En el día a día, la vitalidad y entusiasmo con el que el arqueólogo Leonardo López Luján (Ciudad de México, 1964) lidera el Proyecto Templo Mayor es notoria; esto a pesar de llevar más de 30 años al frente de este importante proyecto arqueológico, el cual ha cambiado la comprensión de la civilización mexica en las últimas décadas.
Alumno del gran arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma e hijo del historiador Alfredo López Austin, arqueólogo por la ENAH y doctor en la misma materia por la Universidad París Nanterre, López Luján lleva la batuta en el Templo Mayor, a pesar de las adversidades que atraviesa la investigación en México por temas presupuestales.
Por su pasión en el mundo mexica y su dedicación para desentrañar los secretos que rodean a Tenochtitlan fue reconocido por el gobierno federal con el Premio Nacional de Artes y Literatura 2024 en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía, galardón que ve como un impulso para seguir investigando y divulgando las complejidades de nuestros antepasados.
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López Luján recibe a EL UNIVERSAL en su oficina y sitio de trabajo, el Templo Mayor, donde su equipo labora todo el año en el análisis y registro de los hallazgos de las excavaciones, a pesar de las fuertes lluvias que azotan estos días la capital.
En la charla habla de sus padres y maestros, de la necesidad de divulgar la arqueología, de los retos que enfrenta el sector en México y de los hallazgos más recientes en las profundidades del Templo Mayor.
¿El Premio Nacional de Artes es la culminación de los proyectos en el Templo Mayor?
¿Culminación? Todo lo contrario, soy apenas un chavo de 61 años y espero llegar a la edad de mis padres para seguir indagando sobre nuestro pasado y haciendo más descubrimientos con mi equipo. Alguien me dijo ayer que recibiré el Premio Nacional siendo aún muy joven. Y, lo que hay que explicar, es que comencé a hacer mis pininos cuando era niño, por lo que ya llevo un atado de varas —un siglo mexica de 52 años— ejerciendo este oficio.
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¿Vino a la memoria su padre, madre, profesores y colegas?
Se lo debo principalmente a mi madre y a mi padre, quienes me inculcaron el interés y el amor por el mundo indígena de México, pasado y presente. Obviamente hay que extender la gratitud a todos mis maestros, entre quienes Eduardo Matos Moctezuma ocupa un lugar privilegiado, y a la comunidad entera del Templo Mayor, en donde convivo con muchísima gente talentosa. En fin, el premio llega en un momento muy vital en el que sueño con un futuro lleno de proyectos.
¿Cree que hoy se debe hacer mayor divulgación de los hallazgos, de la forma en que se puede hacer desde las redes?
Por supuesto, ahora contamos con herramientas maravillosas para comunicar el conocimiento que generamos en nuestras excavaciones y laboratorios. Obviamente esta divulgación la hacemos para nuestros colegas a través de publicaciones científicas y congresos de especialistas. Pero también ponemos un énfasis considerable en el gran público. En este sentido, seguimos difundiendo por vías tradicionales como revistas, folletos y catálogos. Arqueología Mexicana es un buen ejemplo, y por medio de conferencias para todo tipo de audiencias. Además, ahora nos valemos de las plataformas de Internet y así llegamos a decenas de miles de personas en todos los rincones de la República y mucho más allá de nuestras fronteras. Otro ejemplo es el ciclo de conferencias “La arqueología hoy” de El Colegio Nacional, es seguido por gente que se encuentra en Canadá, hasta Argentina o Chile. Y, en lo individual, trato de hacer cierta labor a través del antiguo Twitter, hoy X, donde posteo exclusivamente sobre temas relacionados con el pasado de la humanidad.
¿Perdura esa pasión y esa sorpresa al revelar lo que se esconde en el Templo Mayor?
No hemos perdido, ni el equipo ni yo, el espíritu infantil, esa capacidad de sorprendernos cuando hurgamos en las entrañas de esta ciudad, cuyo subsuelo se compara con el de Roma, Estambul o Jerusalén.
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¿Cuál es el hallazgo que más le ha sorprendido?
