A dos días del cierre de la convocatoria del concurso México Canta, sus posibilidades como opción para contrarrestar el impacto de géneros que hacen apología de la violencia (corridos tumbados, narcocorridos), son analizadas por expertos en el tema, productores o investigadores de primer orden, como Phil Vinall, quien es ganador del Grammy Latino y ha trabajado con grupos como Radiohead, Placebo y Pulp; Gerardo Ochoa Sandy, analista de políticas culturales y escritor; y el sociólogo José Manuel Valenzuela, ganador del Premio Nacional de Artes y Literatura 2023.
México Canta se anunció en la conferencia presidencial del 7 de abril como un concurso que realizan, en colaboración, la Secretaría de Cultura federal y el Consejo Mexicano de la Música para “fomentar narrativas musicales que eviten la apología de la violencia”, con temas como el amor, el dolor y el orgullo patrio. Un concurso binacional (Estados Unidos/México) abierto a jóvenes de 18 a 34 años y que entre sus objetivos cuenta el fortalecimiento de la tradición mexicana y sus géneros: banda, bolero, son, corrido, mariachi, fusión y mezcla de música contemporánea mexicana, entre otros. Pueden participar cantantes, cantautores y compositores con canciones en español, inglés, spanglish o lenguas originarias.
El Consejo Mexicano de la Música, “plataforma de formación y proyección para nuevos talentos”, fue presentado, también, en la conferencia de la Presidenta, como “una alianza estratégica con líderes de la industria musical”. Su director es Miguel Trujillo, que ha trabajado con figuras como Vicente Fernández y Ana Gabriel. En la presentación del proyecto, así como en su página web, no se entra en detalles, pero en la convocatoria los logotipos de Warner, Sony, Virgin y Universal, las grandes disqueras, están incluidos.
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Para los ganadores, la promesa es la firma de contratos con editoras nacionales, trasnacionales o independientes; grabaciones, lanzamientos y la guía para hacer un producto discográfico de calidad.
El 23 de mayo, la secretaria de Cultura, Claudia Curiel, informó que a la fecha van 10 mil 415 inscritos: 8 mil 17 en México y 2 mil 398 en Estados Unidos; la banda es el género con más registros (2 mil 450). La final será el 5 de octubre en Durango.
El concurso tiene cuatro fases de selección: dos digitales, primero, y dos presenciales que se transmitirán a través de los medios públicos mexicanos y las redes sociales. “Todo esto va a ser a través de la televisión pública (...) El único recurso que se eroga es el que tiene que ver de la televisión pública. No se está pagando a las empresas privadas ni mucho menos”, dijo la presidenta Claudia Sheinbaum el 7 de abril.
Curiel detalló: “En esta alianza del concurso con el Consejo Mexicano de la Música, no sólo para acompañar, sino profesionalizar a todos estos artistas con toda la experiencia que tienen, van a dar mentoría en las eliminatorias regionales. ¿Qué quiere decir? Todos los que llegan a los programas que se van a televisar por los medios públicos van a tener semanas de acompañamiento de grabación en estudios profesionales y de trabajo intenso con la industria para lo que veamos en estos programas en vivo, ya sea el trabajo en coordinación y que les ayude a justamente profesionalizar todo este trabajo (...) Los premios los pone la industria a través del Consejo Mexicano de la Música”.
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Aunque no fue anunciado propiamente como un reality show, entre las asesorías, el concurso televisado y la elección de los ganadores, que deliberará un jurado profesional y el voto del público, el proyecto recuerda al formato de programas como La Academia y La Voz (en esta línea, alcanzar el rating de los líderes es un reto; en octubre de 2024, la final de La Academia tuvo 6.9 millones de espectadores, según el centro de investigación de audiencias HR Media).
Vinall, con su amplia experiencia en la industria musical, dice que conoce el otro lado, “algunas víctimas de reality shows”. Sus ganadores son, dice, personas desesperadas que buscan fama a cualquier costo. “Lo único que buscan los reality es vender, es la última opción que puede haber (...) En principio no puede ser algo malo, pero cualquier cosa en la que estén juntos los realities y los grandes sellos discográficos no es una buena combinación. No me gustan los universals y los sonies, no me gustan como compañías de discos. La mayoría de ellos toman decisiones a partir de bases de datos y no necesariamente a partir de la buena música”.
Si bien, el productor no está de acuerdo con la música que hace apología de la violencia (”son malas personas; están glorificando la cultura de la droga”), se pregunta quién es el bueno y quién es el malo en esta historia: “Es una buena idea, pero hay que cuestionar por qué son tan populares. Si ellos, los buenos, quieren hacer algo para contrarrestarlo, no hay problema. Pero el diablo tiene mejores canciones”. Apela a que hay formas de ofrecerle alternativas al público; cita a un grupo con el que ha trabajado, Enjambre, “que involucra la cultura mexicana y hace algo diferente. Enjambre estaba firmado con Universal, pero ahora que son independientes les está yendo mejor”. Debe pensarse en que los corridos tumbados “están tocando una parte del nervio, a la gente le gusta. No se van a ir y no pueden desaparecerlos”.
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Al respecto, Valenzuela dice que en la convocatoria vale la importancia de apoyar las propuestas artístico-musicales de los jóvenes y que el hecho de que un alto porcentaje de los inscritos “esté en el campo de la banda y el norteño” habla de los ritmos que convocan el interés.
“Hay que entender que, en tanto persistan los entramados del narcotráfico; del miedo, dolor, violencia y muerte que emergen de esos entramados, va a seguir habiendo corridos que les van a cantar a esas historias”.
Justo las fusiones que se realizan en la escena tumbada, dice, y su impulso en redes sociales, le han dado esa dimensión enorme al género.
“Si la propuesta implica terminar con el narcotráfico o hacer que los jóvenes vean otra realidad, la única manera de hacerlo es transformar esa realidad”.
En su artículo “México canta mientras la violencia sigue”, publicado en Letras Libres, Ochoa Sandy señala que “la cultura no regula acuerdos comerciales –suele, al contrario, convertirse en una presencia incómoda si algún gobierno le dedica atención–, ni orienta políticas de seguridad pública”.
Dos hechos pueden ejemplificarlo y marcar una encrucijada: la persecución del Estado italiano contra el vocalista de Placebo, Brian Molko (con quien Vinall ha trabajado), por llamar fascista a la ministra Giorgia Meloni y su contraste con la condena que recibió, hace dos meses, Ángel del Villar, productor de Peso Pluma y fundador del sello discográfico DEL Records, por vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Ochoa Sandy concluye, en entrevista, que “México Canta es demagogia porque a sabiendas de que unas canciones de amor, desamor y paz no detendrán una sola bala de la guerra que vivimos, validada y acrecentada por su mentor con su política ‘abrazos, no balazos’ con la que entregó el país al crimen, Sheinbaum comienza a capitalizar el certamen con anuncios sobre el número de jóvenes inscritos y proclamas de respeto a libertad de expresión, a la vez que da inicio la persecución judicial a las bandas (...) México canta será un fracaso porque su objetivo es –además de demagógico– descabellado e irrealizable”.