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Un delfín alado tiene relaciones sexuales con una mujer, mientras ambos se elevan volando hacia las nubes. Eso es lo que veo en la pantalla gigante, recostada sobre unos mullidos almohadones. Justo cuando estoy por cerrar los ojos, agotada tras una semana intensa, veo que se acerca a mí un almohadón gigante, con brazos y piernas. Se acomoda en mi regazo y empieza a acariciarme los dedos de los pies.
No tomé drogas ni alcohol. Son las cinco de la tarde y vivir esta experiencia es parte de mi trabajo. Vine hasta el Cultural San Martín a cubrir "Ronquidos oceánicos", una de las propuestas más intrigantes de la tercera edición de la Bienal de Performance BP19 : dormir una siesta compartida con gente desconocida, en un lugar público, mientras nos sometemos a los efectos de un video psicodélico que aspira a modificar nuestra forma de percepción.
"Es una invitación a entrar en otro estado, en un trance . Explorar el erotismo, cercano a la muerte y el nirvana. Elegimos la figura del delfín porque supuestamente es el mejor amante del planeta. En particular, los delfines rosados del Amazonas", me dijo hace unos minutos Florencia Rodríguez Giles, la artista que creó con Emilio Bianchic este performance tras haber buceado juntos hace dos años en el Mar Rojo.
A esta altura, la expectativa sobre lo que encontraré adentro de la sala es bastante alta. Lo único que sabía sobre los poderes ocultos de los delfines al llegar acá es lo que anuncia la presentación del performance en la página de la bienal: que esta obra retoma leyendas según las cuales existen delfines alados, "capaces de adoptar forma de ser humano para secuestrar a personas en mitad del sueño y conducirlas a sus ciudadelas" subterráneas, donde experimentan "todo tipo de transformaciones".
"La idea es transformarse en algo que no es con lo que estás identificado, o con lo que naciste. Conectarse con otra parte propia, desconocida, la parte impersonal de cada uno, de tal modo que no te reconozcas", dice Rodríguez Giles, formada con Nicola Costantino, Diana Aisenberg y Guillermo Kuitca, que suele trabajar con máscaras en sus performances para "transformar el rostro de la vida cotidiana".
Así lo hizo en Hiperestesia, obra ganadora del Premio Braque 2015, que le permitió viajar a París y mostrar su trabajo en el Palais de Tokyo. De esa manera llamó también la atención de Maricel Álvarez, gran actriz y curadora de la bienal BP19, dirigida porGraciela Casabé. "Florencia no se parece a nadie -dice Álvarez-. Tiene una manera de retratar el mundo femenino desde un lugar corrido de toda normalidad."
En esos límites de la normalidad trabaja también Bianchic. El artista uruguayo apela al video, la performance y las uñas postizas para abordar el tema de la identidad, tan contemporáneo. Sus acciones "imprácticas", distintas a las que hacemos en la vida cotidiana - como conducir un auto o pintar cuadros con los pies- buscan también sacarnos de la zona de confort.
¿Por qué la invitación a la siesta, en este caso? "Se suele pensar la siesta como algo inactivo, y nosotros lo pensamos desde otro lado, como un espacio súper productivo", explica Bianchic, integrante del colectivo Básica TV -ganador del Premio En Obra enarteBA 2016 y del tercer Premio Itaú, de este año-, cuyo video combina momentos de alta estimulación visual y sonora con otros que invitan a relajarse.
"Nos interesa que los espectadores formen parte del performance de forma activa. Invitarlos a dormir una siesta es invitarlos a entrar en un trance", completa Rodríguez Giles. Aclara, sin embargo, que no es obligatorio dormirse en el lugar. "Las imágenes te pueden quedar -dice- y resurgir cuando te duermas en tu casa."
Todo indica que esas imágenes no tendrán nada que ver con las bucólicas siestas pintadas décadas atrás por artistas como Jean-Fançois Millet, Vincent Van Gogh o Pablo Picasso.
Entro en la sala decidida a suspender el juicio por un rato. No pensar en una posible apología de la zoofilia, ni en qué voy a encontrar más tarde cuando googlee "sexo con delfines", ni en qué va a hacer a continuación ese hombre disfrazado de almohadón que ahora toma mi pie para hacerme masajes mientras lo acerca a su pierna. Una acción osada en la era del #MeToo, incluso para las licencias permitidas en las obras de arte.
Para alivio de todos -el mío y el de los que comienzan a alarmarse al leer esto, incluidos mis hijos, los artistas y las impulsoras de la bienal-, allí se detiene el juego. La experiencia se limita a combinar un estado de relajación extremo , que puede llegar al sueño profundo, con imágenes que aspiran a ingresar en el inconsciente : mujeres desnudas con máscaras que representan cabezas de delfines, escenas subacuáticas, espirales hipnóticos.
Estoy a punto una vez más de rendirme al cansancio cuando comienza a sonar una sirena. Después se prende una vela en la pantalla y suena la música del feliz cumpleaños. Y así en un loop i nfinito, en el que uno puede ingresar o retirarse cuando quiere. Se oyen ronquidos profundos que provienen del video, pero no veo que nadie duerma entre la decena de personas que están recostadas junto a mí en los almohadones. Difícil relajarse cuando estamos rodeados por fotógrafos y camarógrafos que registran todo desde la penumbra que nos rodea.
Viví una experiencia parecida en 2015, cuando la Bienal de Performance se inauguró con la presencia de Marina Abramovic. Considerada "la abuela de la performance ", la artista serbia dirigió entonces un workshop destinado también a profundizar en el conocimiento de uno mismo, que incluía catres y mantas para dormir una siesta colectiva.
También fue similar una de las obras seleccionadas por Cecilia Alemani para el circuito Rayuela de Art Basel Cities: Buenos Aires, el año pasado. Exhibida por la noche en el Planetario, durante ocho horas, Cine Dreams: Future Cinema of the Mind se proponía alterar las imágenes del inconsciente a través de imágenes y sonidos envolventes. Realizada por primera vez en 1972 por el cineasta experimental americano Stan VanDerBeek, la acción se completa con el testimonio de los sueños registrados por el público.
Salgo del Cultural San Martín de noche, pensando en lo que me dijo horas antes el artista tucumano Tomás Saraceno desde Berlín, donde trabaja con las arañas y sus telas: el arte puede ayudarnos a desarrollar la sensibilidad necesaria para conectar con la inteligencia de otras especies y "sintonizar con la frecuencia de otras formas de vida", más sustentables.
El azar se ocupa de completar la experiencia cuando, al subir al subte medio dormida, me pongo los auriculares. La reproducción aleatoria de Spotify me trae una canción olvidada de Kevin Johansen: "Anoche soñé contigo/y no estaba durmiendo -dice la letra-. Todo lo contrario/estaba bien despierto./Soñé que no hacía falta/hacer ningún esfuerzo/para que te entregaras/en ti yo estaba inmerso." No menciona delfines, por suerte.
akc