Fui el mayor de siete hijos del licenciado Alfonso Loredo López y Blanca Esther Abdalá Domínguez. Ser miembro de una familia numerosa, el primero de los hijos en llegar a la preparatoria y tener un padre egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM me planteó, desde muy temprana edad, la necesidad de estudiar constantemente, ser ejemplo para los hermanos menores y reunir siempre los requisitos académicos para ingresar a la preparatoria de la UNAM. Por lo tanto, desde muy joven y hasta el momento actual, he estado ligado personal y profesionalmente a nuestra Máxima Casa de Estudios, la UNAM.

Después de estar en la Secundaria Número 3 Niños Héroes de Chapultepec, de la Ciudad de México, cumplir con el promedio de calificaciones y no tener ninguna materia reprobada, hice la solicitud correspondiente para entrar a la Preparatoria 1 de la UNAM, pero fui aceptado para ingresar a la Preparatoria 5 de Coapa. Me entusiasmó la decisión porque al conocer el plantel me quedé impactado por su localización y modernidad.

Entrar a la preparatoria fue para mí una experiencia sensacional porque, después de haber pasado tres años en una escuela semi-militarizada y de varones, me encontraba súbitamente en un plantel al aire libre (rodeado de alfalfares y vacas) y compañeras del sexo femenino.

A las dos semanas de haber ingresado, el entusiasmo inicial se alteró porque ocurrieron dos eventos inesperados para mí y que ahora me parecen interesantes. El primero, que los estudiantes fuimos convocados por el presidente de la porra universitaria, Luis Rodríguez “Palillo”, para asistir a una premier de Rock around the clock, una película de Bill Haley y sus Cometas, en el cine Alameda, localizado en el Centro de la Ciudad de México. A este evento fuimos una cantidad importante de estudiantes y la experiencia fue novedosa e impactante. El rock estaba en su apogeo. El segundo evento fue que, unos días después, se nos convoca a una huelga para suspender las clases sin que supiéramos a ciencia cierta el motivo de la misma. Afortunadamente el evento duró menos de una semana.

Al reanudar la normalidad académica, vinieron dos años de estudios muy interesantes, de los cuales destaco el conocer las locuciones griegas y latinas, los silogismos de primero, segundo y tercer grado, así como la Biología, Zoología, Geografía, Historia y materias básicas de la línea de humanidades, porque yo tenía la idea, casi firme, de estudiar Medicina. Esta decisión fue aceptada por la familia a sabiendas de que se iba a requerir una dedicación intensa al estudio. Nuevamente, por el promedio de calificaciones, cumplí con los requisitos para ingresar mediante pase directo a la Facultad de Medicina de la UNAM.

En el año 1960 inicié la carrera de Médico Cirujano y Partero. Dos experiencias iniciales un poco traumáticas me sucedieron cuando me apunté al grupo número 5 que estaba bajo la responsabilidad del doctor Rogelio Camacho y su grupo de profesores.

En el momento de registro, la persona encargada me sentenció a una muerte académica segura. La segunda experiencia, casi inmediata, fue ser víctima de la “novatada” característica de esos tiempos. Únicamente me cortaron el pelo y me salvé de otras acciones agresivas, generadas por los pseudo estudiantes “fósiles”, las cuales, afortunadamente, han desparecido con el paso de los años.

Desde ese momento, no había más que estudiar intensamente para pasar Anatomía Humana, materia en la que salían reprobados más de la mitad de los estudiantes; así como Anatomía Topográfica, Histología, Embriología y Psicología Médica, todas ellas interesantísimas. Tenía que estudiar en gruesos libros para la clase diaria de Anatomía y para las otras materias; tomé tres clases a la semana durante un año. Cumplí con muy buen promedio.

En segundo año nos enfrentamos a Bioquímica, Fisiología, Farmacología y Psicología Médica. Aunque se habían quedado en primer año un buen número de compañeros, los grupos seguían siendo muy numerosos y ello hacía que las clases y las evaluaciones fueran muy impersonales.

