El cambio en las formas de abordar la neurodivergencia y la discapacidad es necesario para un grupo de creadores que desarrollan sus proyectos desde esta vena: el análisis de las maneras en las que la actual administración cultural federal ha abordado la inclusión, la vigencia de los lenguajes escénicos, la falta de apoyos, el entendimiento de un problema estructural y hasta la ausencia de infraestructura básica como rampas en espacios culturales.
Es verdad que los tiempos han cambiado, hace 20 o 30 años el panorama era aún más desalentador, pero, en otros sentidos, aún se trata de un terreno nuevo.
Para Luis López, actor de clown, director de la compañía Las Primadonnas y creador del proyecto "Síndrome de Clown", que empezó con una serie de talleres y devino en una obra conformada por sketches, a partir de su contacto con el Instituto de las Personas con Discapacidad de la Ciudad de México, es necesario dignificar el oficio.
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“El programa cultural que propuso este gobierno tenía, supuestamente, una visión inclusiva. Pero si yo quiero estar en un teatro, hay convocatorias sin apartados para la recepción de proyectos inclusivos. Mi proyecto inclusivo se evalúa junto a proyectos de compañías profesionales donde se toma en cuenta el presupuesto, los nombres de los actores, la trayectoria. No hay manera de que mi obra, con muchachos con discapacidad que no son famosos, pueda competir. Estoy descartado en automático”, indica.
Señala que, en todos los aspectos gubernamentales, el discurso de esta administración considera la visión inclusiva: “Entre las primeras cosas que destaca el Plan de Desarrollo es que debe ser inclusivo. Está en la teoría, pero no se ha comprendido en la práctica. La palabra inclusión todavía no está asimilada por las instituciones; por lo tanto, eso no ha permeado en el desarrollo de las convocatorias y los programas particulares. Esto es para que en el papel se oiga bonito, pero en la práctica es nulo”.
Pero Juan Carlos Saavedra, fundador de Teatro Ciego, compañía que presenta la obra HistÉrika hasta el 18 de agosto en el Sergio Magaña, y de la asociación civil Arte Ciego, dice que esta administración ha sido paternalista y que le ha dado mucho apoyo tanto a la asociación como a la compañía y al Encuentro de Artes Escénicas Inclusivas Otros Territorios, “plataforma que promueve y difunde el trabajo de artistas con algún tipo de discapacidad”, realizado desde 2010 con fondos gubernamentales y privados, y que se llevará a cabo este año en Querétaro del 18 al 24 de noviembre.
“El gobierno ha apoyado la diversidad de tal forma que muchos artistas sin discapacidad han utilizado esto para bajar recursos”, dice.
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Pese a los aspectos positivos, Saavedra señala que las administraciones no pueden ser tan arrogantes como para tener el discurso de velar por ciertas comunidades, pero no las toman en cuenta cuando arman proyectos e iniciativas. “Por eso la gente con discapacidad tiene el lema ‘nada de nosotros sin nosotros’. ¿Quieren hacer algo accesible para la comunidad sorda? Involucren a los sordos. ¿Quieren hacer algo accesible para usuarios de silla de ruedas? Hablen con ellos. Pasa lo mismo con la discapacidad psicosocial o intelectual y las neurodivergencias; no deberían verlas como personas con discapacidad por las que van a hacer algo. Tendrían que invitarlas y tomarlas como expertise en la materia porque si no, los programas terminan mal diseñados al no tener una persona con discapacidad que los verifique”.
La Coordinación Nacional de Teatro —continúa— hace funciones relajadas para personas neurodivergentes y también ofrece funciones en Lengua de Señas Mexicana. “Sé que no alcanza el presupuesto, sé que son primeros pasos, pero se trata de algunas obras que se hacen en lengua de señas sólo algunos días, como si el sordo decidiera cuándo ser sordo. Eso no es inclusión. Los artistas deben ser responsables también de involucrarse: la Coordinación Nacional debe fomentar la diversidad en el público y decirle a los artistas que se preparen por si llega alguien con neurodivergencia o en silla de ruedas”.
La dramaturga y directora Claudia Marinclán, ganadora del apoyo de Creadores Escénicos en la Categoría B (Interdisciplina, 2022-2023), presentó este año en el Foro Elefante su obra No todas las aves vuelan, en la cual explora el lenguaje escénico para dirigirse a familias con hijos neurodivergentes: un dispositivo abierto, con pantallas e instrumentos, que apela a la atmósfera y el sonido. Incluso pueden hacerse variaciones de la escenas, acorde a la interacción del público, para enfrentar el reto de una comunidad que requiere desplazarse y participar de forma activa. Exploración artística que contrasta con una de las “funciones relajadas” vistas por la dramaturga: “El público estaba en un balcón, lejos de las acciones. Había una cinta con la leyenda ‘precaución’ y una serie de limitantes que hacían pensar cuál era el objetivo de tener a alguien en un teatro si no podía interactuar con la pieza. ¿Para qué tienes así a una persona en el teatro?, ¿para generar números?, ¿para experimentar? Es necesario preguntarse qué estamos haciendo y desde dónde”, señala.
