“J ugando beisbol con mis amigos aprendí algo muy importante: tú solo no puedes lograr las cosas. Necesitas que otros colaboren contigo y otros necesitan que tú colabores con ellos para ganar”, dijo el escritor cubano durante el conversatorio La Habana, Trotsky y otras cosas: Padura en la UNAM, organizado por la Cátedra José Emilio Pacheco de la Dirección de Literatura y Fomento a la Lectura, en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.

Acompañado por Rosa Beltrán, coordinadora de Difusión Cultural UNAM, el autor de la novela El hombre que amaba a los perros, la cual acaba de cumplir 15 años de haber sido publicada, añadió que esa enseñanza le ha servido toda la vida.

“Y al aprender que había que colaborar con otros para ganar, también adquirí un espíritu competitivo. Cuando uno practica un deporte, juega para ganar, no para perder. Así, cuando yo ingresé en la universidad, por pura casualidad a la carrera de Letras, y vi que había otros colegas que escribían, por espíritu competitivo empecé a escribir.”

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Padura, quien visitó México para promocionar su más reciente libro, Ir a La Habana, comentó también que, en la época en que estudió en la universidad, los escritores de moda, “es decir, los J. K. Rowling y los Ken Follett de ahora”, se llamaban Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Fernando del Paso, Carlos Fuentes…

“Imagínate, Rosa, qué privilegio generacional recibir esa educación literaria como algo obligatorio. Además, si no habías leído Rayuela y no sabías quién era la “Maga”, no podías ligar. Eso era así… Ahí, en la universidad, encontré a un grupo de compañeros que eran lectores más entrenados que yo, que me había pasado mucho tiempo jugando beisbol. Por eso yo digo que, en los cinco años que permanecí en la universidad, tuve que hacer dos carreras universitarias: la académica y la de las lecturas que me debía a mí mismo”, aseveró.

El autor de otras novelas, entre las que sobresalen Fiebre de caballos, Adiós, Hemingway y Personas decentes, recordó que un compañero de la universidad que se hallaba dos cursos arriba de él, y con quien había establecido una gran amistad, le preguntó un día qué estaba leyendo.

“Le respondí que una novela de Agatha Christie. Entonces me dijo: ‘No, tienes que leerte a Dashiell Hammett y a Raymond Chandler, porque son unos bárbaros.’ Y así fui descubriendo a éstos y a otros autores, y avanzando en un momento en que en Cuba se publicaban muchos libros.”

Daiquirí hemingwayano

A decir de Padura, el escritor estadounidense Ernest Hemingway, autor de Adiós a las armas, Las nieves del Kilimanjaro y El viejo y el mar, entre otras obras, ejerció una gran influencia sobre él.

“Me deslumbró tanto que, cuando andábamos de novios, uno de los lugares que Lucía [ahora su esposa] y yo visitábamos más era la Finca Vigía, que me parecía, y me sigue pareciendo, la casa ideal para un escritor. Hemingway decía que ese lugar era el sitio perfecto para vivir, porque la distancia que lo separaba del bar Floridita, en el centro de La Habana, podía cubrirse en coche en el tiempo justo en que uno se bebe un daiquirí. Y es verdad.”

Represión cultural

De acuerdo con el escritor avecindado en el barrio de Mantilla —el barrio de su infancia—, en La Habana, la década de los años 70 del siglo XX fue una época en la que hubo una increíble represión cultural en Cuba.

“La sensación de miedo era tan invasiva que no la distinguíamos, pero vaya que la estábamos sufriendo. En esa época, por ejemplo, varios de mis compañeros de estudio fueron expulsados de la universidad porque eran homosexuales, y escritores e intelectuales de la talla de José Lezama Lima y Virgilio Piñeira murieron en la marginación. Y no estoy diciendo dos nombres cualesquiera. Con todo, esa época tuvo sus bondades. Pudimos hacer una muy buena carrera universitaria con muy buenos profesores y accedimos a mucha literatura, de la que, por supuesto, estaba excluido Guillermo Cabrera Infante. Por eso había que conseguir sus libros a escondidas, así como los de otros autores. Recuerdo que la primera lectura de Rebelión en la granja, de George Orwell, la tuve que hacer en una noche. Me prestaron ese libro y me dijeron: ‘Tienes que devolverlo mañana.’ Y estaba forrado con una página del Granma, que es el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, para que nadie viera la portada.”

Visita a la casa de Trotsky

El hombre que amaba a los perros es una novela que, según Padura, empezó a escribir sin que él supiera que ya la estaba escribiendo... Un día de octubre de 1989, cuando visitaba México por primera vez, el escritor le pidió a un amigo que lo llevara a la casa de Trotsky, en Coyoacán.

“Cuando estuve en ese lugar sombrío, oscuro, empolvado, sentí que algo me conmovía. Quince días después cayó el Muro de Berlín. Entonces comenzó un proceso a partir del cual concebí la idea de escribir El hombre que amaba a los perros. Esa visita a Coyoacán fue la semilla.”

Padura prácticamente no sabía nada sobre Trotsky, porque en Cuba había una ignorancia programada con respecto a la figura del creador del Ejército Rojo.

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“Trotsky era el revisionista, el traidor, el falso profeta, o sea, no sabíamos mucho de él. Yo no sé por qué carajo me empeciné en ir a su casa… Ahora bien, la crisis que vivimos en los años 90 nos reveló muchas cosas. Recordemos que Ryszard Kapuscinski, el gran periodista polaco, dijo que en los años 80 pensábamos que conocíamos la historia de la Unión Soviética, pero en los 90, cuando se abrieron los archivos de Moscú y se empezó a procesar información, descubrimos que sólo conocíamos 20% de ella.”

Precisamente en los años 90, Leonardo Padura se enteró de que en Cuba había vivido un señor llamado Ramón Mercader, lo cual en ese entonces no tuvo una especial significación para él.

“Más o menos tenía alguna idea de que era el tipo que había matado a Trotsky, pero nada más. Con los años fui acumulando información. Y esa información poco a poco me despertó el interés por el proceso de perversión de un proyecto utópico, un proyecto que sigue siendo tan amable, porque una sociedad en la que las personas vivan con el máximo de libertad, democracia e igualdad es un proyecto que nos encanta a todos, y creo que la esencia de ese proyecto —no la práctica de ese proyecto— es lo que todavía nos despierta alguna admiración y simpatía… Y así llegó el momento de escribir la novela, de narrar cómo hubo un punto de no retorno en la perversión de la utopía, un punto simbólico representado por lo que ocurrió en Coyoacán el 20 de agosto de 1940, cuando Mercader le puso el piolet en la cabeza a Trotsky”, indicó.

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