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ana.pinon@eluniversal.com.mx
“Siempre hemos trabajado con las uñas, en el filo de la navaja. Si despiden a alguien o si nos bajan más el poco recurso que tenemos, el Proyecto ya ni siquiera es viable; bajo la cortina. Ya resolvimos lo urgente que vivimos durante el primer trimestre cuando no teníamos ningún recurso, pero ahora estamos en un momento sin buenas perspectivas por una austeridad que, creo, está mal entendida porque se está sacrificando a la ciencia. En todo el mundo se entiende la importancia de la ciencia, en México no sé quién asesora al señor presidente de la República. Estamos en una situación inédita; en mis 55 años de edad no había visto nada parecido”, dice en entrevista López Luján, responsable del PTM desde hace 28 años (aunque trabaja en éste desde 1981).
El arqueólogo, considerado uno de los más importantes especialistas en la política, la religión y el arte de las sociedades prehispánicas del centro de México, ofrece un recorrido por la zona de trabajo de su equipo, localizada en el cruce de República de Guatemala y República de Argentina, en el Centro Histórico, al pie del Templo Mayor de México-Tenochtitlán.
Está orgulloso de cada uno de los integrantes del PTM y está preocupado. En diciembre pasado, la administración del INAH le envió la lista con los nombres de su equipo y le pidieron que señalara quién no era indispensable. “La devolví y les dije que no la podía llenar porque no sólo todos son vitales para seguir trabajando; necesitamos otros 20 o más para hacer nuestro trabajo de manera óptima. ¿A quién querían que despidiera?, ¿a la fotógrafa cuyo trabajo es importante por el registro científico?, ¿a una de las antropológas físicas que recibe mil 500 pesos al mes como apoyo porque tuvimos que dividir un salario para pagarle a tres?, ¿corro a la arquitecta que hace los mapas?”, cuestiona.
Algunos de ellos, como uno de los arqueólogos, deben trabajar en otros oficios como el comercio para poder cubrir sus gastos. Los salarios del equipo van de mil 500 a los 16 mil 500; ninguno de ellos cuenta con antigüedad, jubilación, vacaciones, aguinaldo y otras prestaciones.
De los 20 trabajadores, 13 son profesionistas como arquitectos, arqueólogos, restauradores, pero son contratados como personal administrativo y apenas desde el año pasado accedieron al ISSSTE; siete más están en el esquema de la partida 3391 que corresponde a servicios profesionales, científicos y técnicos integrales; ninguno tiene seguro social.
En ese primer trimestre, López Luján y otro compañero, solicitaron préstamos a familiares y amigos para poder pagar todos los gastos. Hoy, dice el arqueólogo, las deudas están cubiertas y los pagos van al corriente pero persiste la incertidumbre laboral.
“Esta situación ya la habíamos vivido en otros años, pero ahora todavía es más complicado. Nuestro gasto operativo es bajísimo: 150 mil pesos anuales, lo usamos para comprar cosas como madera, cal, materiales como cucharillas, instrumentos de excavación, químicos para la restauración, cajas para depositar objetos. Es un presupuesto que hemos tenido desde hace años, con la inflación cada vez nos alcanza para menos cosas”.
Y añade: “No soy experto en políticas públicas, pero sí puedo percibir que estamos más lejos de las prioridades nacionales y es dramático. Mis autoridades han sido muy receptivas, nos han tratado bien, pero me dijeron que teníamos que sumarnos a la austeridad republicana; les respondí que desde que yo llegué a trabajar estamos en austeridad, lo que nos están pidiendo no es nuevo, la austeridad es nuestro estado normal”.
Tan normal que llevan años trabajando con sus propios equipos de cómputo, con microscopios prestados, con mesas hechas con tubo y mamparas o con vidrios de vitrinas de exposiciones que ya no se usaban y fueron acondicionadas como escritorios, con refrigeradores que les fueron donados.
“Esta es la ciencia en México, estos son los lujos y los privilegios que dicen que tenemos. Del INAH sólo tenemos un archivero y otro mueble, lo demás lo hemos construido o lo hemos conseguido y comprado”, dice López Luján.
Se formó en las tierras profundas de nuestra historia mexica, sus estudios académicos llegaron hasta sexto año de primaria, debido a su vasta experiencia enseña a decenas de estudiantes y es brazo derecho de los arqueólogos que trabajan en la zona.
Tomás tiene 65 años, es zapoteco, al igual que varios de sus compañeros, es originario de Santa Ana Yareni, municipio que se localiza en la región de la Sierra Norte en el estado de Oaxaca. Ahora radica en Chimalhuacán, su salario es de alrededor de 10 mil pesos menos impuestos. Ahora mismo trabaja en las excavaciones de una ofrenda azteca, la 178, en donde fue hallada una hembra jaguar que estaba cubierta con una capa de corales de cuatro especies diferentes, además de conchas, caracoles pequeños, peces globo y numerosas estrellas marinas. Su trabajo, dice, lo hace feliz. “No sé qué vieron en mí los arqueólogos en el 78, me quitaron el pico y la pala y me vine para acá. Ver cómo se destapan las cajas provoca una gran emoción, aquí aprendí toda la historia”, dice Tomás.
El antropólogo Miguel Báez es jefe de departamento, cuenta con maestría y es uno de los que cuenta con el más alto rango salarial de 16 mil 600 pesos. “Yo puedo seguir estudiando, hacer mi doctorado, pero ya llegué al tope de crecimiento que ofrece el INAH. Nuestro sueño es tener una plaza porque nos permitiría aspirar a hacer una carrera en un sitio arqueológico, pero con un contrato de tres o seis meses nos pueden mover a otros sitios, no podemos construir un prestigio y una especialización”, dice.
La restauradora Adriana Sanromán comparte una frase: “Nosotros, como dicen los músicos, siempre andamos buscando el hueso, nuestros contratos no nos permiten otra cosa”.
El PTM, reconoce López Luján, es uno de los proyectos más estables no sólo por la importancia del sitio, también por su ubicación geográfica y porque se trata de la historia de México-Tenochtitlán. Si su equipo está vulnerable, entonces, reconoce, en otras zonas y sitios las condiciones son alarmantes.