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La voz de Andrea Echeverri flota en su exposición ‘ Ovarios calvarios ’ en el claustro de San Agustín, en Bogotá, Colombia. La letra de "No se viola", una de las tres canciones que hacen parte de la muestra, es un golpe directo y certero, o mejor: un mantra, un recordatorio, un mandamiento, una ley que literalmente nunca se debería violar:
No se viola, no se viola
No se viola, ¡no!
No se penetra a la fuerza en el nido divino
Respetico, por ahí todos nacimos
“Es una letra pedagógica –dice Andrea–, sí: pedagógica; quiero que mi hijo de 12 años se la aprenda de memoria”.
La música tiene el sonido de la Ruiseñora y de los Aterciopelados. Tiene todo el poder para convertirse en un hit eterno en la radio o en un himno millennial, pero ante todo y sobre todo tiene la capacidad de educar, asustar y confrontar a un macho cromañón tonto y primitivo, “les dije a algunos hombres que me acompañaran a cantarla, pero les hizo así”, dice con un movimiento de los dedos que no deja ninguna duda: “les hizo así”. Y sus dedos se abren y se cierran.
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Andrea Echeverri estudió Artes plásticas en la Universidad de los Andes. Se graduó en 1988 y desde los primeros semestres encontró su camino para expresarse: la cerámica.
Se dio el lujo de ganar un concurso nacional de la empresa Corona y reemplazó como maestra durante su año sabático a Cecilia Ordóñez en su mítica clase en la Universidad Nacional. Fue fundadora de Tierra de Fuego, una tienda en Colombia, con María Teresa Hoyos, Ernesto Thorin y Juan David Giraldo, en el que vendían objetos que diseñaban ellos mismos: lámparas, copas, espejos. El ritual de lo habitual, dice.
Foto: EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda
Las piezas de Andrea no son muy conocidas como obras de arte, pero los coleccionistas que las tienen presumen de sus ‘serpientes’ o de sus ‘cantantes’ en las salas de sus casas. La Universidad Jorge Tadeo Lozano hizo una gran exposición de su obra en 2013. En las carátulas de sus discos también hay objetos escondidos que salieron de sus manos y de su horno en Cajicá. “En Claroscura hay varios objetos, y las letras de cerámica son mías”, dice Echeverri.
Déjeme quieta
Déjeme sana
¡Que no estoy sola!
Que tengo manada
Mi cuerpo no es un botín
Tu miembro no es un fusil
Antes de que el mundo quedara en pausa por la pandemia, Andrea Echeverri comenzó a masticar la idea de hacer una instalación con sus esculturas y las tres canciones que escribió en contra de las violaciones y los abusos. Llamó a la curadora María Belén Sáez de Ibarra, le propuso la idea y la muestra empezó a tomar forma. “Y cuando empezó la pandemia, todo empezó a encajar, tuve tiempo para estar en el taller, en el torno. Las piezas también empezaron a crecer”.
La cerámica es una de las bellas artes más delicadas; se cuartea, se rompe, y en general, no se pueden manejar grandes tamaños. “Soy una persona tímida y el taller me da el anonimato. Estoy sola, en sudadera y embarrada; es mi hobbie”. Pero un hobbie que la apasiona y que es parte de su ADN como artista. Alguna vez llamó a Miguel González, en ese momento curador del Museo La Tertulia, para hacer una exposición, y él, con toda su crueldad y su infinito humor negro, le dijo que en el museo no tenían mesitas para exponer cerámicas. “Otra vez, un amigo artista me dijo que por qué no hacía esculturas en lugar de tazas. Esas frases se me quedaron en la cabeza y dije: ‘Necesito hacer algo grande con la cerámica’. Y apelé a mi otra carrera: el diseño industrial”.
La exposición tiene ocho rostros gigantes de mujeres llorando. “Hice las caras por partes y luego las ensamblé en la pared”. Hay algo tosco en cada cara, pero al acercarse y ver cada pieza se descubren las pequeñas sutilezas: “Las lágrimas son floreritos”. Y también queda al descubierto el estilo directo, punketo y sin concesiones de Andrea: las narices son unos pipís gordos, chiquitos y feos.
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En las paredes también hay varios espejos con forma de vulva que, por todo el borde, tienen leyendas que erizan la piel. Porque son nuestra historia reciente.Todos somos Allison.
TodXs somos La Patrullera
Todos somos La Manifestante
Somos Madre Hija Hermana Amiga
Todas somos Rosa Elvira
Todas somos Jineth
“Me interesaba que en el espejo, y su borde en forma de vulva, todos vieran de dónde vienen; porque todos nacemos de una mujer (Respetico, por ahí todos nacimos). Pero también quería hacerles un homenaje a todas las víctimas de este horror –como Rosa Elvira Cely o Yuliana Samboní– y a las mujeres valientes y tenaces como Jineth Bedoya”.
Foto: EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda
La exposición se divide en dos salas. La de las caras y los espejos, y otra en la que están los videos de las canciones, piezas icónicas del vestuario de Andrea y de los Aterciopelados como su ‘multitetas’, y otras piezas de cerámica que reproducen las letras de las canciones en la estética de los carteles de los restaurantes populares antioqueños.
Alaridos, aullidos, berridos, quejidos
No es campo de batalla el cuerpo
femenino (Plañidera)
Andrea canta en solitario "No se viola", pero en Plañidera su voz tiene la compañía de Las Áñez –que ya habían tenido colaboraciones con Aterciopelados– y en Ovarios se une con Vivir Quintana , la mexicana que compuso el himno feminista "Canción sin miedo".
Aullemos juntas y furiosas por respeto
Cuidar la vida, y celebrarla nuestro decreto (Ovarios)
A través de la cortina de corazones que tiene la entrada a la sala, Andrea señala un detalle que puede pasar desapercibido: los televisores en los que están los videos también tienen una cara detrás, pero las lágrimas que salen de los ojos tienen forma de diamante. “Las lágrimas se vuelven luz”, dice. Y ese optimismo de salir adelante, de resiliencia y de poder, se nota en varias piezas que están sueltas por toda la sala; hay altares llenos de flores por las víctimas, pero también son flores para celebrar la vida; porque en el fondo Andrea es una optimista sin remedio y el mensaje no puede ser más claro:
Respeto y decencia pa’ toda mi gente
Ni el desconocido, puro amor es lo que pido
No se viola, no se viola
fjb