El estudio y análisis de 50 fotografías variadas (entre retrato y paisaje) del siglo XIX son la materia prima del libro Artificios, realidad e ilusión en los retratos del siglo XIX, realizado por el historiador del arte Gustavo Amézaga Heiras, y que toma como punto principal de estudio imágenes de la Colección Porfirio Díaz, en resguardo de la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero de la Universidad Iberoamericana, institución que editó y publicó esta novedad editorial.
El libro desmenuza las complejidades y características del retrato del siglo XIX, y parte de una crónica del escritor y periodista Guillermo Prieto, en la que narra una visita a un estudio fotográfico en 1869, anécdota que usa Amézaga Heiras para describir en primer capítulo cómo eran los establecimientos de retrato de la época.
El libro, dice el autor, se divide en dos partes. “La primera desarrolla una nota que hallé de Guillermo Prieto, que firmó como ‘Fidel’ para un periódico de la época, El Monitor Republicano, una crónica de su visita a un estudio fotográfico de la Ciudad de México”.
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La riqueza de este texto es que narra la visita a unos de los estudios fotográficos más importantes de entonces: el estudio Cruces y Campa. “En el texto Prieto narra que está caminando por la ciudad y encuentra la puerta del estudio de Cruces y Campa y, como excelente cronista, nos va contando todo; lo que hice, aparte de transcribir, es analizar todo lo que va platicando, lo que va viendo”.
Agrega que las descripciones de Prieto se complementan con los detalles de otros estudios. “Comparo la crónica con cómo eran otros estudios, desde los muestrarios exteriores, las celebridades exhibidas, la entrada vista desde la calle, la recepción, los muestrarios para montaje, el salón de tomas y luego paso a los catálogos, porque la crónica de Prieto finaliza con la narración de que el estudio Cruces y Campa le regala al escritor su catálogo”, explica el investigador.

Amézaga Heiras ha desarrollado estudios sobre la fotografía del siglo XIX, así que una de sus principales fuentes ha sido la hemerografía. “Al ser un gran apasionado de la hemerografía, he revisado las principales hemerotecas, me he dedicado a rastrear notas, registros de fotógrafos; me dedico a analizar la biografía de ciertos fotógrafos y algunos temas en particular”.
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En la Colección Porfirio Díaz hay cartas dirigidas al presidente con ciertas peticiones o favores, como becas para algún hijo, apoyos económicos o incluso ser padrino de bautizo. Algunas de esas cartas, dice el historiador, tenían adjunta un retrato, para comprobar su autenticidad. Parte de esas fotos conforman la selección de imágenes analizadas en el libro.
¿Cómo eran los retratos antes?
La segunda parte del libro desmenuza 40 retratos, divididos en dos ámbitos de la vida cotidiana de la época: el público y el privado.
La portada muestra a un niño, Luis Ortigosa, captado por Octaviano de la Mora; la imagen es clara con su época: un infante posando con sus juguetes, por lo que se cree pudo ser retratado el día de su cumpleaños. “Aquí predomina mucho el retrato burgués, el retrato de la clase media, media alta, aspiracional en gran medida”.
Los fondos de estos retratos emulaban ser patios, jardines, casas, terrazas y colinas, con telones que recreaban estos lugares, utilizando la luz del sol para iluminar a las personas y a los objetos.
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“Todos eran telones, claro. Si tú te tomabas una foto en ese momento, todavía no existía la calidad de películas y cámaras para que saliera nítida la imagen, por lo que todo se recreaba en los interiores de los estudios, utilizando la luz del sol”, cuenta el investigador.
Pero los archivos muestran que no todo era retrato de la clase media, ya que entre las fotografías seleccionadas destaca un retrato de un hombre: Genaro Bustamante, quien cometió un asesinato.

“Están este tipo de retratos que le enviaban al presidente Porfirio Díaz, como el de Genaro Bustamante, que asesinó a otro hombre en La Paz, Baja California; le toman este retrato en exterior. En este punto cabe mencionar que en ese tiempo había fotógrafos ambulantes, que llevaban todo su equipo en un burro o en un caballo, y como en la foto de Bustamante, se puede ver el telón maltratado y el uso de la luz exterior”, detalla.
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Muy importante en la foto de retrato de esa época, cuenta Amézaga Heiras, es que todo se tenía que disimular, contrario al presente.
Al llegar a un estudio del siglo XIX, una de las tareas primordiales era seleccionar el escenario en el que la o las personas deseaban ser retratadas. “El ideal de los niños era ser retratados como marineritos, era lo máximo, entonces algunos estudios tenían varías marinas, pintadas al óleo, y sugerían las diferentes marinas; al estar el telón, traían objetos como una barcaza, una roca, un ancla, todo lo componían con el modelo”.
En la época era difícil retratar a los niños debido a que todo tenía que ser preciso, por lo que algunos fotógrafos declararon a la prensa que cobraban más por esta categoría, así como la fotografía post mortem, que tomó fuerza en el siglo XIX y donde se posaba con el difunto al lado de familiares en algunas ocasiones.
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Otra de las joyas que analiza el libro es una imagen de un fotógrafo desconocido, titulada Antonia Bargas y sus cinco hijos, enviada a Díaz el 14 de septiembre de 1910, desde La Concepción, Michoacán. “Si bien durante el porfiriato se lograron avances en la pacificación del país, el costo de este progreso fue enorme, la desigualad aumentó a niveles pocas veces vistos. La imagen de Antonia y sus cinco hijos es una prueba contundente del falso progreso social del régimen de Díaz”, describe el autor en el libro.
“Esta mujer no sabía escribir, pero le pide a su hermano que escriba por ella al presidente Díaz; le pide que le regrese a su marido que está en Cananea, ya que mandaron a hombres a mantener la paz tras la Huelga de Cananea. Ella le dice que está muy pobre, pero no se sabe la respuesta de Díaz, fue de lo último del periodo, pero es impresionante que pudo pagar un buen retrato”, detalla.
Amézaga Heiras afirma que intentó en su libro incluir a toda la sociedad, y afirma lograrlo, ya que están representados las clases burguesas y la clase obrera.
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En la parte final del libro, el investigador incluyó dos retratos de Porfirio Díaz, en la primera se le aprecia con la familia de su entonces prometida, Carmen Romero Rubio, y otra, en donde se le ve a él y a su Estado Mayor Presidencial.
“Este retrato del general, junto a su familia política, es la prueba de su aceptación e integración a una de las familias más prestigiadas y encumbradas sociales de la capital mexicana. [...] La imagen de Díaz con el grupo de militares significaba un despliegue del poder en plena cúspide. El retrato es una amplia vista que refuerza la intención de impresionar al observador”, dice Amézaga Heiras en el libro.