una de las tres provincias del País Vasco, donde nació el escritor , es el universo en el que transcurre la nueva novela del también traductor y profesor español y en el que echa luz sobre una tragedia que sucedió en un colegio de la localidad, una explosión de gas que sacudió al País Vasco y a toda España en 1980 y que le dio el contexto para explorar la historia de un pueblo, de una familia y en especial de un abuelo que, ya jubilado, acostumbra a subir los jueves al cementerio de Ortuella a visitar la tumba de su nieto, uno de los muchos niños fallecidos.

La, amplía el universo que Aramburu (San Sebastián, 1959) ha ido plasmando en su serie narrativa Gentes vascas, donde agrupa historias de personajes comunes que ven impactadas sus vidas por los hechos Históricos con mayúsculas, y refrenda su gran y afilada capacidad de exploración psicológica y literaria. El autor que ha abordado el tema del terrorismo etarra, dice ser un cronista literario, no de grandes hechos, sino de gente que, como en esta última novela, busca no sucumbir a la pena y hallar un consuelo, algún tipo de alivio o acomodar la tragedia en su vida cotidiana.

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¿Regresa o nunca se ha ido de la región vasca donde nació?

Este regreso a contar historias de la gente de mi tierra está en realidad previsto por el hecho de que estoy comprometido con un proyecto de novelas cortas y de libros de cuentos centrados en lo que llamo Gentes vascas, historias protagonizadas por vecinos normales y corrientes, de todas partes, que no protagonizan la Historia con mayúsculas. La circunstancia de escribir esa serie me hace estar atento a este tipo de historias y la de El niño me interpelaba fuertemente por lo que me impresionó en su día, y porque por 24 años fui docente, en parte de niños de la misma edad de los que fallecieron en Ortuella; fue cuestión de encontrar el tono, los personajes, de darle una estructura y ponerme a escribir.

¿Cómo entra a lo más profundo del corazón y a los vacíos de sus personajes?

Debo declarar que me siento un cronista no de grandes hechos, sino de gente, creo que es lo que yo menos mal hago y lo he hecho siempre; es decir, observar a mis semejantes y después tratar de trasladarlos a textos narrativos con la mayor complejidad posible y tengo ya un elenco numeroso de personajes, pero hay uno que puebla distintas novelas con el que me ocurrió algo que nunca antes me había pasado, puesto que siempre he sido consciente de trabajar con palabras y no con seres humanos directamente. Lo que me ocurrió con el abuelo Nicasio es que por primera vez en mi carrera literaria establecí una relación sentimental con un personaje. Y la razón de ello es que yo no conocí a mis abuelos varones porque ambos fallecieron mucho antes de mi nacimiento y por tanto he vivido toda mi vida con estos dos huecos de los que al principio no era consciente, hasta que la vida me deparó el destino de abuelo, ahora soy abuelo y lo fui siendo mientras la criatura se formaba en el mismo tiempo que yo escribía El niño. Me convertí a un tiempo en el nieto de mi personaje y en el abuelo de su nieto.

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¿Fue duro contar la ausencia del nieto para el abuelo?

Como bien han dicho quienes han analizado mi novela, ésta trata no tanto de la muerte de una criatura, sino de las distintas estrategias vitales que adoptan sus padres y su abuelo para no sucumbir a la pena para hallar un consuelo, para encontrar algún tipo de alivio, para acomodar el hecho trágico en la vida cotidiana. Siempre hago un esfuerzo grande por dotar a mis personajes de volumen humano y no sólo ponerlos al servicio de una trama.

¿Una literatura con personajes con gran humanidad?

Las mías son novelas centradas en la condición humana, tanto en el plano privado como en el colectivo, y sin necesidad de hacer grandes esfuerzos yo sé que, si sitúo a mis personajes en un contexto social determinado, en ellos se va a reflejar la historia colectiva, de manera que con la historia privada va acompañado un dibujo social de la época.

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Ha hecho retratos humanos

El principal impulso que me lleva a escribir novelas es dejar un retrato humano de un número considerable de personas que pasan a ser personajes de mi tiempo y de lugares que yo he conocido. Yo no me siento a escribir un retrato social.

¿Es el escritor que quiere dejar constancia?

La Historia con mayúsculas, la que está basada en datos verificables, no forma parte directa de mi trabajo, aunque sí me puede servir como fuente documental, no tengo mano para escribir novelas históricas, pero mis personajes no son invenciones puras que no pisan el suelo.

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