Una vez resueltos estos escollos, pasamos al trabajo clínico en los hospitales durante cuatro años. Para hacer el internado rotatorio y el servicio social en los mejores sitios de la Ciudad de México, se requería un magnífico promedio global. Cumplidos los requisitos, había que enfrentarse al examen final. Ese evento era muy solemne. En cada sesión, a las siete de la mañana en el mes de noviembre, los sinodales formaban ocho grupos de dos profesores cada uno y examinaban oralmente a tres

o cuatro alumnos sobre el tema que habían sacado en suerte de una tómbola. Cumplir satisfactoriamente con este compromiso, delante de familiares y amigos ante dicha solemnidad, generaba una enorme satisfacción pues habíamos cumplido con nuestras familias y con la UNAM.

En esta etapa, muchos nuevos médicos se quedaban con ese grado académico, pero otros queríamos hacer una especialidad médica en el país o en el extranjero. Desde siempre quise ser pediatra e hice mi solicitud para ingresar al Hospital Infantil de México Federico Gómez. Fui aceptado y ahí inicié mi actividad docente en la UNAM, pues algunos maestros me dieron la oportunidad de trabajar con los alumnos de la Facultad de Medicina que estaban cursando la materia de Pediatría en su licenciatura de Médico Cirujano, obviamente sin nombramiento ni pago.

Al ser pediatra, ingresé como médico de base al ahora Instituto Nacional de Pediatría (INP). Casi inmediatamente fui invitado por el jefe de servicio a ser profesor asociado en la Clínica de Pediatría de la Facultad de Medicina de la UNAM. Durante veintidós años tuve este accionar, que se sumó al entrenamiento de los médicos que estaban realizando la residencia en pediatría, curso que depende obviamente de la UNAM. Los siguientes veinticinco años de mi actividad profesional en el INP han estado dedicados al estudio y atención integral del maltrato infantil. Esto también permite el desarrollo del círculo virtuoso: asistencia, docencia e investigación del tema. Con ello fui creando cursos para médicos especialistas, médicos residentes y estudiantes de medicina, siempre con el auspicio de la Facultad de Medicina de la UNAM.

Considerando lo complejo del tema, pude fundar y coordinar, durante dieciséis años, la Clínica de Atención Integral al Niño Maltratado (CAINM-INP-UNAM) y replicar este accionar en Villahermosa, Tabasco; Toluca, Estado de México; Cuernavaca, Morelos; Chihuahua, Chihuahua; y Hermosillo, Sonora; así como establecer la asociación con profesionales de España, Colombia, Argentina, República Dominicana y Venezuela que atienden el problema, lo que me ha permitido enfrentar el flagelo médico-social-legal de la humanidad, siempre con el aval de la Unidad de Posgrado de la UNAM como estandarte académico.

La difusión del tema con aproximadamente noventa y seis artículos publicados en revistas indexadas y seis libros, así como numerosas conferencias en congresos de pediatría y específicos del tema, nacionales como del extranjero, han sido la voz de México en Iberoamérica. Además, y dentro de la UNAM, he estado unido a la Revista de la Facultad de Medicina, donde hemos publicado los conceptos básicos clínicos, sociales y legales del maltrato infantil; la idea es que los estudiantes de Medicina se enteren de esta problemática desde los primeros años de la licenciatura.

Al ser la UNAM una institución de vanguardia, da la oportunidad de utilizar los más modernos métodos de educación a distancia y de esta manera he tenido la oportunidad de poner en marcha el programa Maltrato Infantil: Gravedad y Prevención, donde los alumnos que seleccionan esta materia, que es optativa, pueden enterarse del tema. Yo lo llamo “una ventana a la pediatría social”.

Ser pediatra implica una relación constante con niñas, niños y adolescentes, lo que obliga a la docencia y a la investigación. Y qué mejor apoyo se tiene para cumplir con estos objetivos que el contar y pertenecer a dos grandes instituciones nacionales, el Instituto Nacional de Pediatría y la Facultad de Medicina de la UNAM.

De esta manera, he podido transitar por más de cincuenta años como estudiante y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Para finalizar este breve resumen, agradezco a la Fundación UNAM el espacio que nos brinda para hacer patente nuestro amor y agradecimiento a esta gran institución, la UNAM, que es un orgullo nacional e internacional para los mexicanos y para los extranjeros que en ella han desarrollado sus estudios profesionales.

Coordinador de la Clínica de Atención Integral al Niño Maltratado del Instituto Nacional de Pediatría

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