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Guanajuato. — El segundo fin de semana del Festival Internacional Cervantino ofreció algunos de los eventos más relevantes de su edición 47 para un público diverso. El estreno en México de la versión de Hamlet de la Schaubühne AM Lehnner Platz, dirigida por el aclamado director teatral Thomas Ostermaier, en el Auditorio del Estado; las funciones de la compañía inglesa Theatre Re, en el Teatro Cervantes y el concierto del cantante argentino Fito Páez, en la Alhóndiga de Granaditas.

El sábado por la noche, durante dos horas, Fito Páez ofreció un viaje por su discografía, cantó sus himnos como “El amor después del amor” del disco del mismo nombre, un álbum que se enlistó entre las mejores producciones en la historia del rock argentino. El público cantó el estribillo una y otra porque “nadie puede y nadie debe vivir, vivir sin amor”.

El repertorio también incluyó temas como “Cadáver exquisito”, “Naturaleza sangre”, “Cable a tierra”, “Ámbar violeta”, “11 y 6” y un tema sinfónico que tituló “La familia”. Una dulcísima composición que tuvo a Páez al piano. “Me gusta mucho tocarla, se llama ‘La familia’, y cada uno que se eche a volar”, dijo como una invitación al público a pensar en los suyos, en los que estaban ahí viviendo uno de los conciertos más significativos de la edición 47 del Festival Internacional Cervantino, y en los que esperaban en casa.

Páez convocó a admiradores que corearon cada uno de los temas, a fans que llevaban sus discos con la esperanza de ser autografiados; pero también reunió a un público cervantino que terminó hipnotizado por su entrega.

Hacia el final de la velada, la gente comenzó a gritar con ese ímpetu que produce la energía colectiva, ese mantra triunfal y festivo: “¡Olé, olé, olé, Fito, Fito!”. Los jóvenes ondearon sus playeras, sus plásticos de 25 pesos comprados dos horas antes ante la amenaza de lluvia, y suéteres, lanzaban chiflidos y el incansable clamor: “¡otra, otra!”. El cantante argentino salió de nuevo al escenario de la Alhóndiga; sonriente, con el pelo revuelto y la frente sudorosa. “¡Me van a matar de amor!”, le dijo a la masa que vitoreaba el triunfo por el retorno anhelado. Y entonces, Fito entregó su corazón.

Un Hamlet fascinante. El domingo se realizó la segunda y última función de Hamlet, con traducción al alemán de Marius von Mayemburg. El clásico de Shakespeare fue llevado al límite de la mano de Ostermaier y de su actor protagónico, Lars Eidinger, quien ofreció un personaje con múltiples capas para quedar en una desnudez emocional poderosa y fascinante. Este príncipe que ha perdido a su padre en condiciones extrañas y ha visto a su madre casarse con su tío, se convierte en un ser atormentado ante el hambre de poder de su familia, en un hombre que buscará venganza con el consentimiento de los espectadores.

En la obra participan seis actores, algunos de ellos interpretan dos roles, pero es Eidenger el dueño de la escena. La propuesta va de la comedia a la tragedia, Hamlet no es, en lo absoluto, ni un filósofo ni un poeta, es un irresistible ser despreciable que termina por deconstruir el teatro y la realidad, la locura y la lucidez.

El caos es tal que el público habrá de festejar cada una de las muertes que ocurren sobre el escenario, habrá de celebrar la venganza, el poder y la miseria de la condición humana. Y es ahí donde Ostermaier juega a ofrecer un visión de la realidad de la que es mejor reírse porque si se viera desde su crudeza, sería insoportable.

Finalmente, también concluyó sus funciones la Theatre Re con la obra The Nature Of Forgetting, una pieza teatral que aborda la vida y la memoria. Todos no somos más que nuestros recuerdos y sin la memoria qué es lo que queda del ser. Esta propuesta inglesa cuenta la historia de un hombre en su cumpleaños 55, tiene demencia y su vida es representada en flasbacks. La estética visual es el recurso más notable de la obra que, sin diálogo, se narra a través de la música y el movimiento.

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