A sus 87 años, el pintor Gabriel Ramírez (Mérida, 1938), uno de los pocos sobrevivientes del movimiento de La Ruptura, vuelve a exponer en la Ciudad de México, después de 50 años de haber dejado la capital que, reconoce, lo formó, pero que también lo decepcionó.
Algo en el sol es el título de la muestra en la Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana (Av. Pdte. Masaryk 526, Polanco), con 38 obras en tela y papel que constituyen el trabajo más reciente del artista. A invitación de su colega de generación Arnaldo Coen (ambos, fundadores del grupo Salón Independiente y con quien había perdido contacto desde hace medio siglo), Ramírez regresa con entusiasmo, pero muchos nervios de presentar su obra al público capitalino, pues teme que su trabajo se perciba como obsoleto.
Aunque la idea de estar fuera y ver de lejos es algo que ha practicado Ramírez, ya sea por circunstancia o decisión, un tanto impulsada por su pasión por el cine. En entrevista, el artista que llegó a exhibir en las galerías Juan Martín y Pecanins explica cómo la “mafia” cultural de la capital lo hizo a un lado, por lo que regresó a su natal Mérida, donde también le costó adaptarse. La sensación de ser ajeno no sólo aplica en lo geográfico, sino también en su arte, pues Ramírez afirma no querer comunicar mensajes como lo hacen otros creadores y reconoce no tener alguna ambición, sino sólo vivir el goce de pintar.
Lee también Hallan un retrato oculto de Picasso bajo una obra de sus pinturas del periodo Azul

El ganador de la Medalla al Mérito Artístico del Instituto de Cultura de Yucatán (1998) conversó con EL UNIVERSAL desde Mérida, porque viajar era impensable, el deterioro de su salud física no se lo permitiría, del mismo modo que ya no le permite pintar: “Ni hoy ni ayer ni antier, hace tiempo que no pinto, como cuatro o cinco meses. No tengo la fuerza suficiente para pintar porque necesito estar en una condición física casi como de futbolista”.
¿Cómo se siente de regresar a exhibir a la Ciudad de México después de tantos años?
Yo había olvidado todo esto de México, porque yo tengo muchos años de estar desligado de aquella ciudad que es donde yo me formé. Siempre me daba la impresión de que ya no pertenecía a esa ciudad. Al mismo tiempo que me dio gusto, me entró el temor de que mi trabajo fuera algo obsoleto para la atmósfera pictórica de México. Pintar cuadros, acrílicos, dobletelas, es casi anacrónico para mucha gente.
¿Qué le gustaría hacer ver al público de acá con sus obras?
A mí lo que me gustaría es que produjera placer. Que entiendan que todo está contenido ahí, que no hay ningún mensaje oculto ni una cruzada para salvar al hombre ni nada de eso. Pintar me produce mucho placer, como a cualquier niño que le tiras un papel con lápices de colores. Este oficio te permite ser un viejo infantiloide que goza infantilmente.
¿Qué diferencias hay entre practicar arte en la capital y hacerlo en Mérida, y por qué decidió no volver?
Me fui a la Ciudad de México en el 55 y me quedé hasta el 75, en ese tiempo logré establecerme con el grupo de los pintores de la Galería de Juan Martín, con quien tuve un conflicto porque a sus espaldas me puse de acuerdo con Armando Colina, de (galería) Arvil, para cambiarme. Yo estaba cansado de no vender, como que me aburrí, yo quería un cambio, tanto, que me expulsaron del paraíso. Ahí jamás volví a entrar al círculo ese de la élite, de la mafia que controlaba la cultura en aquella época en el DF. Me eliminaron, así era de cerrada la mafia y de castigadora. Cuando regreso a Mérida, fue porque extrañaba la ciudad, extrañaba los cielos azules, la tranquilidad, el silencio. Obviamente lo que me encontré en Mérida después de años de estar afuera, era otra ciudad. Difícilmente me adapté aquí al medio pictórico, que era bastante raquítico, casi inexistente, pero que poco a poco se fue armando.

