, vimos reducido al mínimo la producción. Sacamos uno o dos libros, cuando antes sacábamos diez o veinte al año. No hemos salido del bache, se necesita repensar las políticas públicas”.
Los efectos más notorios son enlistados por Mario Espinosa, director de la Organización Teatral de la Universidad Veracruzana: las temporadas cortas que llegaron para quedarse y “el efiteatro que se volvió la manera más clara de financiar proyectos grandes o medianos”. Una cosa buena, recalca, es que ha afianzado la red de teatros independientes. Algo grave es que “se aprovechó la pandemia para la desaparición del Programa de Teatro Escolar que llevaba décadas y no ha regresado”. Verdecruz o los últimos lazaretos es una obra que dirigió Espinosa y cuyo estreno se retrasó por el confinamiento.
El teatro mexicano, concluye Meliá, “está en estos momentos trabajando para ser más necesario que nunca entre nuestra sociedad, buscando poner en escena temas de absoluta urgencia, y confrontándonos en todos sentidos”.