Agustín Fernández Mallo, el físico y escritor español que en el año 2000 acuñó el término “Poesía Postpoética” en un afán de dar nombre a la investigación sobre las conexiones entre el arte y las ciencias, ha regresado a México a través de su nueva novela “Madre de corazón atómico” (Seix Barral), su obra más personal, no solo porque reconstruye la vida de su padre, quien fue perdiendo la memoria, sino también porque le ha significado una exploración a la forma de narrar, a la literatura y a la memoria.
El autor de más de 20 libros entre los que destacan “Antibiótico”, “Ya nadie se llamará como yo + Poesía reunida (1998-2012)”, “Postpoesía, hacia un nuevo paradigma”, finalista del Premio Anagrama de Ensayo en 2009 y las novelas “Nocilla Dream”, “Nocilla Experience” y “Nocilla Lab”, reunidas en el volumen “Proyecto Nocilla”, estuvo en México para hablar de esta nueva novela que comenzó a escribir hace doce años, tras la muerte de su padre.
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“Cuando muere mi padre intento abordar el tema y me doy cuenta que en realidad él me legó esa forma de narrar que tenía él de contarme las cosas reales, las cosas de las ciencias o de los objetos, pero como si fueran fantasía, sin inventar nada, siempre hablando de lo real. Y esa es una enseñanza para mí muy importante, la idea de que la realidad ya es lo suficientemente fantástica por sí misma y que no hace falta añadirle más fantasía si la sabes ver desde un lado especial. Y ese lado especial es el lado de la poesía o incluso de la ciencia”, afirma Fernández Mallo.

Al ir adentrándose en la memoria de su padre, en sus papeles, fotografías y textos, con el fin de ir dando forma a “Madre de corazón atómico”, reconoció que, “toda mi literatura la había basado en esa forma de ver el mundo sin yo darme cuenta. Es muy curioso cómo te das cuenta cuando ya pasas los 50 años, de todo ese le legado”, dice y agrega que fue un libro que se fue creando poco a poco y a través de una indagación personal de muchos años.
Al principio, afirma, no sabía ni cómo escribirlo, no sabía cómo abordar un libro así. Tuvo que hacer muchas pruebas, investigar en sus propios recuerdos, reflexionar y adentrarse a una manera distinta de narrar que dio lugar a “un libro muy directo y muy poético”, mucho más reposado y sobre todo un libro que no intenta ser sentimentaloide ni lacrimógeno, sino que habla de la muerte, pero que celebra la vida.
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“Y eso fue un camino de indagación en mis propios archivos memorísticos y un trabajo que se fue haciendo muy reposadamente”, asegura, y reconoce que en el fondo y en la forma algunas cosas de su escritura fueron cambiando.
“Aunque la memoria siempre tiene algo de literario, la memoria no es un archivo; no es como un archivador, un cajón en el que hay unas fichas que abres el cajón y dices, ‘Ahora voy a ver lo que ocurrió en el año 1970’ y miras, ‘ocurrió esto’. No, la memoria no es eso, la memoria es una construcción hecha desde el presente siempre y hecha por un sujeto individual. Por lo tanto, está sometida a las aspiraciones, a los miedos, a las alegrías, de esa persona en el presente”, señala el narrador.
Y dice que esto es importante porque “Madre de corazón atómico” es un libro en el que todo lo que cuenta ocurrió, es verídico, pero está pasado por su memoria y su propia experiencia. Y en esa exploración uno de los descubrimientos más importantes fue cuando su padre ya no lo reconoció.
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“Yo estaba preparado para entender la decadencia física de una persona, pero no la decadencia cognitiva o mental. Porque es como si se abriera un agujero en tus pies y te dijeran, ‘Mira, Agustín, todo lo que has vivido era un decorado, ahora empieza otra vida’, como cuando en el teatro bajan el telón y suben el telón y empieza otra función, y me di cuenta de que la identidad es una alucinación del ego. Nosotros creemos que tenemos una identidad, ves a tu padre, es su cara, sus gestos, su voz, pero no está ahí, te preguntas, pero ¿quién hay ahí dentro? Lo que intenta responder el libro es exactamente esa pregunta, ¿quién hay ahí dentro cuando tu padre ya no te reconoce? Tu padre ya no te reconoce porque su cerebro ya es otro”, afirma.
Una novela que habla de la muerte, pero es una celebración a la vida y un acto de amor. “Han tenido que pasar 12 años para poder escribirlo. El libro empieza diciendo que la muerte no existe porque toda persona que muere resucita al instante en la mente, en el recuerdo de quienes se quedaron, y eso fue una enseñanza fundamental y un impulso para escribir el libro”.
Y es que, al morir su padre, Agustín Fernández Mallo se doy cuenta que en su memoria y pensamiento su padre comenzó a vivir de otra manera. “Fue como la última lección de vida que me dio, fue como si me dijera: ‘hijo mío, muero, pero muero para que entiendas que la muerte no existe, que sigo viviendo en tu cabeza y resucito de algún modo en tu cabeza’. Eso fue fundamental para escribir el libro desde una visión vitalista y de celebrar la vida, porque cuando yo pienso eso de que la muerte no existe y que el muerto resucita en tu cabeza, lo que estoy haciendo es invertir el signo de la muerte y en vez de verlo como algo negativo, lo veo como un proceso natural”.
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Este libro era una forma de contarse a él mismo la historia y contar también la vida de su padre, con episodios a veces divertidos, como cuando fue a Estados Unidos a buscar vacas para llevarlas a España volando en un avión volando, dice que son escenas muy surrealistas casi como de una película de Luis Buñuel porque son vacas volando y sin embargo ocurrió y su padre se lo contaba como si fuera una cosa normal, algo más de su profesión.
“A veces mis libros son más crípticos o más o más intelectuales, no sé y en este libro yo creo que mi prosa se abre y es más asumible por casi cualquier persona y cualquier cultura. Lo poético es muy importante para mí. Yo todo lo que escribo viene de la poesía, aunque sea prosa o aunque sean novelas o incluso aunque sean ensayos de literatura, de filosofía, todo viene de la poesía y es muy importante el tono poético”, concluye.
melc