Pudiera hacerte una larga lista de mis descubrimientos favoritos, pero más importante aún en nuestro trabajo es poder revelar cómo vivían los chilangos de hace 300, 500, 700 e, inclusive, 1000 años, explicar cómo pasó lo que ahora llamamos Ciudad de México, de una minúscula y muy humilde aldea insular tolteca, a la floreciente capital de la Triple Alianza con 13.5 kilómetros de superficie y más de 200 mil almas. Y luego cómo se transformó en la ciudad europea más importante de ultramar, esto bajo la égida del imperio español, y que hoy ha llegado a ser una megalópolis de 21 millones de habitantes que ocupa un sitio privilegiado a nivel mundial como nodo geopolítico, económico y cultural.
Dado el ritmo de los descubrimientos y las nuevas tecnologías, ¿cree que aún quedan grandes secretos por revelar bajo el Templo Mayor que puedan cambiar nuestra comprensión de la civilización mexica?
Claro que sí, en los 47 años de vida del Proyecto Templo Mayor, nuestra comunidad ha cambiado diametralmente el rostro de la antigua Tenochtitlan y ha ahondado como nunca el conocimiento acerca de sus habitantes. Nuestra capacidad de comprensión se acelera día con día. Imagínate, ahora con el uso de la estación total, el escáner tridimensional, el LiDAR, el georradar y el magnetómetro podemos mapear al milímetro los vestigios arqueológicos. Con ayuda del ADN antiguo logramos definir cuál era y cómo se modificó la herencia genética de los chilangos antes y después de la conquista española. Ahora somos capaces de identificar el origen y la dieta de los seres humanos y de los animales que exhumamos en las excavaciones a través del estudio de isótopos estables de carbono, oxígeno y estroncio. Gracias al análisis de polen y de micromoluscos inferimos cuál era a través del tiempo la cubierta vegetal de la Cuenca de México, la temperatura y la humedad imperantes, así como la salinidad del lago. Inclusive, en las botijas sevillanas de cerámica que recuperamos de los niveles coloniales, hemos podido saber si transportaban vino o aceite de oliva.
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¿Cuál es el último hallazgo que han hecho en Templo Mayor?
¡Espero que no sea el último, sino sólo el más reciente! Te cuento que en los últimos meses hemos descubierto varias cajas cúbicas de piedra, conocidas en náhuatl como tepetlacalli. Invariablemente están colmadas de conchas y caracoles marinos, así como de esculturas del llamado estilo Mezcala de Guerrero que fueron talladas en piedras metamórficas verdes. Para los mexicas eran instrumentos mágicos para propiciar lluvias abundantes y, para nosotros, son un medio privilegiado para adentrarnos en el mundo fascinante de nuestros antepasados.
¿Cuál es el mayor desafío que enfrenta la arqueología mexicana hoy en día?
Uno de nuestros grandes retos es, sin duda, el recambio generacional. En México se practica una arqueología de clase mundial que es reconocida cada dos años en el Foro Arqueológico de Shanghái. Pero el asunto aquí es que nuestro país siga ocupando en el futuro ese lugar privilegiado. Por ello debemos invertir en el porvenir de los jóvenes. Apoyar los centros de enseñanza, ofrecer becas y, muy importante, aumentar las oportunidades laborales al mismo ritmo que crece nuestro riquísimo patrimonio. Necesitamos más y mejores empleos, estables, con salarios dignos, los cuales permitan forjar carreras profesionales exitosas y duraderas. Y tenemos que apoyar los proyectos científicos en los que fructifique el trabajo colaborativo. Para ello debemos entender la arqueología y la ciencia en general como el maíz y la tortilla: un producto de primera necesidad.
A los jóvenes arqueólogos o a quienes sueñan con dedicarse a esta profesión, ¿qué mensaje les compartiría?
Pues que luchen por alcanzar su vocación científica por más adverso que resulte el panorama. Una clave es que, además de dedicarse al estudio escolarizado en cuerpo y alma, se sumen como aprendices a proyectos de investigación que les permitan hacerse de los rudimentos de este bellísimo oficio.