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Saavedra retoma la palabra y abunda en la necesidad de pedirle al INBAL no sólo la apertura de espacios para discapacidades, sino abrir posibilidades para que en las oficinas de Cultura, o en un ejemplo concreto, como la Coordinación Nacional de Teatro, haya acomodadores sordos, gente con discapacidad laborando en la administración: “Uno piensa que la cultura es solo estar en escena, pero no; puede estarse en la bodega, en producción, en el boletaje. Eso generaría un impacto”.
Para comprender las carencias que aún existen en materia de inclusión no es necesario ir tan lejos —lenguajes escénicos, oportunidades laborales—; basta con pensar en el caso del Taller Corazón Down, que nació hace siete años. Se ubica en León, Guanajuato, y el 17 de octubre presentará en el Festival Internacional Cervantino una selección de bailes michoacanos.
Irma Hortencia Oliva Pérez, fundadora del centro educativo, que cuenta con diversos talleres artísticos, y del que se emana el grupo, señala que cuando deben salir de la ciudad cada uno de sus integrantes paga sus viáticos: “No recibimos apoyos para nuestros talleres. Las mamás solventamos lo de nuestros hijos, pagamos nuestra cuota y hacemos nuestros vestuarios. Es difícil que el gobierno te apoye”.
A lo que habría que sumar la falta de sensibilidad de la gente que, cuando ve bailar a los integrantes del taller, lanza ciertas expresiones: “Son los chicos enfermitos” o “pensamos que no podían hacerlo”. El estigma, algo que parecía enterrado, sigue vigente.
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Otra problemática que aparenta ser cosa del pasado es señalada por Leticia Peñaloza, directora y fundadora de Fuga Danza, agrupación a la que conforman bailarines de habilidades mixtas: la carencia de rampas en teatros y espacios culturales: “A veces se ignora, se da por hecho que ellos lo resolverán, quién sabe cómo. Es algo vergonzoso (...) Aún falta la conciencia, la empatía, la solidaridad para que haya un desarrollo equiparable entre las personas. No se ha tenido la visión real, falta un apoyo concreto consciente, dirigido hacia la inclusión”.
Uno de los puntos en los que hace énfasis es en la desaparición de la Maestría en Desarrollo de Proyectos Inclusivos en Artes del INBAL, que sólo tuvo una generación, entre 2018 y 2020.
“Al plantear que podían cursar la maestría personas con discapacidad, la respuesta era un ‘no estamos preparados’. La idea es que nos preparemos, que aprendamos de ellos y ellos de nosotros; pero hubo miedo y cerraron la maestría”.
Mención especial requiere una compañía legendaria, Seña y Verbo. Teatro de sordos, que empezó hace 31 años con el aterrizaje que el director Alberto Lomnitz hizo del modelo estadounidense del National Theatre of the Deaf, compañía en la que todos sus integrantes son sordos. “Dentro de Seña y Verbo jamás mostramos, escribimos o expresamos el término discapacidad. Usamos nuestras manos como nuestro idioma. En las paraolimpiadas, por ejemplo, no hay personas sordas participando. Todavía se piensa y se sigue creyendo que los sordos son personas con discapacidad”, expresa su actual director, Eduardo Domínguez.
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“El arte se puede hacer sin utilizar la bandera de discapacidad porque, a veces, hay cierta condescendencia”, afirma sobre un problema complejo, círculo vicioso, estructural, en el que, por ejemplo, México no cuenta con la cantidad de intérpretes certificados (quizá 70 u 80, dice) que atiendan a la comunidad sorda.
“Me gustaría que las diferentes instituciones en el país nos voltearan a ver. Necesitamos que las instituciones reconozcan y acepten a una persona sorda como director de una compañía; que sepan que yo me comunico en lengua de señas y se requiere intérprete. Es necesario generar empatía”, subraya.
Al enlace de la Secretaría de Cultura federal se le preguntó cuántas personas con discapacidad, neurodivergencia o capacidades diferentes laboran en la institución y qué programas de inclusión laboral hay, sin obtener respuesta al cierre de esta edición.