Cada sábado, Elena Poniatowska cubre la mesa de su comedor con papel periódico. Desde hace dos años, el maestro Enrique López Pacheco da clases de pintura a un grupo integrado por la propia Elena, Diego Lamas —hijo de la antropóloga Marta Lamas—, la cineasta Stephanie Brewster y la cronista Beatriz Zalce, hija del muralista Alfredo Zalce. El grupo empezó antes de la pandemia, pero tuvo que frenarse por razones obvias. La propia Elena dice que esto es un gusto que ella quiere darse a los 93 años. Sin embargo, Diego pinta casi todos los días, desde hace una década, cuando la psicoanalista Jussara Teixeira le recomendó a López Pacheco como maestro de pintura. “Él va mucho más adelantado y ha hecho varias exposiciones. Esta es la primera que yo hago”, explica Elena, refiriéndose a las muestras que Diego presentó en el Museo Nacional de San Carlos y Casa del Risco.

La exposición más reciente proviene de estas sesiones: "Historia de una amistad", que curó López Pacheco y conforman alrededor de 20 pinturas de Poniatowska y 40 de Lamas, exhibidas en la Galería Alfredo Atala Boulos del Centro Libanés (Hermes 67, Crédito Constructor). La muestra y las clases son descritas por Elena como “un gesto de cariño y solidaridad. Un gesto entre dos amigos que dicen: vamos a hacer esto juntos. Es como si dijéramos: hoy vamos a ir a caminar a Chapultepec”. Y el gesto compartido es también una llave para adentrarse en ambos universos. En la segunda sección de la galería, el espectador cruza entre paisajes y recuerdos de la infancia de Elena: “En la exposición hay diversos temas que surgen en el momento mismo o que han sido meditados antes. Cuando yo era niña en Francia, por ejemplo, iba a la escuela en bicicleta. Me acuerdo que tenía mucho cariño por la bicicleta, la cuidaba mucho, le tenía verdadera devoción. Entonces, hice un cuadro de la bicicleta”.

Junto a creaciones de su amigo Diego, Lamas, la autora expone 20 piezas de su autoría en el Centro Libanés.  
Foto: Stephanie Brewster
Junto a creaciones de su amigo Diego, Lamas, la autora expone 20 piezas de su autoría en el Centro Libanés. Foto: Stephanie Brewster

En otros cuadros pinta a su abuela, Elena Iturbe de Amor en Biarritz. Un par de escenas de su llegada a México en 1942. Hay figuras que parecen salidas del imaginario popular: dos venadas y una tríada de diablitas con zapatillas de ballet, “las hijas de doña Jesu”, que recuerdan, quizá, la estética del exvoto. Capturados en escenas eternas, sus hermanos: Jan va sobre el agua, nadando, y Kitzia baila. Está el dirigente obrero Demetrio Vallejo, que inspiró a Elena para escribir la novela El tren pasa primero, ganadora del Premio Rómulo Gallegos en 2007. Son constantes las bailarinas, el cielo y el andar de la bicicleta. La rueda de la fortuna como alegoría del paso del tiempo. Vuelven las escenas familiares, en las que se ve a su hija, Paula, el astrónomo Guillermo Haro, que fue su esposo —la constelación de Capricornio al fondo— y Stephanie, su amiga. Otros recuerdos datan de los años de la Segunda Guerra Mundial, como la imagen de su padre, Jean Evremont Poniatowski Sperry, heredero de la corona polaca: “Mi papá estuvo en la guerra. No lo vi durante un tiempo. Entonces, me gustó recordar a mi papá. También recuerdo que mi mamá me contó que había tenido un sueño maravilloso que la había hecho muy feliz; en él estaba en un campo de flores amarillas. Cuando ella murió lo primero que se me ocurrió fue pintar una figura femenina en un campo de flores para que ella siempre estuviera ahí”.

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Marta Lamas, en el texto curatorial para la muestra, dice que “la amistad crece por ‘las afinidades electivas’, por lo que se comparte. Y Elena y Diego me comparten a mí, como un puente que los une. Tengo la dicha de contar a Elena entre mis amigas cercanas y casi todos los viernes viene a comer a mi casa, lo que ha representado una ocasión para que Diego y ella establezcan un lazo de cierta complicidad”.

Lamas continúa: entre los cuadros que Diego le ha regalado a Elena, hay uno con la figura de su antepasado, el príncipe Poniatowski. Y hace años, cuando Elena dijo que uno de sus deseos era pintar, Diego no dudó en presentarle al maestro Enrique López Pacheco.

