El arte de Carlos Rodríguez Mora vuelve tras más de 70 años lejos del ojo público, al igual que una obra de Delfino García, pintor arropado por Inés Amor y que alcanzó el éxito en Estados Unidos; y una pintura de Naya Márquez, artista tímida de los años 50. Si ninguno de estos nombres es familiar, es porque en la historia del arte mexicano se fueron borrando pero ahora son parte de la exposición Bajo el mismo México, en el Museo Kaluz, junto a cuadros de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Juan O’ Gorman, Roberto Montenegro, María Izquierdo y Fanny Rabel.
Es una exposición inédita, pues por primera vez exhibe en conjunto la colección de arte de Juan Coronel Rivera, escritor e historiador de arte e hijo del pintor Rafael Coronel y nieto de Diego Rivera. Las piezas de esta colección entran en diálogo con obras de la colección Kaluz, esto con tres objetivos: ofrecer una nueva perspectiva de la pintura moderna mexicana, rescatar a estos nombres olvidados y destacar la importancia del coleccionismo privado.
Raúl Cano es el curador de esta exposición, que muestra parte de su investigación de 12 años a estos artistas, algunos hoy prácticamente desconocidos. Ese mismo periodo de tiempo trabajó en la colección de Coronel Rivera, ya sea investigando o acrecentándola.
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“(Juan Coronel Rivera) ha hecho préstamos para exposiciones, a veces guardando el anonimato, pero aquí es la primera vez que muestra una selección de lo que es la colección relacionada con pintura, (que también tiene) arte popular, arte indígena, pintura estadounidense, gráfica, escuela mexicana. Es una colección importante, interesante, es muy ecléctica, pero aquí van a ver obra que nunca se había visto u obra que incluso tiene más de 50 años desaparecida”, explica Cano.
Nueva perspectiva
Bajo el mismo México es una exposición con arte del periodo posrevolucionario, compuesta por 86 artistas, conviviendo los consagrados con los de mediana trayectoria y los olvidados por la historia del arte.
“La historia del arte se ha mostrado un poco oficialista, porque en específico del periodo postrevolucionario del muralismo y escuela mexicana, siempre se habla de los mismos protagonistas, no hay esta variabilidad, y aquí se trata de romper con esa historia y tratar de reconstruir este periodo, no solamente hasta la década de los 50 como se acostumbra, porque de hecho hasta la década de los 70 es común seguir encontrando una vasta producción de obra con arquetipo nacionalista”, afirma el investigador.
Cano sabía que para combatir este “oscurantismo” podía armar una curaduría con arte de las dos colecciones, una especie de “espina dorsal” de ese periodo artístico. El recorrido inició cuando Cano trabajaba en una exposición para INBAL y empezó a encontrar nombres y en ventas de garage halló algunas pinturas. Para él, los creadores fuera de los grandes nombres están mal atendidos, como si fueran protagonistas secundarios, o peor, están en un limbo por falta de información.
Historias
De los 86 artistas en la muestra, cerca de 30 son nombres olvidados. De algunos sí hay información, como Mary Martín o María Marín; de otros, como Carlos Rodríguez Mora, no hay muchos datos de su vida.
Pero Cano cuenta algunas de sus historias:
De Raúl Velázquez Olivera se exhibe Los albañiles, de la colección Coronel Rivera. Fue parte del círculo de José Chávez Morado y perteneció al Frente Nacional de Artes Plásticas. Sin embargo, la carrera que empezó a finales de los años 40 decayó y terminó trabajando como ilustrador de libros, entre éstos algunos de Enrique Florescano.
El papalote es una pintura de Eloy Cerecero Sandoval, quien en realidad goza de fama en el norte del país, pero no en la CDMX.
La exposición también busca mirar hacia los creadores que vivieron al interior del país. Otro ejemplo es Flora Martínez Bravo, de quien se exhibe un bodegón y es más conocida en San Luis Potosí, pero no estuvo alejada de la escena artística al tener amistad con Rufino Tamayo y Siqueiros y ser sobrina de Manuel Álvarez Bravo. “Es una de las pintoras consideradas pioneras del geometrismo en México”, dice Cano.
Un nombre que sí es conocido es el de María Marín, pero el curador la considera en este listado porque su obra se vio opacada al ser cuñada de Diego Rivera y esposa del pintor Carlos Orozco Romero. Otro ejemplo de artista olvidada, pese a estar bien conectada, es el de Vita Castro, quien no sólo aprendió de Angelina Beloff, sino que vivió con ella en Cuernavaca y heredó su obra.
El arte de Naya Márquez llegó hasta el Museo Nacional de Varsovia, pese a que le daba vergüenza exponer su arte. Otro ejemplo de éxito internacional es el de Delfino García, cuyo arte hizo que viajaran coleccionistas estadounidenses a Taxco para comprarle obra, aunque en México fue olvidado. Quien también emprendió un viaje al país en el nombre del arte fue Valetta Swann, quien dejó Reino Unido en los años 40 para formarse como artista aquí y pintó un mural en el Museo Nacional de Antropología.
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Descuidos, coleccionismo y memoria
En la muestra ningún cuadro tiene una ficha museográfica, para que el público sea atraído por la pintura y luego quiera averiguar más de su autor, conocido o no, en las hojas en cada sala. Pero, ¿es efectivo este ejercicio para que se reivindique a los olvidados? Cano reconoce que es algo fuera de control y que tiene que ver un poco más con el azar, cuando se trata del público en general, mientras que en lo académico sí es posible medir este rescate, al publicarse más investigaciones.
“En el grado académico, sí llegan a ser ya incluidos en estudios. Pero, pues es muy relativo, es la suerte del artista, hay artistas que con tantito pegan, hay otros que no, y eso es lo que les pasa en vida también. Muchos tuvieron esa mala suerte de que a pesar de que tenían una trayectoria muy vasta, no llegaron, acabaron olvidados”.
Con la exposición, Cano también quiere señalar que el coleccionismo privado ayuda a completar el rompecabezas de la historia del arte, sobre todo de artistas que por el desconocimiento, se corre el riesgo de que se pierda su obra.
El especialista aún no puede confirmar si se publicará un catálogo de esta exposición, pero considera que es importante para todos los museos: “aunque sea de 10 páginas, o un folleto, pero que haya una memoria gráfica cuando se acabe una exposición, porque los interesados en el tema van a tener una fuente primaria, actualizada. Si la exposición es muy buena y no hay un catálogo, es como si no existiera”. “Bajo el mismo México” estará abierta hasta septiembre.