En La Noria, por la mañana, se escucha el canto de pavorreales. “No se han dejado de escuchar. A veces están muy callados y otros días más alterados”, cuenta Lorena Ríos, vecina del Museo Dolores Olmedo. Estos animales son los únicos que en cinco años han hecho que el recinto no esté en total silencio, desde que cerró sus puertas al público.
Con la pandemia de Covid-19, el recinto cerró sus puertas al público, como todos, por lo que no causó extrañeza. Para 2021 se anunció su traslado a Parque Aztlán, tema que inquietó a especialistas porque sería ir en contra de la voluntad de su fundadora: “Fallecida ‘La Fideicomitente’ Dolores Olmedo Patiño, no podrán salir del domicilio del Museo Dolores Olmedo Patiño los bienes que integran el patrimonio fideicomitido”, se lee en el “Contrato de Fideicomiso denominado Museo Dolores Olmedo Patiño”. También preocupó porque reforzaría el centralismo de la cultura en la ciudad. Los habitantes seguían sin resentir su cierre, estaban más concentrados en lidiar con las consecuencias que iba dejando la pandemia.
Hoy se vive un panorama distinto, los habitantes de Xochimilco han comenzado a organizarse para expresar su desacuerdo por la mudanza de la mayor colección de obras de Frida Kahlo y Diego Rivera y para exigir la reapertura del recinto, lo que llevó a una protesta el pasado 6 de julio. Un vendedor de tamales, cuyo puesto lleva 20 años frente al recinto en La Noria, explicó que hasta la protesta se empezó a ver movimiento en el museo, como los trabajos de reparación que se hacen en el portón de ingreso.
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Los propios vecinos reconocen que al inicio pasó desapercibido el cierre, pero conforme ha transcurrido el tiempo “ya nos preguntamos qué pasó con el museo, ¿no se supone que era nuestro legado? Ya era parte de nosotros”, dice Ramón Costa, habitante de Xochimilco desde 1983.
La exhacienda La Noria y sus acervos, que también incluyen piezas de arte popular, objetos prehispánicos y sus animales, fueron donados “al pueblo de México” y eso se lo ha tomado en serio el pueblo de Xochimilco. El museo forma parte de la memoria colectiva de los xochimilcas, entre sus recuerdos están las ofrendas, la exposición del Musée de l’Orangerie, la visita del príncipe Carlos de Inglaterra, cuando se grabó una telenovela en la hacienda, los noviazgos que propiciaron los jardines del museo, los cursos de verano y cuando Carlos Salinas de Gortari asistió a la inauguración del museo en 1994.
“Nos pertenece”, afirma Andrés Mario Villeda, de 60 años. “Obvio que se extraña. A nosotros como comunidad se nos hace demasiado autoritario de parte de los herederos de Dolores Olmedo darle otro fin al museo. Dolores Olmedo nos lo regaló y no es justo que nos quiten lo que nos pertenece”, agrega.
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“El museo nos dio una vida que no teníamos, fue un cambio muy fuerte para Xochimilco porque nos dio la oportunidad de ver a Diego y Frida y nos proyectó otra manera de ser, fue un panorama que nos amplió muchísimo”, comenta Costa.
El cierre del museo ha hecho que sus calles sean más tranquilas, ya no lidian con el caos de los carros en busca de estacionamiento, ha bajado el flujo de gente y también ha impactado negocios, como al puesto de tamales de enfrente —que se mantiene gracias a su clientela fiel, y está a la expectativa de la reapertura para tener más ventas— o el puesto de artesanías de Manuel Calixto, ubicado frente a la estación La Noria, del Tren Ligero.
Más que el aumento de ventas, a Calixto le entusiasma que una vez reabierto el museo “aumente el flujo de la cultura”. Un reclamo de los vecinos es que no hay mucha oferta cultural en la alcaldía, sólo hay otros tres museos: el Arqueológico de Xochimilco y los recién inaugurados Flor de Chinampa y Cielito Lindo. El cierre del Dolores Olmedo, así como el eventual traslado de parte de su acervo, sería un golpe fuerte.
