El “trasero voluminoso” de Diego Rivera, las ideas comunistas del mexicano, el carácter muy “descriptivo y conservador” de la pieza y la forma como opacaba otras exposiciones son polémicas que ha provocado en San Francisco el mural The Making of a Fresco, Showing The Building of a City (La creación de un fresco), que pintó hace 90 años en esa ciudad.
Un nuevo debate, que surgió hace unas semanas, abre un capítulo muy distinto en su historia: la obra podría ser vendida para paliar la crisis financiera que vive su dueño, el Instituto de Arte de San Francisco (SFAI, por sus siglas en inglés).
Aunque se busca con ello dar un respiro a las finanzas, profesores, estudiantes y autoridades de esta ciudad de California han rechazado de forma tajante la solución que considera la junta de fideicomisarios del Instituto.
“Todas las opciones y escenarios posibles” se contemplan, como un comodato para su preservación o incluso, su venta, aunque nadie revela un monto (algunos medios han menejado la cifra de 50 millones de dólares, pero las autoridades del Instituto han evadido el tema). Como una forma de evitar que la institución ya no sea la titular de este patrimonio, se apela al hecho de que el inmueble de todo el Instituto es patrimonio de la ciudad, y hay una propuesta adicional: que la obra de Rivera por sí sola sea patrimonio de San Francisco.
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En 1931, Diego Rivera hizo un alto en el mural que realizaba en Palacio Nacional, para viajar a San Francisco y cumplir con un par de encargos, entre éstos el del mecenas William Gerstle, entonces director del SFAI, quien le comisionó un mural dentro de la sede principal de la escuela, por mil 500 dólares. El inmueble, desde 1977, fue designado como patrimonio de la ciudad, por lo tanto, está protegido por la ley contra alteraciones o demoliciones.
A través de un correo electrónico, Pam Rorke Levy, presidenta de la junta del SFAI, dijo a EL UNIVERSAL que, debido a la importancia histórica del mural para la comunidad, en especial la latina, su prioridad es conseguir socios para crear un fondo que permita mantener el mural in situ abierto al público y “ultimadamente” darlo en comodato. Y en tercer lugar, reconoció que es “el deber fiduciario de la junta contemplar todas las opciones y escenarios posibles”, entre éstos la venta del mural.
Pero la posible venta ha sido tachada como “inaceptable” por los líderes sindicales adjuntos del Instituto. “La idea de que el mural pueda ser vendido y llevado lejos es una locura”, dijo Aaron Peskin, miembro de la junta de supervisores de San Francisco (funcionarios encargados de atender servicios a nivel municipal).
Peskin explica que existe una laguna en la designación patrimonial del edificio, y busca resolverla con una propuesta: que se designe el mural como patrimonio de San Francisco.
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Insiste en que el mural ya está protegido, “pero si alguien intenta probarlo, con esto (designarlo como patrimonio) quedaría claro al 100% que está protegido”.
Dice que la ley que en 1977 declaró el inmueble como patrimonio “es un poco difícil de interpretar” ahora, pues “preserva todas las características exteriores del edificio y también se mencionan otras en un reporte anexado. Esta no es la forma en la que escribimos estas ordenanzas hoy”.
50 MILLONES DE DÓLARES la cifra que algunos medios manejan como precio de la obra de Rivera
En la primera semana de 2021 inició en la ciudad de San Francisco el proceso con miras a que sea aprobada la propuesta de declarar patrimonio el mural de Rivera. La propuesta de designación fue aprobada con el voto unánime de los supervisores de la ciudad, ahora sólo tardaría un par de meses en concretarse, según los cálculos del supervisor. Sin embargo, esta legislación no impediría la venta del mural, lo protegería de alteraciones, traslados o destrucción. “Si alguien les da millones de dólares, ellos (el SFAI) podrían tomar el dinero”, aclara Peskin y recalca que el problema no es la venta, sino asegurar que seguirá en su sitio.
La otra cara de la moneda
Pam Rorke Levy niega lo dicho por el supervisor Peskin. Dice que no se opone a la designación patrimonial del mural y explica que, como parte de su deber fiduciario para asegurar el futuro del SFAI, se consultó a expertos para analizar las consecuencias que implicaría la declaración patrimonial del muro mientras se intenta resolver su crisis económica.