¿Y cómo es la escena ahora en Mérida? Está el cambio del Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán (Macay), tras ser tomado por el INAH.
Para mí el museo ya no pertenece ni siquiera a Yucatán. Ese edificio es ya del Ejército, supongo que no les va a interesar la pintura abstracta. Como no hay quién se enfrente al Ejército o al gobierno, que es lo mismo, estuve averiguando qué iba a pasar con el museo. Se publicó la renuncia de su director, entonces ya me preocupó porque yo conozco cómo pasan esas cosas, que agarran y tiran a la basura. Hablo al museo, me sorprende que me contesta el director y le digo: “Te hablo nomás porque quiero saber lo de mis cuadros”. Él personalmente me los trajo, entonces ya estoy más tranquilo, por mí pueden cerrar el museo, a mí lo que me preocupaba eran mis telas.
El museo sigue cerrado, van a hacer un museo de cosas mayas, de ahí del Tren Maya, esa devastación que hicieron de la selva.
Volviendo a su obra, ¿cómo descubrió su estilo?
Yo tenía una debilidad por la paleta de colores elemental por los pintores que me influyeron, Van Gogh, Matisse y el grupo CoBrA, me costó trabajo quitármelos de encima. Es un proceso de muchos años armar un vocabulario, es lo que realmente hace un pintor, pasa toda su vida tratando de elaborarse un abecedario propio. Estoy muy satisfecho con los últimos dos, tres años de mi trabajo, mucho más que los anteriores, porque ahora hay más líneas. Yo me siento muy gráfico, lo cual me parece fantástico. Tampoco estoy enamoradísimo de mi trabajo, a mí lo que me gustó fue hacerlo, después ya son bienvenidas las exposiciones, las ventas y los libros, pero no es lo esencial.
¿Y ahora, extraña pintar?
(Estoy) esperando un milagro. Extraño un poco. A mí me salva que yo escribo, pero sí, voy a forzarme a pintar un día de estos, porque es algo que tengo que hacer, porque es lo que soy. No es que me sienta incompleto, porque puedo sobrevivir sin pintar, pero siento que ese placer lo he perdido.
¿Mientras lo complementa con su pasión por el cine?
No, el cine también ya quedó muy atrás, porque hace mucho que no voy. La última vez no podía con el sonido que estaba fuertísimo, fui a la cabina a pedir que le bajaran y me mandaron por un tubo. Estaba acostumbrado a ver cine como era antes, en tinieblas, en silencio, para concentrarte en la película. Cuando veo Netflix en la casa hay interrupciones, así no se ve el cine. Yo no participo mucho en ese juego porque yo sé que ya no pertenezco, simplemente no existes, ya no puedo tener plática de nada, sólo con ancianos como yo. Me refugié en el cine desde muy chico, dejé que me absorbiera y me volvió un tipo medio holgazán, medio cínico, reconociendo que yo no quería hacer nada ni quería ser nadie.
¿Tiene que ver con esta idea que ha comentado que prefiere ver de lejos?
Sí, no involucrarme. Por ejemplo, en el 68 yo veía de lejos las marchas. Yo pensaba que si participaba no iba a ver el espectáculo. Fui a todas, pero las vi a los lados. De milagro estoy aquí, porque el 2 de octubre me quede de ver con un amigo para ir a Tlatelolco y me dejó plantado. La pintura mexicana me salvó seguramente.
¿Qué reflexiona tras estos 60 años de experiencia?
Me gustaría descubrir algo más ahora, es lo que sucede a los pintores ya muy viejos, descubren algo que debieron haber hecho y ya no pueden. Hay una frase de Van Gogh en una carta a su hermano donde dice que el pintor del futuro es un colorista que jamás ha habido. Es algo de un vidente. Entonces no sé si es mi reflexión final, pero yo diría que quiero volver a pintar, volver a usar amarillos y rojos.