Se trata de dos historias cuyo resultado es la amistad, afirma López Pacheco, quien ha hecho residencias artísticas en Madrid y, entre otros premios, ganó el primer lugar en el Concurso de Maestros INBA, Museo Carrillo Gil, en 1998. Por un lado, la historia de vida de Elena; por el otro —al principio de la exposición—, la visión de Diego, que explora la Historia por sí misma y la posibilidad de intervenir en ella, de fusionar con la propia vida y reinterpretarla.

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Un ejemplo, continúa Enrique, es la versión que Diego hace de La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, de Rembrandt, que interviene dibujándose a sí mismo como el paciente: “Él sí estuvo como paciente y, en uno de los extremos, retrató al doctor que lo operó”. Un hecho como éste, dice, le ha dado fuerza para seguir adelante.

“La posición de Diego es la de tomar al Renacimiento y al clasicismo como parte importante de su desarrollo. Hace las mezclas incluyéndose a él, a familiares y amigos”. Y lo hace, por ejemplo, con La joven de la perla, de Vermeer; con una versión del escudo de Medusa; con La pesadilla, de Füssli; con los bocetos de Leonardo y con homenajes a Velázquez y Julio Ruelas.

En su estudio, Diego habla de las cosas que ama. Los gatos, que siempre ha tenido. El cine de terror. Caravaggio, Rembrandt y Vermeer. Y Enrique le da instrucciones: “Extiende bien el color. Hay una sombra dentro. Después provocamos la luz”. Dice el maestro que el resultado de empezar a pintar —el resultado de todo arte— es verse a uno mismo.

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Enrique muestra un cuadro en el que Diego trabajó hace tiempo: una versión de las latas de Andy Warhol que revela el rostro de una chica que no aparece en el original. “Aunque propiamente no se toma como terapia, la pintura sirve. No me gusta decirle terapia porque finalmente es un acto de creación. Un acto en el que suceden muchas otras cosas. El arte en general va más allá de una simple terapia. Si lo tomas como terapia, tiene otro orden. Elena empieza a pintar despacito, después se conecta y uno se da cuenta que le entra la emoción”, dice López Pacheco.

Sobre los efectos emocionales y psicológicos de la pintura, Elena recuerda a Van Gogh, la concentración que le requirió hacer su famosa silla y el apoyo que toda la vida le dio su hermano, Theo: “Yo creo que la pintura es en sí una terapia. En el caso de una mujer de 93 años se trata de pensar en el maestro que viene el sábado, en una mañana soleada, de 11 a dos. Es algo que te hace ilusión, en inglés se dice something to look for. En la semana pienso que es bueno que me vaya a tocar esa clase. Además, a la edad de 93 años, la soledad se instala en una persona que ya tiene muchas menos actividades que cuando era joven. Tengo la lectura y la escritura, pero la pintura es de veras un recreo, un entrar a otro espacio”.

Diego dice que le interesa plasmar la emoción de las cosas que ha visto y lo que le ha enseñado Enrique. Ha pintado, en estos 10 años, quizá 300 cuadros que, en conjunto, podrían formar un mosaico, los fragmentos de un gran autorretrato que son tocados por el Renacimiento y el Barroco, el Pop Art y Banksy, el psicoanálisis y el mito. Más allá de ese imaginario nocturno evidente, Diego abunda: quiero dejar una huella mía que también venga con humor.

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“Las personas pintan por diferentes razones; algunas tienen una clara vocación, como el maestro Enrique López Pacheco; otras van adquiriendo el gusto a lo largo de los años, como Diego Lamas; y otras más, como Elena Poniatowska, recurren a la pintura para explorar formas de expresión distintas de esa vocación por escribir que la atrapó muy temprano y por la cual nos ha legado libros espléndidos”, se lee al final del texto de Marta Lamas.

Elena termina la entrevista con un recuerdo: “Cuando llegué a México había toda una colonia francesa. Fue hace años, en 1942, usted ni había nacido. Todo el mundo leía EL UNIVERSAL. Les gustaba mucho el Aviso Oportuno, era famosísimo, pegó con tubo. Toda la colonia francesa era adicta a EL UNIVERSAL, todos lo compraban”.

La muestra puede verse hasta el 22 de julio, de lunes a jueves (11:00 a 15:00 horas; 16:00 a 18:00) y el viernes (11:00 a 14:00 horas). La entrada es libre.

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