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En una carta dirigida a la junta de supervisores de San Francisco —en poder de EL UNIVERSAL— la Presidenta de la junta pide detener la designación del mural “al menos un mes” para evitar consecuencias que afectarían de forma “irreversible” al Instituto.
“En caso de que el SFAI incumpla el pago de su deuda, el mural sería propiedad de la Universidad de California”
Pam Rorke Levy, presidenta de la Junta del SFAI
Explica que si el mural es declarado patrimonio, el Instituto no podría asegurar un préstamo de 7 millones de dólares que usaría para “sobrevivir a la pandemia”, abrir inscripciones escolares por los próximos dos años y mantenerlo operando. Argumenta que si no adquieren el préstamo, no podrían pagar su deuda de 19.7 millones de dólares con la Universidad de California (UC) que, en últimas sería la nueva dueña del inmueble del SFAI, incluyendo el mural.
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“Por lo que la designación patrimonial del mural no lograría su meta de salvaguardarlo en su sitio de forma perpetua, en caso de que el SFAI incumpla el pago de su deuda, el mural sería propiedad de la UC”, una agencia estatal que no se rige bajo declaraciones patrimoniales a nivel local.
Los obstáculos
El mural de Rivera, que hoy la comunidad de San Francisco defiende, no siempre fue bien recibido. En 1926, William Gerstle, el presidente en aquel entonces del Instituto de Arte de San Francisco, comisionó a Rivera el mural, pero en un principio no le gustó. El presidente del SFAI conocía a Rivera porque había recibido como obsequio un cuadro de él, que le pareció “una pobrísima pintura”, pero que conservó. Aun así, Gerstle aprendió a apreciar la pintura y comisionó a Rivera un mural en la sede del SFAI, según el libro La fabulosa vida de Diego Rivera, de Bertram Wolfe. Durante cuatro años, Gerstle buscó que Rivera fuera a California a hacer el mural.
El pintor y la ciudad de San Francisco tuvieron sus desencuentros y su relación no inició con el pie derecho. Aunque iba a ir en 1929, se le negó la entrada a EU “por sus ideas comunistas”; fue con la ayuda de amigos que el creador pudo ser admitido.
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Aunque en un inicio ya tenía pactado el mural para Gerstle, el mexicano le dio prioridad a su proyecto en la Bolsa de Valores de San Francisco. La comunidad cultural local rechazó que fuera un “mexicano y comunista” quien pintará en grandes inmuebles y no un artista local. Los ataques a Rivera acapararon las primeras planas de los periódicos locales, que también orquestaron una batalla de desprestigio en contra del muralista, en la que incluso se cuestionó su capacidad para poder concretar la tarea, detalló Wolfe en su libro.
“La idea de que el mural de Diego Rivera pueda ser vendido y llevado lejos (del Instituto de Arte de San Francisco) es una locura”
Aaron Peskin, miembro de la junta de supervisores de San Francisco
El 10 de noviembre de 1930, Diego Rivera detuvo su mural en Palacio Nacional y aterrizó en San Francisco, acompañado de Frida Kahlo. Los ataques hacia el muralista se transformaron en numerosas fiestas y muestras en su honor. Rivera se dedicó a absorber lo que California le ofrecía y fue adquiriendo compromisos, por los que siguió dejando de lado el mural para el SFAI.
Rivera tenía que regresar a México para atender los reclamos del presidente Pascual Ortiz Rubio y terminar el mural que dejó a medias. Sin embargo, el pintor consiguió una prórroga por parte de las autoridades mexicanas y finalmente se dedicó a crear el mural de Gerstle para el SFAI, el cual originalmente era en una pared de 10 metros, pero Rivera consideró que no eran suficientes y que el muro estaba mal ubicado, por lo que pintó en uno más grande, sin cobrar la diferencia.
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Tras terminado, al autorretrato del artista (al centro del mural, de espaldas) indignó a muchos porque consideraron que su “trasero voluminoso” era un insulto premeditado, de acuerdo con Wolfe. Además, el mural fue escondido bajo una cortina por 18 años; la decisión la había tomado el nuevo director del Instituto, Douglas Macagy, en 1946; hubo dos versiones sobre por qué lo hizo: la primera fue porque era “muy conservador y muy descriptivo”, registró Wolfe, y la segunda, expresada ante los medios por Macagy, era porque desviaba la atención de otras exposiciones.