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“La oferta cultural está muy limitada por la poca participación económica y la falta de difusión”, cuenta Omar Dazaeff, quien ha vivido sus 34 años de vida en Xochimilco.
“Es un espacio esencial para nosotros. Desgraciadamente en Xochimilco no tenemos un nivel alto de vida que nos pudiera dar la facilidad de asistir a otros museos, todos están muy lejos y tienen un costo”, comparte Ricardo García, quien estudió diseño gráfico a finales de los 90 y asistía al museo para “educar la vista”. Para las escuelas de la zona era una excursión tradiciona y algunos aseguran que su ausencia se resiente “sobre todo en los jóvenes que van a la escuela”. Hanna, de 12 años, extraña ir al museo, recuerda los cursos de verano y cuentacuentos, y dice que entre compañeros hay deseo de volver a visitarlo.
“Era una tradición ir cada año, sobre todo en Día de muertos. Como mamá y habitante, me duele ver cerrado al museo que era parte de nuestra vida cotidiana. No sólo albergaba arte, era un espacio de aprendizaje, encuentro y de identidad para nuestra comunidad. Tengo un hijo chiquito y si no lo abren, difícilmente podrá conocer ese espacio con el que yo crecí. Su reapertura significa recuperar un derecho cultural que se nos ha negado”, afirma Viridiana Meléndez, de 32 años.
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Persiste el silencio
En estos cinco años la comunicación sobre el museo ha sido escasa y confusa. Rara vez la directora ejecutiva Dolores Phillips, ha dado declaraciones. Cuando en el museo se pregunta por Carlos Phillips, hijo de Olmedo y director general, responden que ya casi no lo visita. La Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) han dado respuestas vagas sobre el tema, dicen estar al pendiente y que su rol sólo es de acompañamiento por el carácter privado del fideicomiso.
Sin embargo, la presión sin precedentes por parte de los vecinos ha logrado lo que reportajes y mesas de análisis con expertos no pudieron: hacer que el museo rompiera el silencio: el pasado 5 de julio, en sus redes sociales anunció que el espacio ha estado en renovación y que reabrirá en 2026; el 11 de julio publicó un desplegado en este diario, en el que rechazaba las acusaciones de opacidad, de incumplimiento de la voluntad de Olmedo y de fragmentación del acervo, e hizo un llamado a autoridades y opinión pública para establecer un diálogo respetuoso. Sin embargo, el museo no recibió una carta de los vecinos y tampoco ha respondido a solicitudes de entrevista de este diario.
Circe Camacho, alcaldesa de Xochimilco e integrante del patronato del Fideicomiso —que tiene como función vigilar que se cumpla la voluntad de Dolores Olmedo y con facultad para “exigir rendición de cuentas al Comité Técnico y al Director General”, como se lee en el documento— se negó a la entrevista.
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Expectativa de reapertura
“Me gustaría que reabra como lo recuerdo”, declara Hanna. Los habitantes celebran la reapertura de 2026, pero no quieren un museo “mutilado”, pues no conceben el espacio sin la obra de Kahlo y Rivera ni sin su programa de actividades. A Lorena Ríos no sólo le gustaría encontrar “lo mismo” en el recinto, sino que se sume un espacio dedicado a artistas xochimilcas.
“Si quieren participación ciudadana, le entramos con mucho gusto, pero si se va a Aztlán sí sería una traición a Xochimilco”, afirma Costa.
“Nos tardamos en despertar. Si ya tenemos esta conciencia de que no queremos que se vaya a Chapultepec, hay que continuar con el proyecto (de apoyar al museo)”, declara Michelle Torres, de 24 años, habitante del Barrio de San Juan.
Hasta ahora, el museo no está ni en Xochimilco ni en Chapultepec. En Parque Aztlán, un guardia de seguridad confirmó que en el terreno aledaño al parque de diversiones se edificará la nueva sede, pero que hasta ahora no ha comenzado la obra y no hay fecha estimada.