San Diego, California. —En el corazón de la ciudad de San Diego ha sobrevivido un tesoro por más de 90 años. Un bastión que ha sido testigo de las transformaciones que incitan las metrópolis modernas. Hoy lleva el nombre de Jacobs Music Center, un santuario para preservar la música y el silencio, aunque sea sólo por unos cuantos instantes.
Se trata de la nueva casa de la Orquesta Sinfónica de San Diego, una sala de conciertos rediseñada y reconstruida a la medida, donde comulga la tecnología de punta y el rescate arquitectónico. Un proyecto colosal que comenzó hace cuatro años, que recientemente abrió sus puertas al público, y que busca hacer justicia a las ambiciones artísticas de esta organización: ser referentes en California, Estados Unidos y a nivel mundial.
La misión no era nada sencilla, implicó una inversión de 125 millones de dólares y la reingeniería estética y acústica de este recinto que se remonta a 1929. Comenzó como una sala de cine, el Fox Theater, una muestra del apogeo de la industria fílmica de la región; sobrevivió a la crisis financiera de la Gran Depresión, aunque posteriormente tuvo altibajos hasta que en 1984 fue adquirido por la Sinfónica de San Diego. Ahora es una fortaleza capaz de aislar al público del mundo exterior para sólo escuchar ese íntimo diálogo entre los músicos y la sala.
Lee también: "Puerto deseo": una revisita al clásico de Tennessee Williams
“Mi mente ya está trabajando en las muchas cosas que podemos hacer. Uno de los compositores que no habíamos hecho antes es Bruckner, pero siempre tuve muchas ganas de interpretarlo, porque la manera en cómo influye en los armónicos depende de la reverberación del sonido que está en la sala. Con esta nueva casa podremos hacer y tomar muchísimos más riesgos, es como tener un nuevo instrumento para la orquesta, podremos interpretar esas obras que ponen la piel de gallina”, cuenta Rafael Payare, el director de la Sinfónica.
Hace unas semanas, el 28 de septiembre, fue la reinauguración del recinto. Las mil 830 nuevas butacas estuvieron ocupadas por el público, que no ocultó su asombró ante la belleza del complejo, que conserva su estética art deco pero que brilla más que nunca. Obras de Heitor Villa-Lobos, Rossini, Tchaikovsky, Paganini, Rachmaninoff y Ravel protagonizaron la velada. Los aplausos no bastaron para dimensionar el éxito del añorado retorno de la Sinfónica a su hogar.
La transformación del sonido
Rafael Payare cuenta que, cuando comenzaron las charlas sobre la renovación del Jacobs Music Center con la mesa directiva de la Orquesta, no tuvo ni una pizca de recelo en compartir sus más aventuradas ideas: una terraza coral en el escenario, que les permitiera abrir su repertorio para obras de ópera, pero que también le diera la oportunidad al público de sentarse detrás de la orquesta. “El límite es el cielo”, decía el director venezolano.
Así fue. Con la consigna de tener una de las mejores salas de conciertos del país, la Orquesta encomendó esta odisea a la firma de arquitectura HGA y la empresa Akustiks, especializada en diseño acústico. “Antes de la remodelación, el sonido en la sala podía ser áspero. Hemos logrado que se refleje mejor y se distribuya de manera uniforme”, explica Paul Scarbrough, director de Akustiks.
Cada cambio dentro de la sala fue como incorporar una nueva pieza para un sofisticado y armónico engranaje. Antes, “el techo del escenario estaba muy cerca de la cabeza de los músicos —explica Scarbrough—, lo que provocaba que la energía les regresará demasiado rápido y anegaba su capacidad de escuchar lo que sucedía en la sala. Los músicos necesitan oírse para juzgar elementos como el equilibrio, la mezcla, el tono, todos estos elementos vienen de la resonancia de la sala”. Por ello se elevó el techo y ahora de él cuelgan 20 paneles de distintos tamaños, una especie de gigantes reflectores construidos con fibra de vidrio, cada uno puede ajustarse en dos direcciones y cambiar sus ángulos de inclinación dependiendo la música interpretada.
Lee también: "No he acabado con el negro, lo extraño y necesito": Beatriz Zamora, artista plástica
“Era muy importante equilibrar sutilmente cuánta energía se quedaba en el escenario para los músicos y cuánta se proyectaba hacia el público, los reflectores nos ayudan a masajear ese sonido. Probablemente es el techo acústico más sofisticado que hayamos diseñado en términos de ajustabilidad”, describe Scarbrough, quien también ha colaborado con su empresa en el diseño acústico del Conservatorio de Música de Bito, en Nueva York, así como en la renovación de otras salas de orquestas, como la de la Sinfónica de Milwaukee.
Otro de los retos que enfrentaron fue lo alejado que estaba el escenario con el resto de la sala. Tuvieron que retirar ocho filas de asientos y desplazar hacia adelante la pared del fondo del escenario. “Esto realmente hacía daño acústicamente porque te mantenía distante y desconectado, como si estuvieras en un espacio completamente diferente. Al adelantar la pared hemos creado una conexión mucho más íntima de forma visual entre el público y lo que ocurre en el escenario”, dice Scarbrough.
Pero la magia no acaba ahí. Los muros que rodean el interior del escenario, así como algunas paredes de la sala, tienen mallas metálicas que permiten amortiguar o amplificar el sonido. “Funcionan como un elemento transparente que nos permite ocultar muchos trucos acústicos que tenemos bajo la manga y desplegarlos según sea necesario para los distintos tipos de programas de la Sinfónica”, detalla el especialista, que ha liderado proyectos tanto en Norteamérica como Sudamérica, incluido el Teatro Bicentenario, en León, y el Palacio de Bellas Artes de la CDMX.
Para Scarbrough, el silencio es el lienzo con el que la orquesta pinta su cuadro sonoro. Facilitar este silencio era una prioridad para HGA y Akustiks. Así que el sistema de ventilación y calefacción fue trasladado del sótano, a un piso arriba de la sala de conciertos; al lograr que esta maquinaria se apoye directamente en la estructura del recinto, se minimiza cualquier vibración de ruido.
Un beneficio también para Tijuana
Desde que Martha Gilmer, presidenta y CEO de la Sinfónica de San Diego, tomó las riendas en 2014, la organización ha marchado por una senda de nuevas conquistas: hace tres años inauguraron el Rady Shell, una imponente sala de conciertos al aire libre frente a la bahía californiana; también su mirada y el impacto de la Orquesta, junto a Rafael Payare, ha cruzado fronteras, pues en noviembre pasado la Sinfónica ofreció un concierto público en el Centro Cultural Tijuana para festejar el Día de Muertos, después de 23 años de ausencia en territorio mexicano.
“Son como unos días después de Navidad, cuando estás con una emoción increíble por los nuevos regalos. Nuestros músicos hacen una Orquesta fenomenal, no todo el mundo la conoce, pero ahora tendrán mayor atención; están trabajando y son artistas muy dedicados. Con esta nueva sala, San Diego se transformará en un faro para la música”, así describe Rafael Payare su emoción por la reinauguración.
Nuestra idea es exponer la música —explica— a la mayor gente posible y crear relaciones.
“Estamos en una ciudad fronteriza, tenemos a Tijuana a solamente 15 minutos y la colaboración entre ambas ciudades debería ser mucho mayor. Uno de mis sueños es que podamos tener una orquesta binacional, conciertos en ambos lados de la frontera, que aprovechemos el landscaping para el bien, para el futuro. Soy muy creyente de que la música tiene el poder de transformar a la gente”, destaca.
Lee también: Mexicanos, bajo el gran hechizo de la literatura borgesiana